“Dejar luces encendidas en la estancia donde no queda nadie es un signo de religiosidad pagana”
(José Ángel Cilleruelo)
“La nada es la única gran maravilla del mundo”
(René Magritte)
El Imperio de las Luces (en francés: L’Empire des lumières) es el título de una sucesión de pinturas de René Magritte.
Cuando ves el cuadro por primera vez te inquieta y no sabes por qué. En una calle hay una casa con un farol encendido delante de ella y en un primer plano un árbol. Todo está silencioso y solitario, tan solo en las dos ventanas del piso superior hay luz. De él Magritte hizo varias versiones en los años 50.
El imperio de las luces presenta un escenario tranquilo: En una plaza silenciosa se alza una casa con un farol encendido delante de ella, en primer plano hay un árbol.
Las contraventanas de la casa están cerradas, excepto las de las dos ventanas del piso superior, en las que se ve luz. Todo es silencio. Los oscuros árboles que rodean la casa parecen velar la paz de la noche.
Pero poco a poco se advierte que una grieta atraviesa la representación; sobre el edificio y por encima de los árboles se divisa un cielo diurno despejado y lleno de corderos. Es parte del cuadro y, sin embargo, actúa como un cuerpo extraño, como un mundo contrapuesto, pues la luz que irradia no llega a la escena del primer plano. El día y la noche se entrechocan sin llegar a unirse. Forman parte de un mismo universo y, no obstante, son extraños entre sí, del mismo modo que los estados de vigilia y de sueño aparentemente nada tienen en común.
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