Un pájaro cayó y luego otro y otro más, hasta que miles de ellos aleteaban sobre tejados, parabrisas, alféizares, asfalto. Salimos asustados de los coches, las casas. Corrimos. Gritamos. Algún niño lloró. Al unísono dejaron de agitarse las plumas. En sus ojos pequeños nos miraba el final.
quiero decirte adiós, adiós por siempre, padre, ya nos llegó la muerte, padre, y yo quiero vivir, y tengo tanto miedo de esta muerte de esta muerte dicen que a los niños los tiran vivos a la fosa. Adiós por siempre padre padre ich habe solche Angst vor diesem Tod.
Autor: Anna Rossell
A Judith, una nena de dotze anys,
Esitmat pare,
vull dir-te adéu, adéu per sempre, pare, ja ens ha arribat la mort, i jo voldria viure, pare, i tinc tanta por d’aquesta mort d’aquesta mort diuen que els nens petits els llencen vius al fossar. Adéu per sempre pare pare ich habe solche Angst vor diesem Tod.
Para los nazis tan solo era el prisionero número 26947, pero su nombre era Czesława Kwoka (Wólka Złojecka, Polonia, 15 de agosto de 1928 – Auschwitz, 12 de marzo de 1943) fue una niña católica polaca que murió asesinada en el campo de concentración de Auschwitz a la edad de 14 años.
Czesława Kwoka fue una de los 230.000 niños y jóvenes menores de 18 años, entre 1.300.000 personas, que fueron deportados a Auschwitz-Birkenau entre los años 1940 y 1945.
Los escaparates del Paseo de Gracia. El monumento a la Victoria. La Fuente Mágica de Montjuïc. El templo inacabado. El Pati dels Tarongers. El pebetero de las Olimpiadas.
Nunca serán mi ciudad.
Construyo Barcelona en mi recuerdo:
Las tardes de verano en el cine Levante. La despedida de los amantes en la Estación de Francia. Los presos de la Modelo. Los muertos del Campo de la Bota. La llegada de los inmigrantes. Las putas y los borrachos del Barrio Chino.
Entre las fiestas alocadas de Boccacio y la noche de flamenco en el Somorrostro yo elijo a Carmen en la orilla de la playa.
Prefiero los grafitis en un muro de la periferia al Museo Picasso.
Antepongo a la tumba de Durruti el sueño de un niño enterrado que escucha el mar.
Autor: Javier Solé
Fotografía: Colita, “Carmen Amaya y los Tarantos” (1963)
“Por la calle abajo pasa cada día la mujer que quiero Por la calle abajo y al mirar sus ojos de dolor me muero”
(Leandro A. R. Rodríguez/Juan Bautista Paz Pérez)
“vergeles súbitamente en llamas”
(Txema Anguera)
He regresado al barrio -último tramo del viaje- Y ella entre los escombros De una ciudad vencida Me sigue exhortando al amor. Ya no es pasión, quizás ternura. De todo y de nada. Tiempo para agradecer La dicha en el vertedero La geografía de su piel Y la rumba del suburbio.
Dilapidar lo intangible Y después de doce lustros La chica de la Verneda -continente adolescente- Aparece como antaño.
Ese perdido temblor Que secunda este final.
Autor: Javier Solé
Fotografía: Colita, “La noia de la Verneda” (1979)
LA NOIA DE LA VERNEDA
He tornat al barri -últim tram del viatge- I ella enmig dels enderrocs D’una ciutat vençuda Em continua exhortant a l’amor. Ja no és passió, potser tendresa. De tot i de res. Temps per a agrair Aquest goig en l’abocador La dolçor de la seva pell I la rumba del suburbi.
Dilapidar l’intangible I després de dotze lustres La noia de la Verneda -continent adolescent- Apareix com antany.
La brisa d’aquest vespre quasi ens jura que l’estiu serà bo. No patirem calor, tindrem més gana i set, beurem l’amable vi, i la temperatura
del cos ens donarà allò que perdura quan sembla que a l’amor li falta un rem. Seràs, vora la mar, l’única altura que espero de la sort, i tornarem
a una altra joventut, i la tindrem a la sang cada nit, com una fura. Sense comèdia ni literatura, com tu m’has ensenyat, esculpirem
les hores perquè sempre estigui viu, en el cor de l’hivern, el nostre estiu.
