El cuadro constituye un documento sociológico y etnográfico, que ilustra como era el mercado de Elizondo, donde las etxekoandres vendían sus humildes productos.
El cuadro es un alarde en cuanto a composición y perspectiva. El pintor, realiza un juego de luces y sombras. Capta la atmósfera, y crea un espacio real.
En cuanto a la interpretación iconológica, Ciga no se queda en los citados virtuosismos técnicos y concentra toda su atención en el alma de sus protagonistas, aquellas caseras de vida difícil, que hacían frente a una cruda realidad, marcada en sus rostros y reflejada en sus resignadas e inquietantes miradas. Destaca la figura central, revestida de una gran dignidad moral. Su mirada incisiva, directa, nos interroga y nos lleva a hacer una reflexión sobre la condición humana.
La obra de Javier Ciga Echandi (1877-1960), hunde sus raíces en el posromanticismo y en el Realismo; del primero tomará su amor a la tierra y a las gentes que inspiraron su obra, del segundo su obsesión por plasmar la realidad, sin caer en el academicismo o el perfeccionismo vacío, logró trascender a lo que verdaderamente es importante y está detrás de la apariencia, que es el ser y la esencia que dan sentido y fundamento a su obra.
Ciga fue un pintor de amplio espectro, que trató géneros y técnicas muy diversas: retrato, pintura etnográfica y religiosa, paisajes vascos…
En “Cuadra” Ciga utiliza por primera vez, ya en 1910, el juego de luces y sombras aprendido de la observación directa de las obras velazqueñas, que más tarde pondrá en práctica en sus obras maestras. Un potente foco de luz que procede del exterior, al fondo, ilumina toda la estancia creando otras zonas de sombra y de transición a las mismas, representando así el espacio real donde se reparten los animales y las figuras femenina y masculina en el instante de realizar sus faenas, en un hábil ejercicio de composición y de cuidado detallismo en cada uno de los objetos y animales presentes.
“Niño con cerezas” (1910) es una soberbia obra de gama cromática sobria, de grises, pardos y ocres, avivada por los elementos rojos y naranjas del bodegón. Bien podía ser un niño de la calle, del Madrid de principios de siglo, un pícaro de apariencia pobre e interior rico, castigado con una vida difícil desde su más tierna infancia, que Ciga, como buen psicólogo, hace aflorar en este rostro un tanto enigmático y melancólico.
Dentro de la temática de las partidas de mus destaca esta obra, “Mus” datada entre 1925 y 1930. En ella aparecen siete figuras. La escena transcurre en el interior de una taberna; sobresale el magistral juego de luces y sombras y de sus zonas intermedias, creando así un espacio real. Las figuras de los hermanos Agustín y Eulalia Ariztia (cuñado y esposa del pintor) aparecen más abocetados y limitan el espacio del fondo. La escena se localiza en la Fonda Ariztia de la casa Etxenikea de Elizondo.
En una composición casi circular y muy armónica capta la esencia del juego, en la interrelación de las miradas vivas, astutas y hasta maliciosas, de los distintos personajes haciendo un estudio psicológico de los mismos. Entre ellos destaca la elegante figura del que está mirando, con bigote y anteojos binoculares (su pariente Simón Gartxitorena) que asiente con su mirada. La mesa marca un eje transversal, donde Ciga se recrea en los distintos objetos del juego como son los hamarrekos, cartas y el vaso de vino con sus transparencias
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