Aparece una niña muerta. No se puede apreciar la edad que tiene; es por lo menos una adolescente. Tiene las manos cruzadas sobre el pecho, los ojos cerrados.
Contemplan la muerta tres figuras jóvenes, mujeres, que apoyan sus bustos sobre la blanca superficie en donde yace la muerta. La de la derecha, rubia y bella, de mirada triste, recostada lánguidamente sobre sus brazos. La figura que le sigue, en el centro, es castaña, no contempla la muerta como las demás. Su mirada perdida… una tercera tiene las manos cruzadas al igual que la muerta y con la cabeza reclinada en la figura del centro. Su expresión es de asombro.
Por otra parte, tanto la particular cohorte de plañideras adolescentes como la niña yaciente han sido pintadas con facciones desmesuradamente grandes y pronunciadas, algo inusual en la estética de la pintora. Ese deseo de dotar de volumen y rotundidad a las figuras entronca la pintura con una forma expresionista de cubismo.
Al fondo se vislumbra un árbol frondoso en donde un ave blanca, que bien pudiera ser una paloma, vuela. El follaje del árbol deja entrar un círculo de luz blanca del cielo, aureola en donde queda contenida la paloma. A la derecha del árbol, una mujer se asoma a la ventana de una casa.
Esta figuración complementaria no es baladí. La paloma representa el alma -separada del cuerpo inicia el vuelo-. Es blanca, símbolo de la paz espiritual y de la pureza. Mayores conjeturas ofrecen la presencia del árbol y de la mujer. Esta última podría ser la madre de la niña muerta o ella misma en la vida, en una existencia que ya no tendrá.
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