El grito (Munch, 1893)

30 Novembre 2011

”No pinto lo que veo sino lo que vi”.

El cuadro vibra con una fuerte expresión de conflicto y tensión: el personaje central apoyado en la baranda de un puente, la boca abierta, el rostro entre las manos, la expresión de angustia y la distorsión de colores.

El propio Munch describió las circunstancias que rodearon la creación de la obra:

“Estaba caminando a lo largo de un sendero con dos amigos. Se estaba poniendo el sol, y de pronto el cielo se tornó de un color rojo sangre.
Hice una pausa, sintiéndome exhausto, y me apoyé en la cerca. Había sangre y lenguas de fuego sobre el fiordo de color negro azulado y sobre la ciudad.
Mis amigos siguieron caminando y yo me quedé ahí temblando de ansiedad y sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza”.

La obra se ha convertido, según los críticos, en un símbolo de la enajenación del hombre moderno.

“Sin el miedo y la enfermedad mi vida sería como un bote sin remos.”

Con estas desgarradoras palabras describía el pintor noruego Edgard Munch (1863-1944) la característica básica de sus obras. Sabemos que el artista tuvo una vida familiar muy desgraciada: su madre murió víctima de una tuberculosis cuando el tenía cinco años y de la misma enfermedad falleció una de sus hermanas algunos años después. Por otra parte, su padre, al parecer un hombre muy severo, trató de transmitirle sus propias ideas acerca de la naturaleza pecaminosa del hombre y la posibilidad de castigo divino. Se considera incluso que el propio artista debió padecer una psicosis de carácter maníaco-depresivo.

Todo ello puede quizás explicar la escena a la que asistimos.

Se trata de una composición bastante sencilla en la que sobre un puente o pasarela de madera avanza una figura deforme y grotesca, casi cadavérica, que se lleva las manos al rostro mientras emite el angustioso grito que da título al cuadro. En un segundo plano hallamos otras dos figuras, ya completamente desdibujadas. Sabemos, por declaraciones del propio artista, que el paisaje que figura al fondo es el fiordo de la ciudad de Oslo e incluso alcanzamos a ver alguna construcción (a la derecha) y las siluetas de dos pequeñas embarcaciones (a la izquierda). Todo ello se ha realizado empleando una gama de colores en la que junto al negro destacan los fuertes tonos de azul, rojo y naranja.

Han corrido ríos de tintas tratando de dilucidar en qué consiste ese “grito” con el que clama el dantesco personaje del cuadro. Parece evidente que ese grito que atraviesa la naturaleza y que el pintor pudo percibir, está originado por la sensación de melancolía que desencadena la puesta de sol, como nos habrá sucedido a muchos de nosotros en multitud de ocasiones, más acentuada en el caso de la conflictiva personalidad de nuestro artista. Pero conforme lo vemos en el cuadro, en cualquiera de sus versiones, el grito, o más bien el aullido de angustia del personaje, acaba por contagiar al paisaje, que se curva y se retuerce como si una oleada de miedo atravesase la propia naturaleza. Sólo la pasarela mantiene su rectitud. Todo ello explica la polivalencia semántica de este cuadro. El rostro del personaje, trazado en rasgos tan básicos que haría las delicias de cualquier friki amante de los zombies, nos transmite multitud de emociones: miedo, terror, angustia, ansiedad, desesperación, soledad.

En resumen, Munch logró sintetizar en esta obra un tema cuya esencia es casi puramente filosófica. En el mundo contemporáneo que se disponía a finalizar el siglo XIX los grandes problemas del hombre seguían siendo los mismos de siempre; los que ya estaban presentes en las pinturas de las cuevas paleolíticas y en los relieves del arte románico.

Munch inmortalizó esta impresión en el cuadro La desesperación, que representa a un hombre con un sombrero de copa, de medio lado, inclinado sobre una prohibición y en un escenario similar al de su experiencia personal. Es el embrión de “El Grito”.

