
Frente al luminismo de Sorolla, Solana encarna el lado oscuro, no sólo por los tonos de sus cuadros, sino por sus ambientes y personajes: bajos fondos, extrarradios, tipos humildes. Frente a la universalidad de Picasso, Solana representa a lo hispano profundo y duro: el pueblo que baila y que sufre, las procesiones penitenciales, la máscara carnavalesca, la corrida de toros, los trasfondos de la botica o el prostíbulo, los pescadores, los vinateros…
En este cuadro conocido como Murga gaditana, Solana presenta a un grupo de hombres ocultos bajo sus disfraces y máscaras que danzan y cantan al son de sus instrumentos musicales. Durante el carnaval, es tradicional que las murgas entonen canciones que ridiculizan y denuncian la situación política o social del momento, algo que Solana acomete de igual modo a través de sus pinceles y sus escritos.

Un año antes reitera la visión esperpéntica de este grupo en “Murga gaditana”.
Las máscaras -un objeto que fascinará siempre al pintor más allá incluso del contexto del carnaval- logran exagerar aún más el aspecto grotesco de la sórdida escena. La obra se desarrolla sombría y llena de betunes, con una pincelada rica en empastes, de trazo grueso y con las figuras muy delimitadas por sus negros contornos.
Para algunos autores, Solana abordó el tema del carnaval de un modo obsesivo y casi morboso, quizá heredado por la coincidencia de su nacimiento en un domingo de carnaval y al posible trauma infantil que pudo suponer la irrupción en su casa de un grupo de hombres disfrazado con máscaras. Tanto la pintura de Solana, como sus escritos, sufren una fuerte y dramática influencia de la generación del 98, de las pinturas negras de Goya y de sus experiencias personales recogidas de sus andanzas por las zonas más marginadas de las ciudades, como son los arrabales, burdeles, comedores de pobres, cementerios o sanatorios.

En “Máscaras” (1938), lejos de la visión de viajeros románticos, tendente al exotismo, Solana mira a su país con una óptica profunda, tratatando de bucear en lo más racial, descubriendo a la sociedad reacia a la modernidad, brutal a veces, pero con una gran hondura de sentimientos y pasiones. En su visión de la misma no sólo hallamos ecos de Goya sino de Brueghel.
En su pintura destacan los colores negros y los ocres. Su temática, costumbrista, con tabernas, fiestas populares, barrios bajos… retratan escenas que imponen por su composición, destaca en ellos la miseria de una España sórdida y grotesca, mediante el uso de una pincelada densa y de trazo grueso en la conformación de sus figuras. Hizo así mismo un gran numero de retratos, reflejando una visión subjetiva, pesimista y degradada de España.


En “Máscaras de aldea” (1913) y “La máscara y los doctores” (1928), alejadas temporalmente quince años, confirman la constante temática en la obra pictórica de Solana.
Su reveladora novela La España negra tiene su respuesta plástica en la amplia producción de Solana, ya fuera a través de sus óleos, ya de sus dibujos aguafuertes. En ella recordamos al Greco, Valdés Leal o Goya. Su pintura conjuga la miseria y la fealdad con lo grotesco, añadiendo un peculiar y muy personal estilo pictórico; las escenas populares -como las procesiones y las fiestas populares- también son representadas bajo la dura y sombría visión que el pintor tiene de su país. Gutiérrez Solana es uno de los creadores de mayor relevancia en el panorama artístico español, cuyo personalísimo estilo pictórico le convirtieron en uno de los más destacados artistas de todos los tiempos.
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