
La pintura representa un momento de reposo en la huida a Egipto de la Sagrada Familia para salvarse de la matanza de los inocentes decretada por Herodes. La Huida es uno de los episodios de la vida de Jesús más conocido popularmente y uno de los más frecuentes en la pintura de Patinir
En un espacio abierto e iluminado, dentro de un camino elevado y bordeado por árboles, la Virgen María descansa sentada cerca de una fuente abierta en la roca con su Hijo sobre su pierna derecha que sujeta una fruta con sus manos, mientras que la Madre sostiene otra con su mano derecha, posiblemente una manzana o naranja, pues ambas aludían al árbol del conocimiento y, con ello, al Niño como futuro redentor del pecado original, mientras que detrás San José coge frutos de un árbol. Junto a María y el niño Jesús hay en el suelo un bastón con dos hatillos y una cesta de mimbre. Delante de la fuente crecen dos lirios, uno de los atributos marianos símbolo de pureza e inocencia, frecuente en la pintura de los primitivos holandeses, en vez de la azucena, y también alusión redundante al segundo (la Huida) de los Siete Dolores de la Virgen. Alejado de la Sagrada Familia pace un burro ensillado. Más lejos vemos, a nuestra izquierda, un edificio detrás de un estanque con dos cisnes, por delante del cual cruza un jinete; un molino, campos, árboles, un río y varias líneas de montañas que se recortan a contraluz. A la izquierda del grupo central, en un nivel inferior al camino, discurre un riachuelo, que viene en zigzag desde el fondo, sobre el que hay un sencillo puentecillo que conduce a un sendero. Más distantes y a más altura se abren unos prados y más lejos aún se ve una granja, delante de unas montañas rocosas y abruptas con un castillo sobre una de ellas. Además de estos elementos que se ven a primera vista, encontramos otros en la lejanía, una casa diminuta cerca del río y un camino serpenteante en la ribera opuesta; incluso se pueden apreciar detalles, como las ventanas del castillo, hechos con toques muy pequeños de pincel.
La gran sensación de profundidad que transmite esta pintura se debe a la cuidada distribución de los elementos de la composición y al empleo magnífico de la luz. La gran masa de árboles del centro acerca al contemplador esta parte del paisaje, lo mismo que el árbol fino; mientras que las montañas con el castillo lo alejan, al situarlos por encima de la línea de horizonte, que en esta tabla es más baja de lo que se acostumbraba en este tipo de obras; el vacío con el río es donde la profundidad es mayor. Mirando con atención puede observarse que el empequeñecimiento de los elementos es menor de lo que debería ser atendiendo a una perspectiva rigurosa. Así ocurre con los árboles de la derecha y con las casas, especialmente con la granja.
La iluminación es desigual, en parte natural y en parte artificial. Al tratarse del ocaso, la luz más intensa, la natural procedente del sol que acaba de ocultarse, se sitúa en el fondo, por lo que la Madre y su Hijo deberían estar en una zona oscura, mientras que, al contrario, están iluminados en exceso. La razón es que constituyen el motivo principal de la tabla, lo que se reafirma al situarlos en el centro de la composición (la cabeza de María coincide con la línea vertical imaginaria que divide la pintura en dos mitades) y por ser el lugar en el que acaba deteniéndose más tiempo la mirada del observador, cuyo recorrido, tras la primera visión de conjunto, iría rápidamente a la gran luz blanca de la izquierda, seguiría el río hasta llegar al grupo central y desde él, primero hacia los prados verdes de la derecha y después a las montañas y al castillo. Este recorrido de la visión no responde sólo a la forma de mirar de la cultura occidental, sino que está relacionado con la división del conjunto en tres partes. La de la izquierda podría ser el lugar de procedencia de los viajeros; el central, el de mayor tamaño, es el del descanso, y el de la derecha el lugar al que se dirigirán, una zona boscosa y, por consiguiente, potencialmente peligrosa, según el pensamiento de la época sobre la naturaleza no habitada; lo que es, por tanto, un procedimiento narrativo.
Patinir es considerado el padre del paisaje por el extraordinario protagonismo que le otorga en sus cuadros. Pero la representación de la naturaleza no es un tema autónomo, sino que está supeditado a la religiosidad.
Los cuadros de Patinir se caracterizan por el uso progresivo de los colores, que sirven para acentuar la sensación de distancia en los grandes espacios que pinta. Así, en la parte inferior de los cuadros, donde se encuentra el primer plano, predominan el marrón y el pardo. Según se va alejando el paisaje se va imponiendo el color verde y, en las zonas más lejanas, es el color azul el que predomina. La línea del horizonte suele estar situada en la zona más alta del cuadro, lo que permite la representación de un espacio muy amplio. Por encima de esta línea suele pintar parte del cielo con un blanco brillante que hace intuir que el espacio prosigue detrás y que sugiere la curvatura de la Tierra.
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