
En 1850 Millais presentó su obra más polémica, Cristo en casa de sus padres, donde representaba a la Sagrada Familia junto a Santa Ana, Juan el Bautista y un aprendiz de carpintero, en el taller de San José.
El centro de la composición lo forman el niño Jesús y María, destacando sobre el conjunto por sus ropas blancas. Al parecer Jesús estaba ayudando a su padre en las tareas de carpintería, pero se ha cortado en la palma de la mano con un clavo. Su madre acude a ver la herida y mima a su hijo con un beso. El paralelismo con la futura crucifixión es evidente, el clavo, el estigma de la mano, la sangre. Millais recrea la futura Pasión a través de una inocente y muy realista escena cotidiana en un taller de carpintero.
A la derecha de la escena, un jovencito algo mayor que Jesús, trae un cuenco de agua para lavar la herida. Aparece prácticamente desnudo, únicamente lleva una especie de calzones de piel basta atados con una simple cuerda. Esos dos elementos, el cuenco de agua y los calzones, presumiblemente de piel de camello, nos permiten identificarle como Juan el Bautista. Al igual que sucedía con el tema de la Pasión, Millais vuelve a jugar con los símbolos, y conecta la figura de Jesús con su futuro bautismo a manos precisamente de Juan el Bautista en el río Jordán. La relación es sutil pero clara, la escena sigue siendo sencilla y cotidiana, pero sus conexiones van mucho más allá.
Del otro lado de la mesa, el carpintero José deja sus labores para atender a su hijo y comprobar el corte de su mano. El pintor lo ha dibujado con un aspecto claramente más envejecido que el de María, como indican los evangelios. En busca del mayor realismo posible sus brazos están remangados para que comprobemos que son delgados pero fibrosos, como corresponde a una persona humilde y trabajadora que se gana la vida con la fuerza de sus manos. Al fondo del taller encontramos otro elemento simbólico, una paloma observa la escena desde una escalera colgada de la pared. Gracias a ella el Espíritu Santo hace acto de presencia.
Paralelamente a la figura de José, encontramos la figura de Ana, la madre de María y por tanto la abuela de Jesús. Millais la representa de forma tradicional, con el aspecto de una anciana y la cabeza cubierta por un manto. Se inclina sobre la mesa para observar el clavo que ha provocado la herida de su nieto. A su espalda podemos ver como el taller se abre a un espacio abierto donde vemos un rebaño de ovejas en un redil. Sus cabezas se vuelven hacia la escena central y parecen observar atentamente. El cordero es un símbolo más de la Pasión de Jesús, otro elemento más con doble significado que el pintor incluye de forma sutil.
El cuadro en su conjunto es rico en detalles y marcado realismo. Los pies de Jesús se muestran desnudos, permitiendo mostrar cómo una gota de sangre ha caído sobre el empeine de su pie. La imagen nos recuerda de nuevo su crucifixión y los estigmas causados por los clavos de sus pies y manos. Las numerosas virutas de madera demuestran el interés del artista por recrear de la manera más fiel el taller de un carpintero.
La obra está plagada de simbolismos: la herida en la palma de la mano es una referencia obvia a la futura crucifixión, máxime teniendo en cuenta que la sangre cae también sobre el pie; San Juan lleva un cuenco de agua que indica a qué se dedicará en el futuro; detrás está una escalera que remite a la de Jacob (según el Génesis, usada por los ángeles para subir y bajar del Cielo) y en un peldaño descansa una paloma que se identifica tradicionalmente con el Espíritu Santo; y, al fondo, se ve un inequívoco rebaño de ovejas, universalmente asimilables a los creyentes, que además miran con atención a la escena principal.
Pero el problema de Cristo en la casa de sus padres no estaba en el carácter metafórico que tenía sino su tratamiento. Dicen los expertos que, para la composición, Millais se basó en el grabado Melancolía, de Durero, si bien podría compararse igualmente con otras obras renacentistas. Otros apuntan más bien a El Salvador con sus padres en Nazaret, de John Rogers Herbert, o a Jesús ayudando a José en su taller, de Annibale Carracci. Ahora bien, ninguno de esos títulos había provocado tanta polémica ¿Por qué éste sí?
Basta con echar un vistazo general a las críticas que se le hicieron para darse cuenta del nivel que alcanzó el asunto. Se atacó la pintura desde múltiples perspectivas, acusándola de medievalista y retrógrada, de representar a los miembros de la Sagrada Familia con aspecto de alcohólicos barriobajeros y de aplicar un realismo inadecuado para el tema. Las virutas desperdigadas por el suelo, el desorden, ese peculiar vestuario tan alejado de la moda clásica…
Lo peor, decían, eran los rostros asignados a los personajes, muy alejados de la belleza impostada y serena a la que se solía recurrir en el arte al tratar ese tema. Parecían haberse escogido modelos enfermos de raquitismo, alcoholemia o cualquier otra enfermedad de las que solían afectar a los estratos sociales más bajos a mediados del siglo XIX. Una auténtica familia obrera. Con razón se conoce el cuadro también como El taller del carpintero, a secas.
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