”No pinto lo que veo sino lo que vi”.
El cuadro vibra con una fuerte expresión de conflicto y tensión: el personaje central apoyado en la baranda de un puente, la boca abierta, el rostro entre las manos, la expresión de angustia y la distorsión de colores.
El propio Munch describió las circunstancias que rodearon la creación de la obra:
“Estaba caminando a lo largo de un sendero con dos amigos. Se estaba poniendo el sol, y de pronto el cielo se tornó de un color rojo sangre.
Hice una pausa, sintiéndome exhausto, y me apoyé en la cerca. Había sangre y lenguas de fuego sobre el fiordo de color negro azulado y sobre la ciudad.
Mis amigos siguieron caminando y yo me quedé ahí temblando de ansiedad y sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza”.
La obra se ha convertido, según los críticos, en un símbolo de la enajenación del hombre moderno.
“Sin el miedo y la enfermedad mi vida sería como un bote sin remos.”
Con estas desgarradoras palabras describía el pintor noruego Edgard Munch (1863-1944) la característica básica de sus obras. Sabemos que el artista tuvo una vida familiar muy desgraciada: su madre murió víctima de una tuberculosis cuando el tenía cinco años y de la misma enfermedad falleció una de sus hermanas algunos años después. Por otra parte, su padre, al parecer un hombre muy severo, trató de transmitirle sus propias ideas acerca de la naturaleza pecaminosa del hombre y la posibilidad de castigo divino. Se considera incluso que el propio artista debió padecer una psicosis de carácter maníaco-depresivo.
Todo ello puede quizás explicar la escena a la que asistimos.
Se trata de una composición bastante sencilla en la que sobre un puente o pasarela de madera avanza una figura deforme y grotesca, casi cadavérica, que se lleva las manos al rostro mientras emite el angustioso grito que da título al cuadro. En un segundo plano hallamos otras dos figuras, ya completamente desdibujadas. Sabemos, por declaraciones del propio artista, que el paisaje que figura al fondo es el fiordo de la ciudad de Oslo e incluso alcanzamos a ver alguna construcción (a la derecha) y las siluetas de dos pequeñas embarcaciones (a la izquierda). Todo ello se ha realizado empleando una gama de colores en la que junto al negro destacan los fuertes tonos de azul, rojo y naranja.
Han corrido ríos de tintas tratando de dilucidar en qué consiste ese “grito” con el que clama el dantesco personaje del cuadro. Parece evidente que ese grito que atraviesa la naturaleza y que el pintor pudo percibir, está originado por la sensación de melancolía que desencadena la puesta de sol, como nos habrá sucedido a muchos de nosotros en multitud de ocasiones, más acentuada en el caso de la conflictiva personalidad de nuestro artista. Pero conforme lo vemos en el cuadro, en cualquiera de sus versiones, el grito, o más bien el aullido de angustia del personaje, acaba por contagiar al paisaje, que se curva y se retuerce como si una oleada de miedo atravesase la propia naturaleza. Sólo la pasarela mantiene su rectitud. Todo ello explica la polivalencia semántica de este cuadro. El rostro del personaje, trazado en rasgos tan básicos que haría las delicias de cualquier friki amante de los zombies, nos transmite multitud de emociones: miedo, terror, angustia, ansiedad, desesperación, soledad.
En resumen, Munch logró sintetizar en esta obra un tema cuya esencia es casi puramente filosófica. En el mundo contemporáneo que se disponía a finalizar el siglo XIX los grandes problemas del hombre seguían siendo los mismos de siempre; los que ya estaban presentes en las pinturas de las cuevas paleolíticas y en los relieves del arte románico.
Munch inmortalizó esta impresión en el cuadro La desesperación, que representa a un hombre con un sombrero de copa, de medio lado, inclinado sobre una prohibición y en un escenario similar al de su experiencia personal. Es el embrión de “El Grito”.
No contento con el resultado, Munch pinta un nuevo cuadro, esta vez con una figura más andrógina, de frente, mostrando el rostro, y con una actitud menos contemplativa y más activa y desesperada.
Según parece la fuente de inspiración para esta estilizada figura humana podría haber sido una momia peruana que Munch vio en la Exposición Universal de París en 1889.
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