La toilette (Toulouse-Lautrec, 1891)

30 Mai 2012

De entre todos estos artistas, piezas claves de la escena pictórica de finales del siglo XIX, emerge con fuerza la figura de Toulouse Lautrec; pintor, grabador, litógrafo, cartelista pero sobre todo dibujante audaz, encarnó a la perfección el mundo de la bohemia de París. Considerado como uno de los impulsores de la modernidad, en su intensa pero breve vida creo una obra inmortal. Con su línea rápida y certera se recreaba en mostrar fragmentos de realidad, entregándonos imágenes vivaces que rozaban la caricatura y se adelantaban al expresionismo, pero que como nadie eran capaces de mostrar el alma de la vida parisina en las últimas décadas del siglo, con todas sus sombras y sus luces.

Fue el artista del mundo de la farándula, de la noche, del espectáculo, y de las clases marginales, convirtiéndose muy pronto en el gran cronista de la vida nocturna, fue el fiel testigo y pintor de la vida de los cabarets, los prostíbulos y quizá también de la vulgaridad, pero siempre sin ningún tipo de intención crítica quiso acercarnos a un mundo marginal en el que muy pronto el aristócrata supo encontrar su sitio.

Junto con Degas fue el gran observador del universo femenino, pero Toulouse siempre se sintió atraído por la gente de baja condición y las mujeres de mísera vida, y a ellas les concede el protagonismo de todas sus obras en dibujos, carteles o lienzos. Nunca le había interesado la pintura de paisaje ni la naturaleza sino la sociedad, la gente con sus estados de ánimo cambiantes, con sus alegrías y sus tristezas, con su día a día por muy sórdido o vulgar que fuese, al fin y al cabo se convirtió en un fiel testigo de cierta vida oscura que escondía la gran capital francesa.

La toilette es un cuadro tomado del natural, en uno de aquellos prostíbulos que el artista visitaba y en los que pasaba muchas horas del día. Recrea un pequeño espacio, íntimo, sencillo, anónimo. El encuadre es fotográfico, con evidente acento en el punto de vista en picado, de arriba hacia abajo.

El maestro francés nos empuja a un espacio muy personal abandonado por completo la perspectiva tradicional, no encontramos profundidad en la escena, ni ningún objeto que destaque por su cromatismo, la luz no golpea de forma directa los elementos o la superficie del cuadro para hacerlo vibrar. Pero aun así consigue una calma visual que lo envuelve todo, recreándose en la sensación de intimidad.

La pincelada se crea a través de trazos breves, fragmentados y nerviosos que nos dan el ritmo de la obra y se acompaña de una elección certera de colores tenues malvas, amarillos, verdes y azules, que nos ayudan a involucrarnos en la quietud del momento representado.
No se han encontrado estudios o bocetos preparatorios de este lienzo, por lo que se cree que lo hizo del natural, delante de la modelo, seguramente una prostituta llamada a posar en su estudio, un ambiente cotidiano en el que podemos reconocer el sillón de mimbre utilizado por el artista para otros retratos. 

Con la elección de un encuadre arriesgado, con un punto de vista en picado, nos atrapa por completo y nos introduce en una escena llena de naturalismo. Intentando captar quizás solamente el ritmo de la existencia o de una plácida espera, la plasmación de un instante de realidad. Los colores son fríos y luminosos. La pincelada es vigorosa. Produce la sensación de cuadro inacabado, de boceto.

El interés que siempre suscitó la obra de Degas en el ánimo de Toulouse-Lautrec motivó que realizara alguna obra como homenaje, encontrando en los desnudos de jóvenes en el baño pintadas por Degas en 1886 un motivo (por este orden,  “la tina” y “mujer bañándose en un barreño”).

Entre la temática favorita de Degas está la que tiene como protagonista a mujeres en diferentes momentos de su aseo: tomando un baño, saliendo de él o peinándose. Como si se tratara de un “voyeur”, el pintor nos muestra a estas jóvenes en su intimidad, sin ningún tipo de pudor al no observar al espectador, comportándose con absoluta normalidad. Esta imagen que contemplamos es una de las más populares; en ella el artista quiere mezclar el naturalismo que marca toda su composición con ciertas notas de clasicismo. La muchacha aparece agachada, en una postura totalmente íntima, recogiéndose el rojo cabello con la mano derecha para forzar aun más el escorzo.

