trabajo (Francis Gruber, 1944)

En el Salon d’Automne (más tarde llamado Salón de la Liberación), en 1944, después de la ocupación alemana, un hombre expuso la cumbre del miserabilismo: Francis Gruber, quien con su cuadro “Job” logró plasmar la represión del pueblo y la supervivencia del mismo gracias a la ocupación. Gruber nació en Nancy y sus influencias principales fueron pintores como El Bosco, Grunewald, Durero y Giacometti.

Ese era el momento cumbre para celebrar la resistencia; sin embargo, el cuadro de Gruber representaba la total y terrorífica derrota. Un hombre desnudo, cuya pesadumbre es evidente con sólo ver los trazos, arrepentido, triste, lleno de la nostalgia del pasado. Amargamente sumiso que medita sobre su desesperación. “Todavía hoy mi queja es una rebelión, sin embargo, mi mano comprime mis suspiros”, aparece en la hoja de papel que yace en el suelo.

Algunos también agrupan a Gruber con el grupo expresionista en Francia. Tenía sólo 36 años cuando murió debido a una tuberculosis que lo azotaba, pero su obra aún marcaba a esa generación sumida en el tremendo caos de lograr salir adelante sin ningún objetivo.

Gruber nació el 15 de marzo de 1912 con problemas graves de asma, es por eso que toda la educación básica la pasó con profesores privados que no alteraran su entorno. Siempre fue un hombre reservado y tímido. Desde los 12 años trabajaba en el taller de diseño de su padre y gracias a que su hogar se convirtió en el mejor lugar para aprender, su carrera artística comenzó con gran fuerza en 1930, cuando participó en el Salons des Tuileries et d’Automne. Dos años después, Gruber ya era un artista bastante reconocido, codeándose con los grandes pintores de esa época.

En 1938 se encuentra con los hermanos Giacometti, la vida de Gruber cambia. Con Alberto mantenía discusiones por largas horas en las que buscaban encontrar la imposibilidad de una perfección que jamás es alcanzada mientras que Diego se convirtió en su piel compañero de historias hasta los últimos días. Su asma, mal de todos los tiempos, hizo que Gruber tuviera que resguardarse en su hogar y no pudiera casi moverse. Tal vez este sea el periodo más sombrío de su vida, pues además de que casi no produjo obras, su desesperanza hizo que las pocas que realizaba fueran destruidas.

En los años 1940, la obra de Francis Gruber se caracterizaba por una línea expresionista subrayada por un ligero círculo negro, así como por el realismo de los sujetos impregnados de miserabilismo que influiría notablemente en el pintor Bernard Buffet.

Durante los años de la guerra, cuando desarrolló una grave enfermedad el retiro forzoso a su estudio parisino permite nazcan pinturas íntimas: naturalezas muertas sobrias, desnudos aislados en un estudio vacío, retratos más hieráticos pero no menos solitarios. En tonos apagados pero suaves (gris, beige, rosa descolorido y negro), apenas resaltados por el color verde oliva de la tela bordada, Mujer en un sofá (1945) está tratada con gráficos cercanos al dibujo. La mirada fija y melancólica de la modelo, esposa del artista, hace eco de la austeridad del taller, de la sobriedad de los colores descoloridos, y revela el silencio atormentado de estos años de sufrimiento, entre la guerra y la enfermedad.

La obra revela los tormentos del artista tras la Segunda Guerra Mundial. La violencia de esta época y los horrores de la guerra marcan definitivamente la producción del artista. Este último representa entonces cuerpos femeninos y masculinos, desnudos y demacrados, perseguidos por la imagen de la muerte.

En Nu au vest rouge (1944) nos encontramos ante una mujer sentada en un interior vestida únicamente con un chaleco rojo. Su mirada, neutra incluso fría, está fija en el espectador. La tez de su rostro, ligeramente azulada y sus mejillas sonrosadas, casi se confunden con el papel pintado. Podemos percibirlo como una forma de representar un espíritu perdido en los tormentos del pasado. La joven se ofrece a la mirada de los curiosos pero su mente parece estar en otra parte.

Nos sumergimos en la oscuridad de un apartamento, el aire está lleno de gravedad. El rostro y el cuerpo de la mujer no están ahí para seducirnos sino que reflejan un drama, un malestar. Intentamos entender pero la mirada de la mujer se pierde en el espacio… La única mancha de color es la de sangre.

Esta joven pálida y desnuda en un rincón de su estudio es un motivo que la artista pinta de forma casi obsesiva. En cada uno de sus cuadros los complementos son los mismos, como la silla o el chaleco, y la impresión de sufrimiento y encierro sigue siendo muy fuerte.

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