latido de cenizas

Patrick Boussignac - 01

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Publicado por Círculo Rojo en mayo 2020

ISBN 978-84-1350-949-5

“Estos poemas —estructurados en dos movimientos, uno de relajación “Diástole” y otro de contracción «Sístole»— emergen como acordes disonantes en el silencio del mar, vocean en un susurro el eco remoto de la saloma. Como el péndulo alborotado de un reloj suspendido en una casa deshabitada. Todo corazón alberga un piélago, cada nueva ola es un latido”

(Texto de contraportada)

“He leído tus poemas de nuevo. Los del poemario Latido de cenizas. Esta es la tercera vez desde que empezamos en setiembre y seguro no es la última.

Con cada revisión encuentro la ocasión de acercarme a lo que sientes y lo que piensas. Percibo me aproximo a todo aquello que siembra en ti, todo aquello que brota bien adentro. Que hay interiores personales que solo pueden mostrarse de la forma que lo hacen, y que no tienen otra. No eres de esos que separa. Tus poemas son el retrato de una vida. Nacen orgánicamente, dentro y fuera se diluyen. Tus versos no son el reflejo de lo que gestas. Tus versos son lo que gestas: eres lo que escribes.

Creo que en esto coincidimos: en cómo la presencia de lo creativo ha devenido progresivamente una estructura en la forma de sentir (y resistir); en un modus vivendi”

(Esther Solé)


“En la primera parte, en un primer movimiento de relajación (“Diástole”), se agrupan los poemas más largos, descriptivos o narrativos. La acción discurre en escenarios entre los que destaca siempre el mar o, de modo general, la naturaleza y sus manifestaciones. También se incluyen numerosas escenas urbanas y domésticas. En los resquicios de esta epifanía de la desolación, en la que predomina el recuerdo de la hija malograda, se abren paso el brillo fugaz del amor compasivo (“Morir sin acabar de amar”), la ternura de un padre ante la belleza de su hija viva (“Desayuno”) o los desatinos del amor incomprendido (“Triángulo”).

En la segunda parte, en el movimiento de contracción (“Sístole”), los poemas se acortan y se reducen al mínimo necesario para expresar un sentimiento. En ese afán de concreción se abandona el relato y se persigue la reflexión profunda y contenida. Los escenarios permanecen —siempre el mar— pero ahora no son el marco de una acción, sino la reflexión misma: una mujer que planta un álamo entre ruinas y tumbas (“Álamo blanco”) o un espantapájaros absurdo anclado en tierra baldía (“Scarecrow”). Se detiene la acción, se depura la reflexión y se afilan la evocación y el vocabulario. Y es en ese movimiento donde se atisba el comienzo de la muerte del “tiempo de la muerte”.

(Tomás Pinel, extracto del Prólogo)

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