
“La vida es tránsito. El hombre nace en un punto y desaparece en otro: el tránsito que hay en medio es lo que importa. Hay una mudanza constante en lo que hago, figuras que no se sabe si van, si vienen, si esperan”
(Cristóbal Toral)
Si Antonio López abre la puerta al realismo español a principios de la segunda mitad del siglo XX; una década después Toral vuelve la vista al Barroco y a Velázquez, para revisar los conceptos contemporáneos de la pintura.
Aunque se tilde su pintura de realista, sus obras siempre poseen un hálito onírico y surrealista. La soledad de los escenarios, la opresión de la existencia que denotan algunos personajes o la incertidumbre que acecha en muchas escenas, acentúan esa impresión.
En sus obras se aprecia una sugerente amalgama de figuración realista con imágenes oníricas. Sus imágenes nos hablan de viajes y trayectos, algunos reales, otros metafísicos.
Entre sus temas más asiduos encontramos las maletas, el desnudo de mujer y los bodegones.
En las maletas cifra su visión del destino del hombre. No son maletas de lujo y placer. Son maletas que nos hablan del exilio, la emigración o la huida. En definitiva son el símbolo de la búsqueda del hombre por encontrar su lugar en el mundo.

Para Cristóbal Toral la maleta es el viaje, sí, pero no solo. Quien está sentado junto a una maleta se halla en medio de un tránsito indescifrable. Sabe de dónde viene, pero no necesariamente a dónde va. Una maleta contiene objetos difíciles de adivinar, pero también historias personales que se ofrecen, casi irresistibles, a la imaginación del espectador. Quién será esa mujer, por qué está ahí sola, por qué agarra con tanto miedo esa maleta; por qué esa maleta es así, tan mísera, tan gastada; qué habrá ahí dentro… Una maleta es la prolongación más angustiosa de una persona que va o viene: pertenece a quien la lleva con mucha más urgencia, mucho más dolor que sus zapatos, porque estos los lleva puestos y nadie se los quitará, pero una maleta puede perderse o ser robada en un mínimo descuido, en un diminuto pero terrorífico error, y eso dejará a quien viaja completamente inerme, indefenso y solo: la maleta es la parte de la vida que llevamos con nosotros y, en los cuadros de Toral, casi siempre es la vida entera: el espectador sabe que no hay nada más.
Todos hemos pasado por los momentos de incertidumbre que se padecen cuando las tripas del aeropuerto comienzan a vomitar maletas sobre una cinta metálica que gira y gira. Nunca sale la nuestra la primera, jamás. Y no es posible evitar el terror a que no salga, y la sensación de alivio cuando al fin aparece es inmensa. Toral en “La aduana” (1972) representa una mujer empaquetada en medio de la hilera de maletas. En posición fetal.

A Cristóbal Toral no le vale cualquier maleta para sus cuadros. En “Maternidad” (1982) una mujer cuyo rostro no vemos abraza a un niño pequeño en medio de un mar de maletas que se pierde en la noche, espeluznante, porque el espectador sospecha de inmediato que a los dueños de esas maletas les ha ocurrido algo atroz.

En “El regreso” (2006) una mujer camina de espaldas hacia una casa en la noche: lleva una maleta y una bolsa. Inmediatamente sabemos (pero no sabemos por qué lo sabemos) que vuelve de un largo desconsuelo y que lo que le aguarda allí dentro no es más que la prolongación de la derrota.

En “Mujer en la habitación” (2008), esa chica con chaqueta roja, sentada sobre una cama deshecha y que agarra el asa de una bolsa de papel como si le fuese la vida en ello, está seguramente pensando en terminar con todo de una vez.
Hace algún tiempo, Toral se fue a una subasta de Iberia y se compró un lote de dos mil maletas perdidas y nunca reclamadas por nadie. Todas vacías… y todas inútiles: son esas maletas de ahora, tan fáciles de transportar con sus ruedecitas y su mango de metal extensible, tan impersonales y tan semejantes. En “La llegada” (1975) se anticipa esta visión apocalíptica de maletas extraviadas…
“Miró con desesperación el espectáculo que se ofrecía ante ella. El encargado de la consigna le había abierto el almacén y le había indicado que si reconocía la maleta que ella buscaba, le avisase. Él no podía hacer otra cosa. Hacía varias semanas que a los aeropuertos llegaban todos los días miles de maletas que jamás nadie recogería”
Las de Toral son maletas viejas, muchas veces de cartón o con cantoneras de chapa; o de cuero, pero siempre maletas desastradas, vividas, padecidas y compañeras; maletas amargas y sobre todo maletas que pesan, como pesan la amargura y la misma vida.

Ilustraciones: “La aduana” (1972), “Homenaje a Arnold Bocklin” (2002), “Maternidad” (1982), “El regreso” (2006), “Mujer en la habitación” (2008), “La llegada” (1975) y “Emigrantes” (1975)
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