Autor: Pere Rovira
Fotografía: Man Ray, “El violín de Ingres” (1924)
“El violín de Ingres” hace referencia a las dos aberturas del instrumento que Man Ray dibujó con tinta china en las espaldas de su amante, la maravillosa Kiki de Montparnasse.
Dándole a ese desnudo femenino el cuerpo sonoro de un violín, surge toda una cadena de asociaciones condicionada, y no sólo por el título de la obra.
Man Ray dota a la foto de una especial intensidad erótica, similar a la célebre “bañista” de Ingres. Tanto el título como el turbante es un homenaje al maestro.
La fotografía acabó de consagrar a Kiki como musa de todos los artistas de Montparnasse. Desgraciadamente, pasó sus últimos años de vida en un hospital mental. A su muerte, Man Ray fue quien más la lloró.
Un hijo es el segundo país donde nacemos. Luis García Montero
Busco tu mano en la noche, tu minúscula mano, tu mano de bebé, talismán mío, para escapar de oscuros pensamientos.
Del alba de los días laborables. De la aterida sombra de su ausencia. De los pliegues nocturnos donde aguarda, cada vez más seguro de sí mismo, cruel en su mansedumbre, el fracaso, con su inquieto latir de animal preso.
Tú sonríes dormida. Me esperas del lado luminoso de la noche.
Y ya no tengo miedo. Me proteges.
Autor: Ioana Gruia
Fotografía: Aleksandr Rodchenko, “Escaleras” (1929)
Allí donde los bulevares Raspail y Mintparnasse se besan suave, estaba mirándola Miró. Hemingway imaginaba en su peinado breve un pez, retrato aleteado.
Alice: carbúnculo, brocha, disco, aguarrás en las calles del rojo París que ya murió. El arte, el perfilado (el gargallo, el respingo) sopla, blande su belleza dura.
El cuerpo de Kiki, brinco y compás, fue su (de ella) obra, su bemol. ¿Est-ce que c’est no moró acaso a Man Ray? ¡Sea el edificio subjuntivo salir a los encuentros…!
Montparnasse comió de su mano, fiesta, matriz sel círculo bohemio. Imagínense: Raspail, acordeón, óleos, cigarrillos, mujer de caballete, institutriz
Para aquellos que quisieron, y que quisieron vivir, y sufrir. Sin ausencias: Kisling, Stravinsky, más Cicteau. Reina del mundo, a su lado. Modigliani, Stein, más Matisse.
Entropía de la incorrecta capital, Duchamp en la fuente de las sobras se sentó para soñar con lo vivido, lo soñado, el sueño, por amar los años, la irreverencia…
El ardor. El presente. Paroxismo. Tuvo a Mondrian, a Joyce, a Léger… Supo de todos. No sació. Cada uno se buscó algo ganado para, en un futuro, tener algo que perder.
Espalda undosa y cuello que se dobla, hacia atrás: erótica, rigurosa, como Marilyn se abrió. Baile, principio, fin del posado: una flor, un apunte. Luego llegó a Europa una Minnelli…
Pero véanla desnuda, véanla: están viendo Paris. Musa de artistas coloristas, diva casse-coeur; sus roturas sonreían: Alice Prin era actriz.
Los veinte se acabaron, la guerra como un desliz vino después. Pero que le quiten lo bailado al corazón… Vean lo que queda, véanlo: las vanguardias estallan en Kiki.
No a la tristeza. No al dolor. No a la pereza. No a la usura. No a la envidia. No a la incultura. No a la violencia. No a la injusticia. No a la guerra. Sí a la paz. Sí a la alegría. Sí a la amistad.
Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes guerras. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
Autor: Miguel Hernández
Fotografía: Oleksii Kyrychenko, “Young girl with candy” (2022)
Fotografía de una niña ucraniana sentada en una ventana con un chupetín en la boca y un rifle en la mano; en el pelo lleva una cinta azul y amarilla, colores de la bandera de Ucrania.