No contento con el resultado, Munch pinta un nuevo cuadro, esta vez con una figura más andrógina, de frente, mostrando el rostro, y con una actitud menos contemplativa y más activa y desesperada.

Según parece la fuente de inspiración para esta estilizada figura humana podría haber sido una momia peruana que Munch vio en la Exposición Universal de París en 1889.


Menos tu vientre

26 Novembre 2011

Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío turbio.
Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.

Autor: Miguel Hernández


Ilustración: Fotografía de Jan Saudek, “First kiss a little brother” (1982)


Hago versos señores

20 Novembre 2011


Hago versos señores, hago versos,
pero no me gusta que me llamen poetisa,
me gusta el vino como a los albañiles
y tengo una asistenta que habla sola.
Este mundo resulta divertido,
pasan cosas señores que no expongo,
se dan casos, aunque nunca se dan casas
a los pobres que no pueden dar traspaso.
Sigue habiendo solteras con su perro,
sigue habiendo casados con querida
a los déspotas duros nadie les dice nada,
y leemos que hay muertos y pasamos la hoja,
y nos pisan el cuello y nadie se levanta,
y nos odia la gente y decimos: ¡la vida!
Esto pasa señores y yo debo decirlo.

Autora: Gloria Fuertes

Ilustración de Carl Spitzweg, “El poeta pobre” (1687).


P. Brueghel, 1568: Boda campesina y Danza campesina

18 Novembre 2011

Tanto en La boda campesina (arriba) como en La danza campesina (abajo) se nos retrata la áspera alegría del populacho campesino; maltratados y mal alimentados durante su existencia, aunque en ocasiones un campesino próspero celebraba una boda con prodiga e insultante generosidad; en la boda campesina, podemos apreciar un banquete donde los invitados vacían sus platos y sus jarras y en la danza campesina, vemos un grupo de aldeanos flamencos que pasan el día en una taberna y donde unos charlan, otros beben y otros bailan. Incluso al fondo puede vislumbrarse una pareja de enamorados que se besan efusivamente.

La fiesta se celebra en un granero en la primavera; dos espigas de cereal con un rastrillo recuerdan el trabajo que implica la cosecha, y la vida tan dura que llevan los campesinos. Los platos los llevan sobre una mesa que han quitado de sus bisagras. Un niño lame el plato vacío deleitándose con unos manjares que no prueba habitualmente.

Se sabe muy poco de la personalidad de Brueghel, aparte de estas pocas líneas de Carel van Mander:

«Era un hombre tranquilo, sabio y discreto, pero en compañía, era divertido y le gustaba asustar a la gente o sus aprendices con historias de fantasmas y cientos de otras diabluras.»

La vida social de Brueghel se extendió mucho más allá del círculo intelectual, asistiendo voluntariamente a bodas campesinas a las que se hacía invitar como «pariente o paisano» de los esposos. Recibió el apodo de «Brueghel el Campesino» por su supuesta práctica de vestirse como un campesino para mezclarse en las bodas y otras celebraciones, obteniendo así inspiración y detalles auténticos para sus pinturas de género.

Van Mander cuenta algunas anécdotas, un poco fantasiosas, como su intromisión en el matrimonio con su amigo Hans Frankaert, joyero de Amberes: “En compañía de Franckert, a Brueghel le gustaba visitar a los campesinos, en las bodas o ferias. Los dos hombres se vestían como los campesinos, e incluso como los demás invitados llevaban regalos, y se comportaban como si pertenecieran a la familia o pertenecían al círculo de uno u otro de los esposos. Le encantaba observar las costumbres de los campesinos, sus modales en la mesa, bailes, juegos, formas de cortejo, y todas las bufonadas que podían ofrecer, y que el pintor supo reproducir, con gran sensibilidad y humor, con el color, tanto a la acuarela como al óleo, siendo muy versado en las dos técnicas. Conocía bien el carácter de los campesinos y campesinas de Kempen y de sus alrededores. Sabía cómo se visten al natural y pintar sus gestos groseros cuando bailaban, caminaban o se quedaban en pie mientras se dedicaban a tareas diferentes”


