En el último tercio del siglo XVIII surgió una nueva forma de concebir el arte, el Neoclasicismo, que se sustenta en tres pilares fundamentales: (1) reaccionar frente al recargado y frío estilo Rococó (2) seguir las ideas de la Ilustración, llevando la Razón a las obras de arte (3) emular las obras de la antigüedad clásica.
El juramento de los Horacios (1784), de Jacques-Louis David, se ha considerado tradicionalmente como el paradigma del estilo Neoclásico. Hasta la firma del cuadro,. escrita en latín, es neoclásica.
En él se representa el saludo romano, con el brazo extendido y la palma hacia abajo. El tema de la pintura tiene una perspectiva extrema patriótica, el cumplimiento del deber por encima de cualquier sentimiento personal.
La historia se remite al origen legendario de Roma, que está en lucha con la ciudad de Alba, en el siglo VII a.C. La guerra será resuelta mediante el combate singular de tres campeones romanos y tres campeones albanos. Los designados son los tres hermanos de la familia de Horacio, por la parte romana, y los tres hermanos de los Curiati, por parte de Alba. Sin embargo, el caso está complicado por el hecho de que estas dos familias están ligadas por sendos matrimonios: una hermana de los Horacios con un hermano de los Curiati, y viceversa. Así pues, los tres momentos resumen en primer lugar, la declaración de guerra de los tres hermanos, el juramento de fidelidad a Roma que les toma su padre sobre las espadas que llevarán a la lucha, y la desesperación de las mujeres, que se apartan del ritmo histórico para llorar en su privacidad. La pintura neoclásica tiene por norma diferenciar el espacio masculino y el femenino. El masculino es el espacio público, el de la guerra o el trabajo. El espacio femenino será siempre el hogar, la intimidad, y sus labores llorar a los héroes muertos o realizar las tareas domésticas.
Jacques-Louis David ha pintado el momento exacto en el que los tres Horacios juran delante de su padre defender a Roma, anteponiendo el deber a su patria frente al amor, la familia o la amistad; mientras Sabina y Camila lloran desconsoladas ante la inevitable tragedia que se avecina, sea cual sea el resultado del combate están condenadas al sufrimiento.
El marco arquitectónico es inequívocamente romano: austeras columnas dóricas, desprovistas de basa, que evocan masculinidad y espíritu militar; las figuras son rotundas, las líneas marcadas y los calores claros y brillantes. El rojo intenso domina el grupo de los varones.
Uno de los rasgos más característicos del cuadro y que mayor sensación causó en su época, fue la composición, con un marcado racionalismo que utilizó el número tres como referencia. Tres son los grandes arcos que sirven de fondo a la pintura y que dividen el cuadro en tres zonas: la de la izquierda donde se encuentran los tres hermanos; la del centro donde está el padre, Publio Horacio, con las tres espadas; y la de la derecha donde hay tres mujeres y unos niños. Esa armonía y racionalidad también se aprecia en otros elementos, como el uso de la luz, que ilumina las figuras para darles volumen, pero sin excederse en el claroscuro; el color, natural, nítido, sin estridencias; o el dibujo, muy detallado, que predomina sobre el color, hasta el punto que no se notan las pinceladas sobre el cuadro. La profundidad se consigue gracias al dibujo de las baldosas en perspectiva, de tal forma que el punto de fuga, hacia donde se dirige nuestra mirada, se encuentra entre la cabeza de Publio Horacio y las espadas, el centro justo del cuadro.
En la obra se utiliza el binomio ethos y pathos característico de la antigüedad griega. El ethos, es el sentimiento contenido, la serenidad frente a las emociones. En el cuadro aparece representado mediante las figuras masculinas, que a pesar del dramático destino afrontan con tranquilidad su misión, sin mostrar sentimientos. El pintor ayuda a transmitir esta sensación empleando fuertes líneas rectas para representar a los hombres: los brazos extendidos, las espadas, la lanza, las piernas abiertas en forma de “V” invertida.
Por su parte, el pathos es la libre demostración de sentimientos, sin ninguna contención. En el cuadro aparece representado mediante las figuras femeninas, demostrando el sufrimiento que les produce el futuro enfrentamiento que involucra a sus hermanos y esposos. El pintor utiliza en este caso las líneas curvas y sinuosas que forman los cuerpos tendidos de Sabina y Camila, con sus brazos arqueados, las espaldas curvadas, apoyándose la una en la otra en busca de consuelo.
La escena queda completada con un aya cuidando a los hijos que Sabina tiene con uno de los Horacios. Está vestida de negro, preludio de las consecuencias del combate, y parece que intenta evitar que los niños vean la escena. Sin embargo uno de ellos, el mayor, aparta las manos del aya para observar el juramento.
La obra fue un encargo del rey Luis XVI de Francia en 1783, antes de la Revolución Francesa, pero en un momento convulso en el que se empezaba a cuestionar seriamente al monarca. El objetivo del rey era el de fomentar la lealtad a la monarquía por encima de cualquier cosa, como habían hecho en la antigua Roma los Horacios. El cuadro tuvo un éxito inmediato, causando una gran sensación por su planteamiento novedoso y por el fuerte mensaje moral que lanzaba. Sin embargo la jugada le salió mal al monarca, el resultado fue justo el contrario, en vez de fomentar el aprecio hacia el trono, fue interpretado como una invitación al levantamiento, como un mensaje de que era necesario el sacrificio personal para salvar a la patria frente al anquilosado Antiguo Régimen que representaba Luis XVI. La obra pronto se convirtió en uno de los símbolos de la Revolución Francesa.
Más información en: http://es.wikipedia.org/wiki/Juramento_de_los_Horacios
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