Kyrychenko confirma que la niña es su hija de 9 años y que se trató de una puesta en escena.
En mis cuadernos de escolar en mi pupitre en los árboles en la arena y en la nieve escribo tu nombre.
En las páginas leídas en las páginas vírgenes en la piedra la sangre y las cenizas escribo tu nombre.
En las imágenes doradas en las armas del soldado en la corona de los reyes escribo tu nombre.
En la selva y el desierto en los nidos en las emboscadas en el eco de mi infancia escribo tu nombre.
En las maravillas nocturnas en el pan blanco cotidiano en las estaciones enamoradas escribo tu nombre.
En mis trapos azules en el estanque de sol enmohecido en el lago de viviente lunas escribo tu nombre.
En los campos en el horizonte en las alas de los pájaros en el molino de las sombras escribo tu nombre.
En cada suspiro de la aurora en el mar en los barcos en la montaña desafiante escribo tu nombre.
En la espuma de las nubes en el sudor de las tempestades en la lluvia menuda y fatigante escribo tu nombre.
En las formas resplandecientes en las campanas de colores en la verdad física. escribo tu nombre.
En los senderos despiertos en los caminos desplegados en las plazas desbordantes escribo tu nombre.
En la lámpara que se enciende en la lámpara que se extingue en la casa de mis hermanos escribo tu nombre.
En el fruto en dos cortado en el espejo de mi cuarto en la concha vacía de mi lecho escribo tu nombre.
En mi perro glotón y tierno en sus orejas levantadas en su patita coja escribo tu nombre.
En el quicio de mi puerta en los objetos familiares en la llama de fuego bendecida escribo tu nombre.
En la carne que me es dada en la frente de mis amigos en cada mano que se tiende escribo tu nombre.
En la vitrina de las sorpresas en los labios displicentes más allá del silencio escribo tu nombre.
En mis refugios destruidos en mis faros sin luz en el muro de mi tedio escribo tu nombre.
En la ausencia sin deseo en la soledad desnuda en las escalinatas de la muerte escribo tu nombre.
En la salud reencontrada en el riesgo desaparecido en la esperanza sin recuerdo escribo tu nombre.
Y por el poder de una palabra vuelvo a vivir nací para conocerte para cantarte
Libertad
Autor: Paul Eluard
Este poema fue escrito en 1942, en la Francia ocupada por los nazis, y miles de copias fueron lanzadas sobre París por aviones ingleses. Para ello Paul Éluard, que vivía escondido, le dio el manuscrito a su mujer, Nusch, que lo entregó a las imprentas de la Resistencia francesa dentro de una una caja de bombones. El poema, en un primer momento, iba dirigido a Nusch, pero Éluard explicó que en esa situación la única palabra que tenía en mente era libertad.
Fotografía de Simone Segouin, Nicole Minet en la Resistencia francesa, combatiente de 18 años durante la liberación de París el 19 de agosto 1944.
Simone Segouin nació en Francia, en una granja a unos 90 kilómetros de París. Siendo la única mujer entre tres hijos, se acostumbró desde su infancia a convivir con hombres. Bajo la inspiración de la vida de su padre quien batalló en la Primera Guerra Mundial, en 1944 y durante la ocupación nazi en Francia, la joven Simone se unió a un grupo de la resistencia compuesto por comunistas y nacionalistas franceses.
Su primera misión fue robar una bicicleta de los soldados alemanes, la cual pintó y convirtió en su sello. Su ocupación era repartir mensajes y eliminar objetivos. Debido a su esfuerzo y al progreso que demostró durante su entrenamiento, pronto se le otorgaron tareas más importantes y un lugar en las peligrosas misiones de combate. Junto a su tropa volaron puentes, descarrilaron un tren y trabajaron activamente en la captura de tropas alemanas. Se unió a la segunda división blindada francesa y trabajó con Gaulle en la liberación de París. Después de la guerra se dedicó a la pediatría en Chartres, donde vivió con su pareja, Roland Brousier y sus seis hijos, todos inscritos con el apellido de Simone.
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