No llencis les cartes d’amor

16 Novembre 2011

Elles no t’abandonaran.
Passarà el temps, s’esborrarà el desig
-aquesta fletxa d’ombra-
i els rostres sensuals, intel•ligents, bellíssims,
s’ocultaran en un mirall dins teu.
Cauran els anys i avorriràs els llibres.
Davallaràs encara,
i perdràs, fins i tot, la poesia.
El soroll fred de la ciutat als vidres
anirà esdevenint l’única música,
i les cartes d’amor que hauràs guardat
la teva última literatura.

Autor: Joan Margarit

Ilustración de Robert Doisneau “el beso del hotel de ville” (1950)


Instantes

13 Novembre 2011

Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años…
y sé que me estoy muriendo.

Autora: Nadine Stair, atribuido erróneamente a J.L. Borges

Ilustración de Salvador Dalí, “El viejo de Port Dogué” (1921).


Mercado de algodón (Edgard Degas, 1873)

9 Novembre 2011

Degas y su habilidad para el dibujo consiguen un cuadro de unas oficinas modernas y de unos personajes anodinos, trabajando unos y retozando, otros.

La familia de la madre de Degas, Célestine Musson, residía en Nueva Orleans donde se dedicaba al comercio del algodón. El pintor quiso viajar a Estados Unidos para conocer a esta rama familiar y marchó hacia allí, acompañado de sus hermanos René y Achille, en 1872. Entre octubre de ese año y marzo del siguiente permanecieron en América; allí realizaría esta maravillosa escena en la que muestra una oficina de compraventa de algodón. Concretamente tomó como punto de referencia la de su tío materno, Michel Musson, el hombre que aparece en primer plano comprobando la calidad de la partida de algodón que acaba de llegar y que se coloca sobre la mesa. Tras él, sentado en una silla y leyendo un periódico local encontramos a René Degas mientras que Achille se apoya en el marco de una de las ventanas del fondo, cruzando las piernas en actitud de espera. El resto de los trabajadores se reparten por el espacio pictórico de una manera muy organizada, pensando mucho la composición y sin dejar nada al azar.

Degas ha querido mostrar la frenética actividad de una oficina de algodón, como si abriésemos una de las puertas pero nadie pudiese vernos. Desde una de las esquinas de la sala, en una perfecta perspectiva al elevar el suelo a medida que avanzamos, nos introduce en la escena al situar a su tío, con las piernas truncadas en el plano del espectador, al igual que la papelera.

La obra está relacionada con las pinturas de género que se realizaban en la Inglaterra victoriana más que con la temática impresionista; quizá se deba al deseo de satisfacer a su familia americana o para venderlo a un fabricante de hilados.

Unos años más tarde, en esta pintura “En la bolsa”, el artista produjo un nuevo ejemplo de este estilo. De hecho, lo que podría parecer a una simple escena de la vida parisina es esencialmente un retrato, el del banquero Ernest May, coleccionista y admirador de Degas donde se reproduce las características especiales de su profesión si bien el pintor observa el tema con una cierta distancia. Como hijo de un banquero, Degas conocía el mundo de los fabricantes de dinero, aunque se negara a participar en él; los sentimientos hacia el mundo de las finanzas quedan reflejados en las grotescas figuras de la izquierda, al fondo. De este modo, Degas realiza un retrato que es, al mismo tiempo, representación del grupo social al que pertenece el banquero.


Era

6 Novembre 2011

Era un acúmulo de pasos,
una hierba veraniega,
el beso en un portal oscuro,
un jabalí en la noche de las trufas,
un ansia de seguir viviendo,
un colibrí.

Era un exilio amortizado,
un futuro colmado de recuerdos,
el beso que amanece,
el amor que vive agonizando,
la maldición,
el barrio que se muda desolado.

Era un rincón sin paredes,
el agua en la pecera seca,
el beso en la pasión fugaz,
un terciopelo,
un seis con cinco en cuatro,
la colección de fotos.

