“La pausa en que el mundo entero se detiene en su órbita. Tu rostro encarna toda la belleza del mundo. Tus labios carmesí, como fruta en sazón, se entreabren como en un gesto de dolor. La sonrisa de un cadáver. Ahora la vida y la muerte se dan la mano. Se ha engarzado la cadena que une los miles de generaciones pasadas a los miles de generaciones por venir” (Munch)
En “Madonna”, de la que existían hasta cinco versiones, Munch se refiere a los amables cuadros religiosos de la Virgen con el Niño que de manera tan generalizada pintaron en el Renacimiento. «Madonna» significa en italiano «mi señora». Pero la «Madonna» de Munch es literalmente una vampiresa «come hombres», una mujer desnuda y con los ojos semicerrados, que provoca y se ofrece pasivamente al espectador. Supone un vuelco con respecto al modo tradicional de representar la maternidad.
Es un espectacular y sensual desnudo femenino rodeado de una atmósfera poco tranquilizadora. La figura emerge de un fondo tenebroso, de líneas distorsionadas. El cuerpo nos atrae, pero hay algo que nos angustia, la gran tensión psíquica, los ojos son casi cuencas cadavéricas que simbolizan la muerte. Es una visión demoledora de la maternidad.
La mujer en pleno clímax, en el momento crucial de la concepción; momento triunfante para ella, aunque percibido como pérdida para el varón que, cumplida su misión, queda relegado al papel de consorte. El lienzo tiene un tamaño casi natural, cortada la imagen justo por el pubis, los brazos hacia atrás, la barbilla orgullosamente alzada y la cabellera flotante y desparramada, envuelta toda la figura en un cálido halo ondulante, vaporoso, y un nimbo rojizo, como una media luna, resalta su cabeza. La mirada turbia, los ojos hundidos, habituales en las pinturas de Munch. Esta vibrante imagen de la Virgen desnuda en una atrevida pose de abandono, encierra una sensualidad misteriosa que atrae al espectador.
“La Madona es la conjunción de todos los poderes naturales, es tierra y es agua, es hierba y es plaga, la luna y una bahía pero sobre todo es tigre. Es uno de los dientes de la rueda cósmica. La contradicción universal -vida y muerte- encarna en la lucha entre los sexos y en esa batalla la eterna vencedora es la mujer. Dadora de vida y de muerte, mata para vivir y vive para matar” (Octavio Paz: “La dama y el esqueleto”, 1988)
Alrededor de su cabeza, cubierta de negra cabellera larga y espesa, y siguiendo sus líneas, se abre un amenazador cielo rojo y negro. El mismo color rojo realza los pezones y el ombligo de la joven. En los bordes del cuadro pululan espermatozoides que corren alrededor de la mujer, y un feto humano en la parte baja del lienzo.
Inquietante y provocativa, sexual. Pero el fondo turbulento también parece sugerir un alma atormentada.
La representación de la mujer como amante depredadora es una constante en la historia de la pintura. En este cuadro de Paul Laurenzi la iconografía de Munch está muy presente; pechos generosos, labios rojos, caderas amplias, pose provocativa y un rictus de seducción en la mirada en una mujer formalmente vestida pero que se ofrece, dominante, igualmente desnuda que la amantis de Munch bajo la amorfa figura de un hombre subyugado.
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