A Maribel
Mi patria es la alcoba
en penumbra de mi madre
la bicicleta, el desván
los guijarros del Noguera
y el vareo del almendro
antes de volver a clase.
Autor: Javier Solé
Ilustración: Van Gogh, “Floreciente rama de almendro en un vaso” (1888)
A comienzos del mes de marzo de 1888 Vincent se empieza a interesar por los almendros en flor, iniciando una serie en la que encontramos una magnífica relación con el arte japonés que tanto había estimado. Cortó una ramita de almendro y la colocó en un vaso de cristal, como anticipo de los lienzos que más tarde protagonizarán los árboles en los huertos. La rama florecida y su recipiente se depositan sobre un soporte donde las tonalidades amarillentas han sido aplicadas con una pincelada larga y rápida mientras que la pared del fondo es plana, obteniendo cierto volumen con la línea roja que la atraviesa. Sin embargo, en la rama florecida encontramos una mayor minuciosidad y pequeños toques de color crean el objeto.
Van Gogh se había ido a Arles esperando encontrar una luz cálida y colores mediterráneos, pero a su llegada halló, por el contrario, el campo cubierto de nieve. El episodio era excepcional para una región meridional y el artista pintor fue compensado por la explosión de la primavera. De manera especial lo fascinó el espectáculo de los árboles frutales en flor, cuya estructura sutil y elegante coronada por infinidad de pétalos blancos le recordaba también las lineas graciosas de las estampas japonesas. Vincent dedicó a este tema una extensa serie de cuadros, tratando de aprovechar todo lo posible el corto período de la floración.
En un vaso deliberadamente descentrado respecto al eje principal de la composición, hay una ramita de almendro: dando relieve al desarrollo diagonal de la planta, Van Gogh ha llenado completamente el espacio del que dispone. El plano de apoyo y la pared están pintados de manera sumaria; el primero está abocetado mediante rápidas pinceladas luminosas, con la sombra azul que proyecta el vaso rodeada de trazos amarillos y verdes; la superfice de la pared, más acabada, está ejecutada de manera plana, con una variación tonal que la divide en dos zonas asimétricas; el límite está marcado por una llamativa raya roja, del mismo color que el artista ha utilizado para firmar en el ángulo superior izquierdo. La mayor atención se centra en la protagonista de la escena, la ramita, cuyo grupo de capullos blancos, realizados con una factura muy fresca, llenan de vida la obra. Efectuando una simplificación radical, Van Gogh hace una pintura extremadamente equilibrada, cuya sobriedad se convierte en inmediata delicadeza. Una pequeña y modesta ramita de almendras en un cristal de paredes gruesas símbolo fascinante en su simplicidad del despertar de la naturaleza después de la hibernación.
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