collige, virgo, rosas

25 Juny 2024

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlete los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

Autor: Luis Alberto de Cuenca

Ilustración: John William Waterhouse, “el alma de la rosa” (1903)

El alma de la rosa fue pintada cuando Waterhouse se encontraba en su madurez creativa. Una mujer la que domina el foco central de la pintura, dejando un aura de sensualidad, calidez y nostalgia que se difumina casi como un perfume con el fondo opacado por su belleza. Su encantadora protagonista se inclina para oler una rosa.

Toma una flor, pero sus manos son más delicadas y más suaves a la vista. La huele, recordando con melancolía el amor perdido. Con su otra mano, roza el muro gris que la encierra y que no la deja explotar su femineidad con plenitud.

El escenario de Waterhouse parece ser un jardín toscano amurallado, que evoca pinturas de artistas del siglo XIV como Fra Angelico. Tanto el paisaje como el patrimonio cultural le habrían resultado familiares a Waterhouse, que nació en Roma y regresó a Italia durante sus años de estudiante. La paradoja del jardín enclaustrado -algo abundante pero cerrado- encaja bien con el tema de Waterhouse. Así como el aroma de la rosa actúa como un agente embriagador, emblemático de la intensidad del amor, los límites del jardín reflejan la concentración de experiencia que implica la historia.