Anciano y con graves problemas de salud, durante el efímero reinado de José Bonaparte, Goya compró una quinta a orillas del Manzanares, con la intención de convertirla en su hogar definitivo. Hacia 1820 empezó a decorar las paredes principales de la casa.
Las pinturas murales que decoraron la casa de Goya conocida como la “Quinta del Sordo”, se han popularizado con el título de Pinturas Negras por el uso que en ellas se hace de los pigmentos oscuros –castaños o dorados verdosos- y negros y también por lo sombrío de los temas. El carácter privado e íntimo de esta casa, hizo que el artista se expresara en estas obras con gran libertad. Pintadas directamente sobre los muros, la técnica empleada debió de ser mixta, pues los análisis químicos revelan el empleo de aceites en su composición.
Estas pinturas murales han sido determinantes en la valoración del pintor aragonés en el mundo actual. Los artistas del Expresionismo alemán y del Surrealismo, o los representantes de otros movimientos artísticos contemporáneos, así como el mundo de la literatura e incluso del cine, han visto en esta serie de composiciones de Goya viejo, aislado en su mundo y creando con absoluta libertad, el origen del arte moderno.
En “Saturno devorando a su hijo” la expresión de este sombrío pesimismo y esta visión crepuscular de la existencia atormentando a un Goya decrépito y desesperanzado alcanza su culminación, anticipándose a “El grito” de Munch.
Según la mitología, el dios Saturno o Cronos debía eliminar a todos sus hijos para evitar que lo destronaran. Así, cuando nacían de la unión con su mujer, Rea, él directamente se los comía.
La escena es terrorífica. Goya representa al dios como un verdadero monstruo, un viejo frenético, desesperado y nervioso, crispado hasta la médula, cuya boca es una fauces negra que infiere dentelladlas dantescas como si fuera un depredador y cuyas manos aprietan el cuerpo desgarrado del hijo, al que ha arrancado la cabeza y los brazos. Los ojos saltones, fuera de sus órbitas, desencajados.
La figura del monstruo emerge de la oscuridad. El fondo negro consigue dos cosas: no nos distrae del tema representado y acentúa la sensación de horror con la oscuridad. Las pinceladas son discontinuas, enérgicas… el monstruo es una mancha deforme que sale de la oscuridad.
Hay un contraste intenso entre el ocre claro del cuerpo del niño y el rojo de la sangre. Según parece, en el colmo de lo horrendo Goya pintó en el monstruo un pene erecto, simbolizando el placer sexual del viejo mientras practica el canibalismo. Posteriormente, los censores de la época borraron ese pene, escandaloso para aquellos tiempos. Algunos críticos creen que el cuerpo devorado es femenino por las nalgas anchas y no sería de niña sino de joven. La posibilidad, que nos aleja de la mitología pero nos aproxima a la realidad, no es descabellada pero si es de una morbosidad insuperable.
Todo ello configura un cuadro de sobrecogedor dramatismo que estremece por la crueldad y violencia desatada.
Ni las más obscenas películas gore han ofrecido un frenesí semejante ni su gusto por lo horripilante y desagradable ha transmitido un mensaje tan nítidamente pesimista respecto a la destrucción del hombre por el hombre.
Sin embargo, Rea logró dar a luz en secreto a Júpiter quien más tarde consiguió derrotar a su padre en una larga contienda, sucediéndole en el reino y convirtiéndose en señor de todos los dioses.
Entre las representaciones de Saturno en el mundo del arte destaca la iconografía que nos ofrece su imagen más macabra, la del padre que devora a sus hijos.
Dos obras resultan las más conocidas de esta representación, la versión de Rubens (1577-1640), muy propia por su carga dramática y espeluznante, del tremendismo barroco, y la de Goya, aún más escabrosa en su solución formal y mucho más desgarradora y terrorífica.
El Saturno de Goya es un gañán monstruoso, cuya deformidad y técnica descarnada están anunciando el expresionismo pictórico.
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