la masovera (Joan Miro, 1923)

La campesina es representada de una manera próxima a la del primer Picasso cubista; es como si Miró estuviese haciendo una especie de repaso de todo lo aprendido antes de abandonarlo totalmente, dando un auténtico salto que nada tiene que ver con los progresivos cambios experimentados por su arte en estos últimos años. Síntesis de impronta cubista y la vena naturalista.

El gato y la campesina conservan todavía restos de un realismo que, por el contrario, el contexto espacial en el que se mueven ha perdido. Los colores, todos de gama muy oscura, sólo tienen luz y vivacidad en algunos detalles que van desde el blanco del turbante que envuelve la cabeza de la masovera, pasando por la pata del conejo que tiene en la mano, hasta las uñas de sus pies, en una especie de recorrido que nos lleva después al gato, a su lado, hasta el fondo, donde se ve un triángulo. El fondo de detrás de la mujer, con unas vigas, nos sitúa al parecer en el interior de una vivienda campesina.

La casa de la palmera (1918) representa un caserón en el campo. Encima de la puerta central hay un rótulo con la fecha 1919, y en el reloj de arriba se pueden divisar las líneas horarias. Todo está dibujado con muchos detalles y precisión, lo cual probablemente fue posible gracias a la dura luz sin sombras del Mediterráneo, que educa la mirada y la inteligencia en la claridad de los límites y ofrece siempre recompensas tangibles a la observación.

Miró se estableció en Mont-roig por primera vez en 1911, cuando tenía 18 años, para recuperarse de una larga enfermedad, y a lo largo de toda su vida siguió acudiendo a esa localidad buscando la paz y el sosiego necesarios para poder concentrarse y trabajar.

Esta pintura es característica del periodo detallista del artista, el cual duró desde 1918 a 1922, y coincide con un cambio profundo en su manera de pintar y un abandono de los colores fauvistas.

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