Se puede pintar el silencio, la soledad, la ausencia, Vilhelm Hammershøi (1864-1916), pintor danés, uno de los más importantes en la historia del país y también uno de los pintores más notables y misteriosos en Europa entre los siglos XIX y XX, lo hizo. Él pintó el silencio, la soledad y la ausencia.
La obra de Hammershøi se circunscribe a unos pocos motivos pictóricos: los interiores urbanos de las estancias donde vivió; una mujer solitaria, normalmente de espaldas, en un espacio doméstico; los retratos de familiares y amigos, algunos edificios monumentales de Copenhague y Londres, y los paisajes de la isla danesa de Selandia. Estos motivos insistentes crean una atmósfera misteriosa, en la que no hay acción aparente, y esta inmovilidad es una de las claves de su fascinación.
La escala de colores de Hammershøi está dominada por los tonos grises, ocres y marrones desaturados que en su paleta adquieren una extraña profundidad. Es uno de los pintores que ha sabido expresar mejor el tiempo de la soledad y la corporeidad de la luz.
Que no nos engañe la aparente simplicidad de su obra porque en la elección de estos temas sencillos radica una filosofía de vida, que no aspiró nunca a la estridencia ni a la belleza, pero sí a hacer trascendente lo cotidiano. Se podría decir, que sus cuadros están pintados para captar lo intangible: el silencio y el tiempo en complicidad con la luz.
El protagonista aquí, en Habitación de su casa (1901), es el espacio atemporal y la luz. Ésta es fundamental en la obra de Hammershøi, pero en contraste con los impresionistas y los pintores daneses de principios del siglo XIX, no se trata de una luz que revele, sino más bien, que inquieta. La luz en este cuadro adquiere una tangibilidad casi física, mientras que, en comparación, el suelo parece extrañamente etéreo e insustancial. La luz se representa como un fenómeno científico: ésta es la luz del sol, una luz que, tras atravesar el cosmos, ha llegado al fin a esta casa de Copenhague, donde su viaje concluye abruptamente en el suelo.
La luz del cuadro de Hammershøi, crea la sensación de duda, duda sobre el mundo creado a imagen y semejanza del ser humano, pero también sobre la providencia, sobre la existencia de Dios.
Las escenas que pinta están usualmente habitadas por figuras femeninas solitarias –e incluso cuando pinta parejas o grupos de personas, cada individuo parece perdido, aislado, en su propio mundo–, muchas veces retratadas de espaldas, para las que solía tomar como modelo a su esposa.
Pintado en 1899, Ida leyendo una carta, fue una de las primeras obras pintadas por Hammershøi en las habitaciones de su casa en el 30 de Strandgade de Copenhague. También repitió el tema con más color variando en la postura y los objetos en años posteriores. El elemento más definitorio de la composición es la calidad de la luz, que actúa creando un paisaje interior y melancólico de lo cotidiano, sin calor ni alegría. Frío, muy frío, pero evocador y de nuevo atemporal.
En este cuadro es donde mejor se puede apreciar su deuda con los pintores intimistas holandeses del siglo XVII que retrataron el mundo femenino dentro de la casa.
Hammershøi tiene algo de Vermeer y probablemente inspiró a Hopper. Su estilo puede ser catalogado como intimismo minimalista y la quietud de sus cuadros inquieta, como un mar sin olas, donde solo se espera la tormenta. Sus interiores juegan con la luz, el vacío y en sus obras falta siempre algo. Y esta sensación nos lleva a una desesperada espera. La tensión crece y se hace insoportable, pero en la pintura todo queda inmutable.
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