El cuadro nos muestra la esquina de una habitación, con la presencia de una mujer, leyendo una carta frente a una ventana abierta. A pesar de que la protagonista está mostrada de perfil, es posible contemplar su rostro gracias al reflejo de los cristales de la ventana. La figura ocupa poco espacio en comparación con el tamaño total del lienzo. En primer plano destaca la habitual mesa cubierta por una alfombra, y sobre la que descansa un plato con frutas. Esta alfombra y este plato con frutas son los mismos que se pueden contemplar en otras obras del mismo artista. Completan el mobiliario una cortina roja sobre la ventana y una silla situada en la unión de las dos paredes visibles.
La escena se desarrolla en un limitado interior, apreciándose en primer plano una cortina descorrida que nos permite contemplar la escena. Una amplia ventana en la izquierda de la composición permite penetrar un potente foco de luz que provoca contrastes lumínicos, como si diluyese los contornos. La escena la protagoniza una mujer que está de perfil y lee atentamente la carta que tiene entre las manos, reflejándose ligeramente su rostro en el cristal de la ventana.
Se han considerado que la presencia de la ventana abierta indica el deseo de la dama por abrirse al mundo exterior o permitir que su hogar se llene de elementos ajenos a él.
En la época, las esposas estaban aisladas de ese mundo exterior, según las rígidas normas sociales existentes entonces. La bandeja de frutas sobre el tapiz oriental se ha interpretado como un símbolo de la relación extramatrimonial ya que las frutas son manzanas y melocotones, recordando al pecado de Eva. Los estudios radiográficos han puesto de manifiesto que en un primer momento se situó en la pared un cuadro con un Cupido que señalaría la carta de amor que lee la mujer, reforzando la idea del amor extraconyugal.
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