Uno de los templos del ocio parasino era Le Moulin de la Galette, un verdadero molino de viento abandonado situado en la cima de Montmartre, el paraíso de la bohemia parisina habitado por artistas, literatos, prostitutas y obreros. Los domingos y festivos eran días de baile en Le Moulin, llenándose con la población que habitaba el barrio.
Con el buen tiempo el baile se realizaba al exterior. El lugar se llenaba de pequeños burgueses, obreros, soldados, chulos, modistillas y chicas acompañadas de sus madres en busca de novio. Un lugar en el que igualmente se celebraban reuniones de artistas, pintores, poetas y músicos que habitaban en los húmedos y fríos estudios de las calles cercanas. Los bailes eran por la tarde de los domingos y festivos; empezaban a las tres y duraban hasta pasada la medianoche, alumbrado por farolas e hileras de lámparas de gas. Una orquesta amenizaba la danza con canciones populares, polkas y valses, mientras que alrededor de la pista se disponían mesas bajo los árboles para aprovechar la sombra y donde merendaban y almorzaban las familias.
Renoir representa en este cuadro la vida moderna, un anhelo de los impresionistas. Pero ofrece una recreación más sensual, mostrando la alegría de vivir, una explosión vibrante y luminosa de optimismo. La alegría que inunda la composición hace de esta obra una de las más impactantes no sólo de Renoir sino de todo el grupo impresionista, convirtiéndose en un testimonio de la vida en el París de finales del siglo XIX.
La obra es, también, una serie de retratos de amigos del pintor. En las mesas se sientan un grupo de pintores, cuyo nombre se conoce, junto a las hermanas Estelle y Jeanne y otras jóvenes del barrio de Montmartre. En el centro de la escena bailan Pedro Vidal, pintor cubano, junto a su amiga Margot que nos miran fijamente; al fondo hay más pintores. Allí, debajo de un grupo de farolas, está en un kiosco la orquesta.
En el plano estético sobresale la representación de una multitud, el movimiento de las personas y el efecto lumínico de la escena.
El efecto de multitud ha sido perfectamente logrado, recurriendo Renoir a dos perspectivas para la escena: el grupo del primer plano ha sido captado desde arriba mientras que las figuras que bailan al fondo se ven en una perspectiva frontal.
Las figuras están ordenadas en dos círculos: el más compacto alrededor de la mesa y otro más abierto en torno a la pareja de bailarines.
La sensación de ambiente se logra al difuminar las figuras; la luz ensombrece el lugar con diferentes tonalidades malva. La luz se filtra a través de los árboles, y se refleja en la ropa; en el primer plano, a la derecha abajo se ven unas diagonales creadas por unos bancos y una mesa donde están sentados amigos del pintor, casi en el centro se ve a una pareja que da la sensación de que toda la fiesta gira en torno a ellos, en uno de los bancos hay una señora y una niña, y en otro un hombre y una mujer, que no se sabe si están discutiendo o cortejándose; el movimiento que se ve en el cuadro viene dado por la ondulación de las cabezas.
Toulouse-Lautrec se inspiró para la ejecución de este lienzo en el que había realizado Renoir unos trece años antes sobre el mismo lugar. Pero hay diferencias entre ambos trabajos; Renoir nos presenta el respetable ambiente dominical del local mientras que Toulouse-Lautrec nos ofrece una imagen más ruda y real apareciendo el local como un lugar para el flirteo fácil e incluso la prostitución encubierta, como sugerían sus contemporáneos. El “Moulin de la Galette” era toda una institución en Montmartre durante los años finales del siglo XIX, lugar de peregrinación para los artistas extranjeros que llegaban a París como los españoles Ramón Casas y Santiago Rusiñol. En realidad era un barracón construido junto a dos molinos de viento inutilizados; estaba siempre repleta de muchachas con las que iniciar una relación a través del baile. En primer plano aparecen tres de esas jóvenes; en la pista, parejas bailando apretadamente, incluyendo la de dos mujeres que se aprecia en la parte izquierda; en tanto a la derecha pueden verse las figuras de un soldado o policía y un cochero dialogando y a su costado otro hombre los observa con atención.
El salón está lleno de gente, y hay una atmósfera densa y neblinosa, huele a vino, a perfume barato y a tabaco. En el exterior hace frío y cae una fina llovizna que hace brillar las peladas y oscuras ramas de las acacias del jardín débilmente iluminado por algunas luces. En la pista se ven mujeres y hombres bailando fuertemente agarrados al lado de lesbianas que lo hacen entre ellas. En los márgenes hay grupos que charlan en pie, y veladores con parejas que se besan o en los que las vieja celestinas ofrecen los favores de sus jóvenes acompañantes, regateando con algunos de los clientes. El público del salón sigue siendo el de la clase baja del barrio, aunque ahora salpicada con viejos verdes, alcahuetas, prostitutas pintarraqueadas, lesbianas, “alphonses” encubiertos y artistas en busca de ideas y nuevas emociones bajo una luz mortecina con espacios oscuros.
Mientras Renoir pinta un baile veraniego de alegres colores con damas elegantes Toulouse-Lautrec representa un baile en un local económico y sencillo, de aspecto sórdido y lúgubre.
Casas opta por retratar una imagen triste y sórdida del lugar; capta la sala en penumbra en una amplia panorámica donde sólo comparecen dos figuras bailando. El resto aparecen en una actitud indiferente. El claroscuro y la monocromía, junto a la soledad infinita de las figuras, ofrecen una visión pesimista.
En este cuadro, pintado en 1892, Ramón Casas retrató en el interior del Moulin de la Galette a una mujer que, sentada ante una copa de licor, tal vez absenta, y con un cigarro puro en su mano derecha, mira con una grave expresión de tristeza, amargura o preocupación hacia algún punto del local como esperando ver aparecer a alguien que probablemente no vendrá.
You must be logged in to post a comment.