
En la primavera de 1883, Seurat empezó a trabajar en su primer cuadro de gran formato, Un baño en Asnières, una composición de dos por tres metros. El motivo impresionista de la escena del baño adquiere en este cuadro un tamaño monumental. Las figuras miran hacia la cercana isla de la Grande Jatte, lugar que se convertiría en el escenario de su próximo cuadro de gran formato. Al fondo se pueden ver los modernos puentes y la zona industrial situada detrás de Clichy. Las figuras permanecen silenciosas, y la luz y los colores envuelven la escena con la atmósfera letárgica y calurosa de una tarde estival. Tan solo las embarcaciones del fondo, la barca atravesando el río y en especial el remero cortado por el borde derecho del cuadro permiten adivinar un movimiento apacible.
La obra representa una instantánea de la vida en los suburbios de París; de hecho Asnières era un área donde los parisinos concurrían únicamente en los días estivales para andar en barca o bañarse en las aguas del Sena. Pero Asnières ya había dejado de ser un idílico entorno en el campo y se había convertido en una ciudad-dormitorio para la población que trabajaba en el centro. Basándose en el aspecto y las ropas, como el bombín del hombre tumbado en primer plano, las figuras del cuadro se encuadran entre los miembros de la clase obrera y el artesanado que vivían en las afueras de Paris.
La obra presenta ya los rasgos fundamentales el estilo de Seurat: vegetación, agua y lejanía vibran y sus contornos se bañan en una atmósfera impresionista, pero las figuras humanas se dibujan con un perfil neto. Sus posturas no son casuales.
La pintura evoca el sopor de una calurosa tarde de sol, sin dejar de lado detalles urbanos como las chimeneas y las vías ferroviarias. No obstante, no logra transmitir el ambiente festivo a las orillas del río, ya que con su método puntillista las personas quedan «desposeídas de su individualidad».
Un baño en Asnières es la primera obra de Seurat que fue preparada con numerosos estudios y bocetos. Al contrario que los impresionistas, que pretendían plasmar el instante y por ello solían trabajar de forma espontánea en la naturaleza, Seurat preparaba sus obras meticulosamente. En el taller realizaba finalmente el cuadro grande combinando todos los estudios en una composición equilibrada para conseguir un todo unitario. Y una síntesis armoniosa de su doble orientación, impresionista y académica.

Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte es considerado por muchos una de las pinturas más relevantes del siglo XIX.
La isla de la Grande Jatte se encuentra en el río Sena, en París. Aunque durante muchos años fue un sitio industrial, en los últimos años pasó a albergar jardines públicos y un conjunto residencial. En 1884 era un paisaje bucólico alejado del centro de la ciudad.
Seurat tardó dos años en acabar esta pintura monumental. Obra de una asombrosa madurez para un hombre que aún no había cumplido los 30 años. Completó numerosos bocetos y esquemas preliminares antes de concluir el original. Se sentaba a menudo en los jardines y hacía numerosos bocetos de las distintas figuras a fin de perfeccionarlas. Exhibida durante la última exposición impresionista, causó sensación tanto por la novedad de su tema como por la innovadora técnica con que estaba realizada.
Representa, al igual que en “Un baño en Asnières”, un rato de ocio de los parisienses en un paraje a las afueras, junto al Sena. Pero si los protagonistas de “Un baño en Asnières” eran proletarios, en la Grande Jatte se mezclan burgueses y empleados. Es una representación de los parisienses acomodados pero hay una armonía al mantenerse en feliz compañía un corpulento remero junto a una exquisita dama de clase media o al lado de un caballero con sombrero de copa.
Sorprende especialmente la rigidez y el estatismo en la presentación de la inmensa mayoría de las figuras. Muchas figuras aparecen de frente o de perfil, reflejo de la influencia del arte del antiguo Egipto. Este estatismo dota de cierta intemporalidad al cuadro y las figuras aparecen como si estuvieran conteniendo la respiración. Totalmente inmóviles, prácticamente congeladas. No obstante, aunque lleve tiempo descubrirlo, algunas figuras aisladas introducen una pincelada de movimiento, un atisbo de vida en la niña que corre, el perro que salta en primer término.
El paisaje y las figuras fueron construidos con la técnica, característica de su autor, de la aplicación del color en estado puro. Seurat evitaba el término puntillismo y empleaba el de divisionismo. Los colores se aplican sobre el lienzo a base de pinceladas muy menudas (no siempre puntos) de tal manera que contemplados a la distancia oportuna se combinan en la retina.
Así, por ejemplo, en las partes bañadas directamente por el sol el color dominante se entremezcla con puntos de pigmento amarillo y naranja. En las zonas de sombra se combinan los azules.
Ahora bien, bajo la artificiosa y apacible tarde emerge un mono capuchino, símbolo del libertinaje. Y algunas de las figuras femeninas han sido vistas como prostitutas emperifolladas, elegantemente perfumadas a la espera de su captura. Hay quien ha querido ver en ello un mensaje cifrado sobre la hipocresía reinante en la sociedad de la época.
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