
A Begoña, Gabriel, Ana Belén, José Manuel y Fátima, deliciosos locos comensales
Una niña
desnuda,
con el hambre
que sólo los pobres
exhiben sin pudor,
devorando
lo que los líricos
no comieron
-que es, en verdad,
muy poco, casi nada-.
El chef espera
con el mantel de hilo clientes
a los que regalar una genuflexión
-quizás un concejal
o el director de la sucursal-.
Un tigre que busca a Dalí
acaricia con lascivia
el pubis de la muchacha.
Un rapsoda argentino
nacido en Barcelona
escribe tres palabras
en los bordes de la servilleta.
La cuenta cuentos que esta poeta
sugiere el robo de la cuchara sopera
alegando el exiguo sueldo de la cocinera.
El bacalao come en una mesa sin poetas,
lee muy poco y sólo novelas de éxito.
Autor: Javier Solé
Ilustración: Dali, “Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar” (1944)
“Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar” (Salvador Dalí, 1944). En esta ”fotografía onírica pintada a mano” -la manera como generalmente Dalí denominaba sus cuadros- contemplamos un paisaje marino de lejanos horizontes y tranquilas aguas, quizás Port Lligat, en medio del cual, una vez más, Gala protagoniza la escena. Junto a su cuerpo desnudo y dormido, levitando sobre una roca plana, que a su vez flota sobre el mar, Dalí coloca dos gotas de agua suspendidas y una granada, símbolo cristiano de fertilidad y resurrección. Sobre ella vuela una abeja, insecto que tradicionalmente simboliza a la Virgen. El zumbido de la abeja se traduce en la mente de Gala en un sueño en el que la explosión de la granada de la parte superior hace que salga despedido de su interior un enorme pez, del que, a su vez, surgen dos amenazantes tigres y una bayoneta; ésta será la que un segundo más tarde aguijoneará a Gala en el brazo. Sobre ellos, un elefante con largas patas de flamenco, que aparece en otras composiciones de ese momento, lleva sobre su espalda un obelisco —como el elefante de Bernini de la Piazza Santa Maria sopra Minerva de Roma— que simboliza el poder del Papa.
Aún siendo la plasmación de un sueño, percibimos el cuadro como una fotografía de un instante preciso congelado, perfectamente pintado, en el que ninguno de los objetos que aparecen en la obra se toca. Todo flota y se mantiene en suspensión.
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