La habitación se ilumina con una fuerte luz solar matutina, que inunda todos los rincones del espacio. La perspectiva empleada por el artista ya es casi tradicional, al situarse en un punto superior y ofrecernos una visión alzada de la escena. De esta manera, la cómoda que observamos en primer plano parece ser plana, incluyéndose la inspiración en el grabado japonés tan del gusto de los impresionistas. Los elementos que vemos en esa cómoda – una jarra de cobre, otra de cerámica, una peluca y varios peines – tienen formas similares al cuerpo de la muchacha y el barreño, jugando Degas con las líneas curvas en toda la imagen, obteniendo un gracioso ritmo. Los tonos claros abundan en la composición.


L’heroi

28 Mai 2012


Hi hagué un home que visqué setanta anys
no gaire lluny de casa.
Jo el vaig conèixer
quan ja era molt vell, però puc dir
que no s’havia mogut mai del poble.
Del món n’havia vist
quatre viles i escaig del voltant de la nostra;
mai no anà a ciutat, i mai tampoc
no posà els peus en un ferrocarril.
Això sí: coneixia
pam per pam els topants
de les vores del riu
i havia estat expert en herbes remeieres.
Durant cinquanta anys llargs
treballà de paleta
i, segons em digueren,
va perdre la muller quan encara era jove.
De tres fills que tingué
dos van morir a la guerra:
l’altre marxà del poble,
molt lluny, molt lluny…,
i mai més no tornà.
L’home visqué qui sap els anys tot sol
i a les tardes d’estiu
s’asseia en un pedrís davant de casa seva.
Era afable i molt pulcre
i somreia, discret, a la gent que passava.
Jo recordo d’haver-hi conversat
sobre qualsevol cosa,
i recordo també que tenia la veu
afectuosa i clara
i que en parlar movia
molt lentament les mans.
L’hivern que el van trobar
mort al llit, les veïnes
digueren que semblava
que el pis hagués estat
endreçat feia poc.
Degué morir de fred,
perquè en tota la casa no hi havia
ni un sol bocí de llenya
i ell jeia, bo i vestit,
embolicat amb una manta.
Algú digué que semblava un ocell
arraulit sota un ràfec.

Autor: Miquel Martí i Pol

Ilustraciones, por este orden: Majid Arvari, Javier Arizabalo y Jean-Marie Poumeyrol


El día siguiente (Munch, 1894)

27 Mai 2012

“No pintaremos más interiores con hombres que leen y mujeres que tejen. Queremos pintar seres vivos que respiran, sienten, sufren y aman”   (E. Munch).

Disponemos en esta obra, en primera instancia, de tres elementos clave, a saber: una mujer, joven a juzgar por su apariencia, una cama individual y una mesa que al parecer es redonda, y encima de la mesa dos botellas y un vaso casi vacío. 

La mirada de la mujer no permite saber si duerme o se encuentra en algún otro estado, por lo que dicha conjetura sólo se puede extraer del hecho que está en una cama o bien que después de haber bebido (argumento avalado por las botellas en la mesa) se encuentra cansada y necesita del reposo. Por el contrario, el hecho de que todavía permanezca ataviada con la mitad de su vestido (de la cintura para abajo) permite creer que su siesta aún puede esperar.

Por otra parte, su cabello totalmente desarreglado y la circunstancia de permanecer ataviada sólo con la mitad de su vestido (de cintura para abajo) son elementos adicionales que no podemos omitir; ¿está sólo cansada tras una agotadora jornada de trabajo? o ¿permanece somnolienta tras una un encuentro fugaz y furtivo con su amante? o, también, ¿abandonada, permanece recostada y ebria por una existencia anodina?.

El hecho que se encuentre en una cama individual supone su soltería, o por lo menos que duerme sola en ella, por lo que en teoría no conoce varón, aunque por las conjeturas de su aliñamiento se infiere que no hace mucho que estuvo con uno.

