“Rocas negras, contra las que se amontonan placas de hielo resquebrajadas y a medio derretir. Entre ellas están aprisionados los restos de un barco llamado Esperanza'”
El Mar de Hielo es una obra tensa y dramática que, sin embargo, no refleja ningún tipo explícito de violencia exterior. Se representa el naufragio de un barco aprisionado entre unos inmensos bloques de hielo y parece ser que fue inspirado por un hecho real acontecido en el invierno de 1820 en el río Elba, en las inmediaciones de Dresde.
Un barco (se lee HMS Griper) asoma su popa en medio de una capa de hielo rota en pleno Océano Glaciar Ártico.
El HMS Griper fue uno de los barcos que participaron en las expediciones de William Edward Parry al Polo Norte para encontrar el Paso del Noroeste.
El romanticismo se nutrió de historias épicas y trágicas como esta, ambientadas en lugares lejanos o inéditos y mostradas bajo un prisma de introspección e individualismo. El ser humano es devorado por la fuerza de la naturaleza, y aquí casi no vemos ni su huella. Hay que esforzarse para ver el barco.
Los fragmentos de hielo se elevan al cielo, convirtiéndose en una especie de monolito funerario.
La composición, en prolongación piramidal desde el punto de fuga, está cromáticamente quebrada por la aparición de la parte de la popa del navío, aunque Friedrich, de manera magistral, contrasta armónicamente ese efecto mediante el tratamiento de sombras que da a los bloques de hielo de la parte central e izquierda de la pintura. Los témpanos más elevados están primorosamente resueltos en los reflejos de una triste y melancólica luz solar que parece desesperarse por poder escapar de las brumas. El cielo, confundido con un inquietante horizonte, responde a una sabia utilización de gamas grises y azules, valiéndose el autor de la ingeniosa colocación de los lejanos islotes de hielo para conferir un aspecto de infinidad que evita caer en la monotonía colorativa. El plano inferior presenta unas tonalidades más ocres que dan solidez al cuadro, aunque en todo momento Friedrich nos va guiando la mirada hacia la angustiosa inmensidad de un espacio eterno, tanto por la perspectiva formal de la obra como por la progresiva gradación lumínica que, sin tener aparente solución de continuidad, imprime cierta “velocidad” inconsciente a los ojos del espectador.
Se sabe que Friedrich tuvo un accidente en su infancia relacionado con el hielo. Cuando tenía 7 años, paseando por un lago congelado, el hielo se rompió bajo sus pies. Su hermano mayor Johann Christoffer se lanzó en su ayuda, pero pereció ahogado, sacrificando su vida por el futuro pintor. Friedrich no pudo nunca superar el suceso y la culpa le siguió toda su vida.
La naturaleza fue desde entonces su fuente de inspiración, miedo y respeto.
El Mar de Hielo es la obra maestra de un autor alemán que hace del paisaje un manifiesto religioso de claras connotaciones místicas. El cuadro, terriblemente silencioso, parece sin embargo percutir con insistencia la fibra más sensible e inquieta de nuestras almas.
Con anterioridad Friedrich había abordado este tema en El naufragio en un mar helado, conocida también como Mar polar (1798). Esta pintura es considerada la obra cumbre del Romanticismo. Trata el recuerdo de un barco naufragado, apenas visible debajo de una pirámide de placas de hielo.
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