Era la película de un niño,
un aura sin presagio,
algo trivial,
el ojo que mira la sospecha,
el inquietante rumor,
la magnolia sin fragancia.

Era el fulgor agazapado en la tiniebla,
una presencia,
el beso que renuncia a la caricia,
la grieta en el desvelo,
el rocío de la hora que despierta,
el silencio de la nieve.

Era tu arte
y tu sombra durmiendo entre las rocas,
tus besos jugando al escondite,
tu gesto en la distancia del ausente,
tu paz en la guerra del ocaso.
Eras vos cruzando la alameda.

Autor: Gabriel Alejo Jackobis Polack

Ilustración de Vicent van Gogh, “un par de botas” (1886).

Fuente original:

http://paramiuncortado.wordpress.com/2011/05/19/era/

Poema de “El libro y el poeta”

Para adquirir ejemplares contactar con gabrielalejo@gmail.com


Naturaleza muerta con zapato viejo (Joan Miró, 1937)

2 Novembre 2011

Naturaleza Muerta del Zapato Viejo (1937) es una de las piezas más emblemáticas de la producción de Joan Miró, si bien no es la más representativa. Una sensación de angustia domina todo el lienzo.

El zapato viejo, el triste mendrugo de pan, el tenedor desproporcionado… son símbolos que llenan la escena de desasosiego, una sensación intensificada por la fuerza de los colores vivos que destacan sobre el fondo negro de la tela.

Para comprender la obra es necesario situarla en su contexto, que es, por una vez esencial: la angustia provocada por la tragedia de España.

Esta obra es el Guernica de Miró. No ilustra un episodio de la Guerra Civil Española, no representa los horrores de la guerra, pero expresa eso.

Un cuadro que reproduce la sensación de angustia, de dolor, de pánico que en España se estaba viviendo. Esa sensación brutal se intensifica por el empleo de una luz nocturna, irreal, agobiante, represora. Miro lleva a cabo una división de las superficies en negros, verdes, amarillos y rojos, que parecen manchas fantasmagóricas.

El incendio de colores destruye y recompone los objetos y lucha rabiosamente o disimuladamente con los trozos de oscuridad, las formas negras y las sombras proyectadas contra el cielo alucinado. Una iluminación dura parece venir de delante de la tela, pero los su foco es impreciso o más bien móvil y movedizo como las llamas de un incendio.

La naturaleza muerta tiene las grandes proporciones de la tragedia, y la pobreza usual de los objetos que la componen acentúa aún más esta sensación.
En esta obra consigue una relación entre el zapato y el resto de los elementos colocados sobre la mesa, la botella, una manzana con un tenedor clavado, y un mendrugo de pan. En el tratamiento de los colores consigue un efecto de una máxima agresividad ya que son tonos ácidos y violentos.

Los objetos elegidos son muy sencillos y simples, y están tratados con esa sencillez y simpleza que caracteriza al pintor, pero adquieren un carácter simbólico; por ello distorsiona el zapato que se hace enorme y el tenedor descomunal, tenedor que pincha de forma salvaje una patata. La botella parece vigilar la escena, de ella parecen salir duendes, figuras irreales que contemplan con una carcajada la brutalidad innecesaria en la que una nación ha caído.

Miró no volverá a emplear esa violencia y agresividad de colores, es sólo en esta ocasión y por encargo de la Exposición Universal de París.

Por ejemplo, en “La esperanza del condenado a muerte” (1974), pintado con motivo de la ejecución del militante anarquista Salvador Antich, las sucesivas representaciones muestran una mancha que va cambiando de color de acuerdo con las transformaciones de una línea negra en un espacio llenado de salpicaduras y goteos de pintura. El paralelismo con la vida truncada de los ajusticiados se establece con la línea que no llega nunca a completarse.