Su piel es blanca, tierna y no sugiere ninguna arruga, por lo que no sería aventurado situarla en la edad alrededor de los 20 años, misma en la que parece las mujeres comienzan a conocer la vida mediante decisiones propias que las marcarán por el resto de sus días, positiva o negativamente.

Por su parte, la presencia del alcohol puede generar demasiadas conjeturas e incluso respuestas a la postura que la dama tiene respecto a la pintura, por una parte se encuentra visiblemente retirada de las botellas lo que nos da a pensar que si bien tomó de ellas fue minutos antes de que su cuerpo fuera plasmado en el lienzo.

Recordemos, en la mesa se encuentran tres recipientes: un vaso de cristal que tiene aún un poco de líquido, una botella de tamaño considerable y otra de menor tamaño que bien puede captarse como una licorera.  Es importante recalcar que el vaso de cristal está casi por terminar, de ello se puede pensar que previamente el vaso se encontró lleno y la mujer (por tratarse de la persona más cerca) fue quien bebió del vaso hasta llegar a ese punto.

El alcohilismo es un tema abordado en la pintura de manera constante. Desde las fiestas medievales, en un ambiente alegre y desenfradado hasta las mujeres, solas y abandonadas  del modernismo. No siempre debe recurrirse a la complaciente explicación de retratarse a prostitutas.


Lluvia

25 Mai 2012

Llueve otra vez. Llueve
de nuevo. Llueve:
siempre el amor me llega
con la lluvia.
Sobre la calle una
llovizna breve
y aquí en mi corazón, cómo diluvia…

Llueve. Y el agua cae sin relieve
sobre las piedras, ávidas de lluvia.
Aquí en mi corazón, cómo remueve;
aquí en mi corazón, cómo diluvia.

Siempre el amor me llega así. Sin ruido,
con silencioso paso estremecido:
niebla menuda que después diluvia.

Siempre el amor me llega así, callado,
con silencioso andar desesperado…
Y no sé dónde estás. Y está la lluvia.

Autor: Julia Prilutzky

Ilustración de Marie-France Boisvert


El patio de la escuela

22 Mai 2012

En el recreo
el patio se dibuja en nuestro mundo,
los gritos sofocan el silencio de las aulas
y los maestros,
incautos invasores,
en vano intentan
penetrar en las hazañas
de aquel invulnerable reino extraño.

Autor: Gabriel Alejo Jacovkis

Ilustración: Marianne von Werefkin, “school” (1907).

En la imagen se muestra una clase para niñas de la Fundación Max Joseph de Munich, basada en el modelo francés. Los alumnos de quinto grado están fuera de casa con su “dama de enseñanza y educación”. Son “hijas de familias nobles o de hombres respetados en el servicio civil o militar real de Baviera”. Se las puede identificar por sus uniformes de otoño e invierno, capas negras, sombreros de tela negros con ala y bufandas azules. Caminando en nueve grupos de dos, espaciados, forman una larga fila.

A primera vista, apenas se nota que Werefkin usó los colores en el cuadro Otoño (Escuela) de manera muy calculada para darle al cuadro en su conjunto un estado de ánimo básico específico e inconfundible. Al utilizar los tonos oscuros del negro y el azul para la montaña, el lago, los troncos de los árboles, las túnicas de las figuras y la parte superior del cielo, así como el violeta del camino, dominaron cuantitativamente la imagen. Por el contrario, casi ocultaba el amarillo chillón de la pradera y el rojo vibrante de los tejados del pueblo. Esto le da a la imagen un tono triste, sobre todo porque el naranja del cielo, entre amarillo y rojo, está casi cubierto por nubes de tormenta de color negro violeta.

