De entre todos estos artistas, piezas claves de la escena pictórica de finales del siglo XIX, emerge con fuerza la figura de Toulouse Lautrec; pintor, grabador, litógrafo, cartelista pero sobre todo dibujante audaz, encarnó a la perfección el mundo de la bohemia de París. Considerado como uno de los impulsores de la modernidad, en su intensa pero breve vida creo una obra inmortal. Con su línea rápida y certera se recreaba en mostrar fragmentos de realidad, entregándonos imágenes vivaces que rozaban la caricatura y se adelantaban al expresionismo, pero que como nadie eran capaces de mostrar el alma de la vida parisina en las últimas décadas del siglo, con todas sus sombras y sus luces.
Fue el artista del mundo de la farándula, de la noche, del espectáculo, y de las clases marginales, convirtiéndose muy pronto en el gran cronista de la vida nocturna, fue el fiel testigo y pintor de la vida de los cabarets, los prostíbulos y quizá también de la vulgaridad, pero siempre sin ningún tipo de intención crítica quiso acercarnos a un mundo marginal en el que muy pronto el aristócrata supo encontrar su sitio.
Junto con Degas fue el gran observador del universo femenino, pero Toulouse siempre se sintió atraído por la gente de baja condición y las mujeres de mísera vida, y a ellas les concede el protagonismo de todas sus obras en dibujos, carteles o lienzos. Nunca le había interesado la pintura de paisaje ni la naturaleza sino la sociedad, la gente con sus estados de ánimo cambiantes, con sus alegrías y sus tristezas, con su día a día por muy sórdido o vulgar que fuese, al fin y al cabo se convirtió en un fiel testigo de cierta vida oscura que escondía la gran capital francesa.
La toilette es un cuadro tomado del natural, en uno de aquellos prostíbulos que el artista visitaba y en los que pasaba muchas horas del día. Recrea un pequeño espacio, íntimo, sencillo, anónimo. El encuadre es fotográfico, con evidente acento en el punto de vista en picado, de arriba hacia abajo.
El maestro francés nos empuja a un espacio muy personal abandonado por completo la perspectiva tradicional, no encontramos profundidad en la escena, ni ningún objeto que destaque por su cromatismo, la luz no golpea de forma directa los elementos o la superficie del cuadro para hacerlo vibrar. Pero aun así consigue una calma visual que lo envuelve todo, recreándose en la sensación de intimidad.
La pincelada se crea a través de trazos breves, fragmentados y nerviosos que nos dan el ritmo de la obra y se acompaña de una elección certera de colores tenues malvas, amarillos, verdes y azules, que nos ayudan a involucrarnos en la quietud del momento representado.
No se han encontrado estudios o bocetos preparatorios de este lienzo, por lo que se cree que lo hizo del natural, delante de la modelo, seguramente una prostituta llamada a posar en su estudio, un ambiente cotidiano en el que podemos reconocer el sillón de mimbre utilizado por el artista para otros retratos.
Con la elección de un encuadre arriesgado, con un punto de vista en picado, nos atrapa por completo y nos introduce en una escena llena de naturalismo. Intentando captar quizás solamente el ritmo de la existencia o de una plácida espera, la plasmación de un instante de realidad. Los colores son fríos y luminosos. La pincelada es vigorosa. Produce la sensación de cuadro inacabado, de boceto.
El interés que siempre suscitó la obra de Degas en el ánimo de Toulouse-Lautrec motivó que realizara alguna obra como homenaje, encontrando en los desnudos de jóvenes en el baño pintadas por Degas en 1886 un motivo (por este orden, “la tina” y “mujer bañándose en un barreño”).
Entre la temática favorita de Degas está la que tiene como protagonista a mujeres en diferentes momentos de su aseo: tomando un baño, saliendo de él o peinándose. Como si se tratara de un “voyeur”, el pintor nos muestra a estas jóvenes en su intimidad, sin ningún tipo de pudor al no observar al espectador, comportándose con absoluta normalidad. Esta imagen que contemplamos es una de las más populares; en ella el artista quiere mezclar el naturalismo que marca toda su composición con ciertas notas de clasicismo. La muchacha aparece agachada, en una postura totalmente íntima, recogiéndose el rojo cabello con la mano derecha para forzar aun más el escorzo.
La habitación se ilumina con una fuerte luz solar matutina, que inunda todos los rincones del espacio. La perspectiva empleada por el artista ya es casi tradicional, al situarse en un punto superior y ofrecernos una visión alzada de la escena. De esta manera, la cómoda que observamos en primer plano parece ser plana, incluyéndose la inspiración en el grabado japonés tan del gusto de los impresionistas. Los elementos que vemos en esa cómoda – una jarra de cobre, otra de cerámica, una peluca y varios peines – tienen formas similares al cuerpo de la muchacha y el barreño, jugando Degas con las líneas curvas en toda la imagen, obteniendo un gracioso ritmo. Los tonos claros abundan en la composición.
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