Sinopsis: Maixabel Lasa pierde en el año 2000 a su marido, Juan María Jaúregui, asesinado por ETA. Once años más tarde, recibe una petición insólita: uno de los asesinos ha pedido entrevistarse con ella en la cárcel de Nanclares de la Oca /Álava), en la que cumple condena tras haber roto sus lazos con la banda terrorista. A pesar de las dudas y del inmenso dolor, Maixabel accede a encontrarse cara a cara con las personas que acabaron a sangre fría con la vida de quien había sido su compañero desde los dieciséis años.
Bollaín demuestra un dominio magistral de su oficio en la que es su película más redonda.
“Maixabel pone en imágenes una historia real, enclavada en 2014, poco conocida y muy necesaria para entender que la empatía y la capacidad del ser humano para perdonar y dejar el odio atrás, para comenzar de nuevo a construir, no conocen límites. La de varios asesinos arrepentidos y desvinculados de la banda terrorista mientras cumplían condena en una cárcel de Álava, que se prestaron voluntarios para participar en encuentros con víctimas de su violencia, a quienes responderían cualquier pregunta que quisieran hacerles. Desde su contundente prólogo, la directora y su coguionista Isa Campo dejan claro que su intención no es la de restar atrocidad al asesinato a sangre fría que los terroristas (Ibon Etxezarreta, Luis Carrasco y Xabier Makazag) cometieron aquel 29 de julio de 2000, cuando se acercaron al político socialista Juan María Jaúregui por la espalda en una cafetería de Tolosa y le dispararon dos tiros en la nuca. De hecho, vemos a los asesinos vanagloriarse de ello y cómo se encararon con los jueces durante su procesamiento, ante la mirada de la desconsolada viuda.
Esta mujer, la Maixabel del título, es la gran protagonista de la cinta. Una persona rota por el dolor de haber perdido a su esposo cuando este había viajado hasta Tolosa para celebrar sus bodas de plata. Pero, también, una mujer valiente y abierta a sentarse ante los verdugos, mirarles a los ojos y escuchar lo que tienen (y necesitan) decirle. Blanca Portillo está admirablemente contenida en una de esas interpretaciones que nacen desde el respeto y la admiración hacia la persona real a quien rinde homenaje. Sus miradas navegan con maestría desde la indignación y la rabia hasta la compasión, mostrando a una Maixabel Lasa frágil y cercana en sus escenas familiares –maravillosa la contribución de la joven María Cerezuela en el papel de la hija, sobre todo en ese dramático momento en que, sin palabras, recibe la noticia de la muerte de su padre, lanzando un grito desgarrador capaz de encoger el alma del espectador– y a otra más entera y fuerte en sus careos, primero con Luis Carrasco (Urko Oloazabal, magistral en su pulso interpretativo ante la gran Portillo), y, finalmente (y ya fuera de las paredes de la prisión), con Ibon Etxezarreta, personaje que le ofrece a Luis Tosar una nueva oportunidad de demostrar por qué es uno de los grandes actores de nuestro cine. Ambos intérpretes, Oloazabal y Tosar, consiguen el reto de humanizar a estos asesinos que una vez lucharon por una causa nacionalista e independentista en la que creían, pero que nunca se pararon a pensar en los monstruosos métodos. Resulta chocante oírles explicar cómo, antes de su proceso de autocrítica y aceptación de la culpa, no se sentían responsables de ese dolor, escudándose en que sus crímenes no respondían a cuestiones personales, sino que eran objetivos, para ellos anónimos, que se les encargaba hacer desaparecer, sin más. Escucharles confesar que echaban a suertes a quién le correspondería apretar el gatillo en cada misión y cómo ese hacerlo era considerado un privilegio, es algo capaz de indignar y herir la sensibilidad de cualquiera. Pero lo hacen como un acto de sinceridad a alma descubierta, no temiendo dibujar el monstruo que una vez fueron ante la viuda de su víctima para buscar un perdón más fácil.
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“…lo que ofrece Maixabel es algo mucho más universal. Habla de personas y de los caminos que tienen que recorrer para sanar sus heridas. Víctimas y verdugos deben recorrer sus diferentes viajes, las primeras para encontrar un sentido a una barbarie que, desde luego, no la tiene, y los segundos, para tratar de enmendar, dentro de lo posible, parte del daño causado, una vez que se han convertido en unos despojos de la sociedad en la que son señalados como traidores por sus ex compañeros de ETA y odiados por el resto.
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Bollaín ha alcanzado una madurez como directora total, tanto en el trabajo con los actores (todos y cada uno de los secundarios están perfectos), como en el modo en que afronta las escenas más cruciales (las dos reuniones de la protagonista con sus victimarios, jugando al plano/contraplano para exprimir cada gesto estas personas) y la sutileza con la que refleja el tormento interior de sus criaturas –no solo en esa prodigiosa escena en la que Tosar recorre en coche unas calles en las que cada lugar le recuerda los crímenes cometidos, con esos sonidos de disparos o explosiones resonando en su cabeza, sino también en aquellas más intimistas que Ibon comparte con su madre, donde detecta en la cansada mirada de la anciana cuánto dolor creó a su familia–.” (José Martín León)
“Película de detalles, de silencios, de miradas que se encuentran y que no, de guión, pero sobre todo es una película de personajes. De actores. De actrices. No hay paz ni perdón para víctimas ni victimarios, habitantes de hermosos lugares para pasear con escolta. Un lugar donde el círculo vicioso eterno de culpas y miedos a duras penas deja lugar a la razón.” (Kiko Vega)
“La ‘Maixabel’ de Bollaín es un alegato a la concordia, la capacidad de perdón y el arrepentimiento, en el que la directora pone por delante la necesidad de emocionar a través del dolor de los personajes frente a la narrativa cinematográfica. Bollaín opta por líneas temporales paralelas, saltando del punto de vista de la mujer al de los terroristas.” (Marta Medina)
“En tiempos en los que la crispación política, los delitos de odio y la instrumentalización ideológica parecen haberse convertido en moneda común en la sociedad española, no debe de extrañarnos la existencia de una película como Maixabel, que reivindica el perdón como método curativo de las heridas del terrorismo y cree a pies juntillas en el arrepentimiento y reinserción de algunos de los miembros del cuerpo ejecutor de ETA. Sabiendo que está trabajando con material altamente sensible -los encuentros que Maixabel Lasa, viuda del exgobernador civil Juan José Jauregui, mantuvo con dos de los asesinos de su marido-, Icíar Bollaín y su coguionista Isa Campo alternan los puntos de vista de víctimas y verdugos para explicar algo que, a priori, solo puede entenderse desde el equilibrio de la objetividad.” (Sergi Sánchez)
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