Utilizó el blanco, que supera en luminosidad al amarillo, con moderación, permitiéndole brillar en determinados puntos del prado y en la vestimenta de las figuras y las casas del pueblo. También utilizó el blanco para los contornos que, según la estricta regla del cloisonnismo, en realidad deberían ser negros. Pero ella lo ignora con indiferencia y procesa el contorno en líneas independientes que pueden lograr cualidades expresivas muy diferentes. Muy delicadamente, casi insinuada, una línea blanca acompaña a la izquierda la cresta de la cresta boscosa de la montaña. Aunque esta línea parezca fina y discreta al principio, resulta vivaz gracias a su forma dentada, que recuerda a los dientes de una sierra. La línea blanca, que forma el contorno de la montaña de la derecha, tiene una forma más tranquila y equilibrada y sube tranquilamente la montaña desde abajo a la izquierda. En contraste con estas dos curvas de nivel, hay algo lánguido y tranquilo en la que perfila el lago en blanco. Los árboles desnudos y las últimas flores de los azafranes de otoño en los prados confirman el ambiente melancólico del color. La clase de la escuela en su fila de uniformes de regreso a casa después de una excursión repite el tema de la imagen como una conclusión melancólica al paso del tiempo.

Gabriel Celaya estaba convencido que la poesía es un arma cargada de futuro. Probablemente sea algo más pero en días como hay cobra un significado especial toda la rabia y el coraje de poetas comprometidos con sus gentes y en su tiempo. Y por una razón bien sencilla y nada baladí; la poesía es el arma del futuro, la educación su alma. No viviremos bien sin la una o cercenando la otra.


Contra la cultura del dinero pese a que poderoso caballero es Don Dinero

21 Mai 2012

 “No deja de hablarse del déficit, de la deuda, de las altas operaciones financieras, pero se evita hacerlo del sufrimiento de los que no tienen nada, de la pobreza creciente de jóvenes y ancianos, del envilecimiento del mundo”

Publicado en “El País” la lectura del artículo de Gustavo Martín Garzo  Contra la cultura del dinero sólo os robará 5 minutos de vuestro tiempo que es, sin duda, mucho menos de lo que “otros” se llevan a espuertas.

“Rescataremos a los mismos bancos que desahucian al mes a más de 5.000 familias”

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Autor: Francisco de Quevedo

Ilustración: “El prestamista y su esposa” (1514), de Quentin Massys.

En esta obra se representa el taller u oficina de un cambista. El marido está pesando unas monedas, y su mujer le mira, más interesada en el dinero que en el libro de oraciones que tiene entre las manos. En este matrimonio burgués anida ya una mayor preocupación por el bienestar terrenal en detrimento de la salvación espiritual.

En el sistema financiero español no se sabe a ciencia cierta si es más gravosa la envidia de los recaudadores, la avaricia de los usureros, la codicia de los prestamistas o la avidez de los banqueros.


La anciana y el cortejo

18 Mai 2012

 

Arrastra el luto y los pies
entre piedras que esconden
memorias esclavas.
Una ausencia tiñe
la mirada errante.
Susurra los nombres
al son de una antigua canción marinera.
Gasteiz, Grimau, Ruano,
Grimau, Ruano, Gasteiz,
Subiendo la cuesta traspasa el cortejo.
La cruz, el obispo,
los santos codazos,
el fervor gazmoño.
El lienzo que cubre la impudicia muerta
agita balas ciegas,
miembros rotos,
cráneos machacados.
Es una tela con hedor a olvido.
La voz susurra los nombres
que se alejan del muerto y la murga.
Gasteiz, Grimau, Ruano,
Grimau, Ruano, Gasteiz.

Cada vez más lejos
resuena la antigua canción marinera
y la anciana piensa que cuando amanezca
buscará la tumba del verdugo muerto
y sobre la losa escupirá tres veces.

Autor: Gabriel A. Jacovkis

Ilustración: Jozef Israëls, “mujer de un pescador oteando el horizonte” (1900).

Tanto Israëls como Millet son artistas que expresaban su admiración por el ser humano retratando la vida de las gentes humildes; Millet plasma la placida vida rural mientras que Israëls manifestaba la tristeza, el sufrimiento y la angustia de la vida cotidiana de la gente del mar.

La visita que Jozef Israëls realizó en 1855 a Zandvoort, le inspiró para representar las alegrías y los sufrimientos de los pescadores locales. Israëls supo plasmar el motivo de las muchachas y mujeres subidas a las dunas, oteando el mar a la espera de sus seres amados, hermanos, padres o hijos. Este motivo es común en la literatura y remite a la antigua historia mitológica en la que Ariadna, la hija del rey de Creta espera en vano en la playa a que vuelva su amado Teseo.


