“En el cielo se desarrolla un acontecimiento cósmico de enorme dramatismo. Dos gigantescas espirales nebulosas se enroscan una con otra, once estrellas de enormes dimensiones con sus halos de luz atraviesan la noche, una luna irreal de color naranja parece confundirse con el sol, un ancho sendero luminoso –quizás la Vía Láctea se extiende por el horizonte; el firmamento, de un azul profundo, parece encontrarse en una agitación delirante”
Esta famosa escena resulta una de las más vigorosas y sugerentes realizadas por Vincent. En pocas obras ha mostrado la naturaleza con tanta fuerza como aquí.
“La noche estrellada” fue pintada por Van Gogh desde su ventana mientras estaba internado en el asilo psiquiátrico de Saint-Rémy, Francia, en junio de 1889, trece meses antes de suicidarse a la edad de treinta y siete años.
El cuadro se divide en dos partes. Arriba vemos un cielo nocturno lleno de nubes que remolinean entre brillantes estrellas observadas por una luna creciente. Y abajo se aprecia el pequeño y quieto pueblo de Arles, donde el contorno de los edificios están pintados con gruesos trazos de tonos oscuros, al igual que el de los ondulados cerros que se ven en el horizonte.
Los colores verdes y azules predominan en esta obra, cuyas vigorosas pinceladas están entre las más personales en la historia de la pintura.
A Van Gogh le atraía especialmente la noche, cuando la luz de la luna y las estrellas parece ser capaz de despertar la naturaleza adormecida e inmóvil. En su obra, la naturaleza lo envuelve todo, dejando al ser humano pequeño e indefenso, abrumado ante una fuerza inmensa, imposible de controlar.
Es de destacar el tratamiento de la luz de las estrellas como puntas de luz envueltas en un halo luminoso a su alrededor, obtenido con una de las pinceladas más personales de la historia de la pintura: un trazo a base de espirales que dominan el cielo y los cipreses de primer plano, tomando como inspiración a Seurat y la estampa japonesa.
El lienzo, realizado a base de azules y verdes muy densos, presenta un horizonte montuoso muy bajo, interrumpido por las líneas verticales onduladas de un ciprés. En la parte inferior aparece la aldea, iluminadas sus casas e iglesia por la luz astral. El cielo, presidido por la luna y una Vía Láctea que compone trazos espirales, es el auténtico protagonista del cuadro. Cada estrella se halla dotada de una luz de coloración diferente.
A pesar de haber trabajado al natural, el resultado es cualquier cosa menos realista; la poderosa imaginación del autor transforma la vista nocturna en una especie de acontecimiento cósmico donde el cielo parece iluminado por multitud de cometas que giran vertiginosamente, creando una serie de remolinos de luz, haciendo que el pueblo parezca sumergido en una atmósfera sobrenatural.
La pintura simbolizaría aquí una suerte de trance místico: la elevación al mundo astral desde la noche de la muerte.
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