Elegy (Isabel Coixet, 2008)

1 Novembre 2011


Sinopsis: David Kepesh, un carismático profesor, está orgulloso de seducir a alumnas deseosas de probar experiencias nuevas; sin embargo, nunca deja que ninguna mujer se le acerque demasiado. Pero cuando la hermosa Consuela Castillo entra en su clase, su barniz de protección se disuelve. Esta belleza de cabellos negros como el azabache le cautiva a la vez que desconcierta. A pesar de que Kepesh afirma que su cuerpo es una obra de arte perfecta, Consuela es más que un objeto de deseo. Es una persona con un gran sentido de su identidad y una intensidad emocional que hace que se tambaleen las ideas preconcebidas del profesor. Consuela se convierte en una obsesión para Kepesh, pero al final sus celos y sus fantasías de traición acabarán por apartarla de él. Destrozado, Kepesh afronta los estragos del tiempo, sumergiéndose de lleno en el trabajo y sufriendo la pérdida de viejos amigos. Entonces, dos años después, Consuela vuelve a aparecer en su vida con una petición apremiante y desesperada que lo cambiará todo.
Recibe una llamada inesperada en Nochevieja. Consuela, que necesita urgentemente verle, se presenta en su piso esa misma noche. Las noticias que trae invertirán el orden de las cosas. Kepesh descubre que las consecuencias del amor dejan huellas aún más profundas.

“Echaba de menos todos los sitios a los que nunca fuimos”, palabras de Consuelo a David.

Elegy trata con sinceridad temas como el amor, la seducción, el miedo, los celos y la pérdida de alguien querido. Sexualidad calculada y romanticismo erudita en una versión formalmente impecable que no respira la misma atmósfera que otras cintas anteriores (“Cosas que nunca te dije”, 1996; “Mi vida sin mi”, 2003; “La vida secreta de las palabras”, 2005).

Coixet es conocida por su intensa concentración en las vidas interiores de sus personajes. La película presenta el combate de pasión entre una extraordinaria joven, Consuela, y un sofisticado profesor de universidad, David, sin tomar partido ni emitir juicios finales. Lo que fácilmente podría considerarse una historia de seducción de orientación masculina y sus consecuencias, se convierte en una profunda investigación sobre el poder del amor. En Elegy, David Kepesh intenta escapar por medio del sexo; sin embargo, al final, a través del sexo es como encuentra el amor.

Especialmente brillante es la escena de un solitario y abatido David en la pista de squash que se pregunta «¿yo a quién quiero engañar?»), mientras la pelota rueda por el suelo de la pista.

“Al final, nos queda una peculiar historia de amor que surge donde menos se espera y que se afianza con la ausencia, donde lo sexual queda desprovisto de cualquier sentido moral y adquiere la ternura que el original literario no tenía, que mira al matrimonio como cárcel y fuente de problemas. También esconde un temor al paso del tiempo y la llegada de la vejez, con la muerte como la nada que todo lo devora. Aun permaneciendo en las coordenadas temáticas de Isabel Coixet, la cinta rebaja su intimismo y las emociones quedan devaluadas, por lo que sus admiradores pueden quedar un poco decepcionados con esta historia de cuerpos y almas enfermos.” (Julio Rodríguez Chico)

Isabel Coixet es una directora que no admite medias tintas: sus seguidores son incondicionales, y sus críticos acérrimos. Su particular concepción del cine, basada en un innegable dominio visual pero en unos guiones con demasiadas trampas, representaba un cóctel arriesgado en el que todo dependía del aspecto con el que el espectador quisiera quedarse: si entraba en su propuesta, el disfrute, lagrimones incluidos, estaba asegurado; si no, el aburrimiento, o incluso la exasperación, estaban ahí aguardando al pobre incauto.

Lo que cuenta es el resultado: una cinta profundamente humana, en la que el ansia por el diseño del plano, por la perfección artificial tan útil en la creación publicitaria pero tan venenosa en el cine, deja paso a una narración emotiva, enormemente triste… y sobre todo, creíble”. (Almudena Muñoz Pérez)