La violación (Degas, 1868)

15 Mai 2012


Habituados como estamos a las delicadas imágenes de ballet, carreras de caballos o representaciones de ópera, esta desconcertante escena pintada por Degas en 1868 resulta impactante.

Degas titula a su obra Escena de Interior o Pintura de Género, sin embargo ha pasado a la tradición con el nombre de La violación o La disputa. ¿Por qué violación o disputa?

La obra parece basarse en una escena de la novela de Zola, Madeleine Férat, en la que un matrimonio pasa una noche en un hostal y se establece entre ellos una disputa. La escena de disputa violenta y pasión arrebatadora pasó a ser considerada por los críticos como una violación, pero además se enfatizó en que la violación era de un hombre rico a una muchacha trabajadora.

Degas representa la escena en un reducido espacio, consiguiendo aportar una mayor carga emotiva y dramática al asunto. Las diagonales organizan la composición -la cama, la alfombra, incluso la mirada del hombre sobre la mujer. También encontramos curiosos contrastes como la cama intacta frente al desorden de las ropas; el espejo absorbiendo los reflejos que emite la chimenea; el hombre vestido y la mujer semidesnuda; las tonalidades oscuras de él y las claras de ella. Las tonalidades rojizas ocupan un papel determinante en el conjunto: las rosas que decoran la pared, simbolizando posiblemente la pasión; el rojo de la luz de la chimenea, el forro de seda de la maleta. Pero será la luz la auténtica protagonista, consiguiendo gracias a los efectos lumínicos aumentar la violencia de la escena, especialmente gracias a colocar al hombre en una zona de penumbra mientras que la mujer tiene la espalda iluminada por la lámpara que observamos en la mesa.

En la zona derecha de la composición nos encontramos a un hombre de pie, en una desafiante postura, con las piernas separadas y una penetrante mirada que sugiere su estado de tensión. De espaldas, con la combinación blanca resbalando sobre su hombro izquierdo y posiblemente llorando, se halla la mujer, en una postura con la que parece esconder su vergüenza. Junto a la cama, tirado en el suelo, podemos observar un corsé, mientras que en la mesa reluce un collar junto a un costurero abierto. En estos objetos han querido ver los expertos el mensaje de la obra: cómo la joven ha vendido su honra por una joya pero en el momento de entregarla se ha arrepentido, apareciendo el miedo y la culpa, lo que la lleva a dar la espalda al hombre si bien esta interpretación restaría mucha fuerza a la primigenia denuncia y devendría en una estampa moralizante.


El joven mendigo (Murillo, 1650)

11 Mai 2012

El niño mendigo, también conocido como Niño espulgándose, es una pintura barroca de Bartolome Esteban Murillo de 1650.

El cuadro muestra a un joven sentado en una esquina de un desangelado interior intentando quitarse un piojo que le molesta. Junto a él, aparecen un cántaro y un capazo, que representan su oficio como aguador y repartidor.

Murillo ha sido mundialmente conocido por ser el pintor barroco de las Inmaculadas, pero en su extensa obra, también realizó un tipo de pintura realista y de carácter social. Entre 1640 y 1655, el joven Murillo, influenciado por el auge de la literatura picaresca del Siglo de Oro y también por la doctrina de la justicia social propia de los franciscanos, comienza a formarse una conciencia social muy fuerte que le lleva a retratar temas propios de la época. Plasmó en sus lienzos niños mendigos y personas desamparadas; niños mendigos y algo pícaros, descalzos y malvestidos, como fiel reflejo de las profundas diferencias sociales de la época barroca donde Murillo actúa como cronista social especialmente dotado de una mirada crítica.

Sin embargo, el carácter de drama social de sus retratados no le influyó para captarlos siempre con amabilidad y ternura, sin expresar dolor o miseria.

Murillo representa un ejemplo de pobreza, pero el espíritu amable con el que compone su obra basta para alejar la sordidez del tema, que se queda en mera escena de género.

Los especialistas consideran que este Niño espulgándose es la primera obra de carácter costumbrista de las realizadas por Murillo. El pequeño aparece en una habitación, recostado sobre la pared y quitándose las pulgas que acompañan a sus ropas raídas. En primer término aparece una vasija de cerámica y un canasto del que caen algunas piezas de fruta. La figura está iluminada por un potente haz de luz que penetra por la ventana desde la izquierda, creando un fuerte contraste con el fondo que sirve para crear una mayor volumetría. La luz también refuerza el ambiente melancólico que define la composición, destacando el abandono en el que vive el muchacho. El marcado acento naturalista que refleja la escena tiene como fuentes a Zurbarán y Caravaggio, trayendo también a la memoria las escenas costumbristas de la primera etapa de Velázquez.

Por influencia claramente del pintor italiano Caravaggio, Murillo introduce en la escena un fuerte claroscuro mediante el fuerte foco de luz que entra por la ventana lateral. Este tenebrismo, junto con la marcada diagonal de la composición, ejemplifican los rasgos más característicos del Barroco español.

En cuanto al cromatismo, dominan los colores amarillentos y castaños, desde los más claros hasta los oscuros, casi negros.

Por las mismas fechas pinta éste otro cuadro, “Dos niños comiendo melón y uvas”.

Dos niños harapientos en una calle de Sevilla devoran con fruición un melón amarillo y racimos de uva. Esta debía ser una estampa cotidiana en la España del Siglo de Oro, un período histórico en el que la crisis económica y la decadencia del Imperio español convivían con el máximo esplendor del arte barroco.

Los dos pilluelos están la fruta, posiblemente robada, con verdadera ansia. Van vestidos con harapos y están tirados en la calle. Muestran un gesto de pillines y golfillos en sus miradas cómplices de lo que han hecho. Se puede ver sus uñas negras, sus ropas raídas, los pies sucios y el aspecto desaliñado. Como curiosidad, hay varias moscas en el melón y el niño del moflete hinchado acaba de escupir una pipa que vuela por el aire.

Es un cuadro naturalista porque muestra la realidad tal como es, con sus imperfecciones y fealdades. Murillo hace gala de una extraordinaria sensibilidad al pintar a los chiquillos con una gran dignidad y con un cariño exquisito que nos hace cómplices de sus andanzas y nos mueve a una sonrisa comprensiva.

Esos niños andrajosos, con sus vestiduras rotas, con sus pies sucios, sacados de alguna callejuela de Sevilla al final de cualquier verano de mediados del siglo XVII; pícaros y mendigos, lazarillos y buscones  en este lienzo parecen gozosos y felices. Más que compasión nos inspiran ternura.

 


Tierras lejanas

8 Mai 2012


Tierras de Castilla,
Tierras Castellanas.
Donde yacen molinos,
que acarician suavemente los vientos de estas estancias.

Con sus aspas peinan los cielos,
a veces llenos de nubes que traen tormenta,
a veces serenos y azules,
como el color de los ríos que fluyen por estas tierras.

Sentimientos de libertad corren por los extensos terrenos.
Y entre campos de cultivo y tierras desiertas,
se esconden maravillosas sorpresas,
guardadas con cautela en el corazón de cada viajero
que busca refugio en estas haciendas.

Aires de meseta
que rocían los árboles florecientes en primavera.

Murallas que encierran,
recuerdos de legendarias batallas.
Libradas por valientes pueblos,
Libradas por valientes almas.

Por los grandes extensos corren,
los rayos de sol del mediodía,
y con esa ternura iluminan,
cálidamente los días.

Misteriosas leyendas se cuentan,
sobre estos míticos parajes.
Sobre estas bellas tierras.
Sobre las tierras cuyo recuerdo guardo
en algún lugar de mi memoria.

Autor: Esther Solé, 14 anys.

Ilustraciones: Marcel Nino Pajot y Vladimir Kush, “fauna en la Mancha” donde Don Quijote en lugar de batallar con el molino de viento gigante va a entrar en el duelo con las mariposas gigantes.