Este fue el primer cuadro de Sorolla donde aborda la temática del realismo social, orientada hacía el comentario de la realidad española desde una perspectiva crítica y regeneracionista, con un claro intento de denuncia de las desigualdades de la sociedad de su época. El realismo social de Sorolla es mucho más que una escena costumbrista y la denuncia social suele quedar enfatizada por el título. Aquí alude a la Margarita de Fausto (Goethe) que ahoga a su hijo y es encarcelada.
Viajando en tren de Valencia a Madrid, fue testigo Sorolla del traslado esposada de una mujer que, decían, había quitado la vida a su bebé. Una pareja de la Benemérita custodiaba a la detenida. Resultó muy afectado el pintor, y un día se dispuso a abocetar en el estudio la tremenda escena. En un abigarrado conjunto, como solía viajarse entonces, incluyó inicialmente hasta la figura de algún niño.
Pero, al final, tomó la decisión de expresar el drama con la mayor simplicidad: y así retrató a la desgraciada madre en el centro de un vagón sin pasajeros, la cabeza inclinada sobre un hombro, caída la mirada, con frías esposas rodeando sus muñecas. Y a la diestra un atillo con sus humildes pertenencias. Se la adivina joven, pero muy triste y abatida. Al fondo, una pareja de la Guardia Civil, medio adormilada, vigila a la detenida. No podía faltar la magia del sol, juguetón como una mariposa, aleteando esperanza por los altos balcones de la luz, encendiendo braseros al borde de las tablas.
El vagón se hace verdaderamente asfixiante debido a la abrupta terminación de su perspectiva en una pared totalmente vacía, que viene a remarcar, simbólicamente, la idea de caja, de prisión.
Un ambiente tenebroso y denso engulle a los tres personajes que permanecen sentados en el vagón de madera del tren. Los guardias civiles, adormilados por el traqueteo, custodian a una mujer esposada y de mirada perdida a la que acusan de haber matado a su hijo asfixiándolo.
Es un cuadro donde la tristeza deviene infinita…
El realismo social donde mujer y ferrocarril convergen vuelve a reiterarse en “Trata de blancas” (1894). Aborda el tema de la prostitución pero carece de la arrebatadora fuerza que expresaba en “Otra margarita”.
En el cuadro aparecen representadas un grupo de mujeres vestidas a modo de campesinas con mantillas y pañuelos en sus cabezas que dormitan, a excepción de la anciana de negro que las acompaña, la cual permanece despierta y vigilante. El momento que recoge el pintor, con las jóvenes dormidas y la mujer mayor mirando al infinito, nos oculta su verdadera profesión.
“Hay todo un libro en aquel vagón de tercera, miserable y sucio, iluminado por el agonizante farolillo y la cruda luz del amanecer, en el cual se amontona el rebaño de mantón y pañuelo de seda, con las caras tristes que aún conservan vestigios del colorete del lupanar, llevando sus gastados y macilentos encantos de un mercado a otro, agotándose en plena juventud y esclavizadas eternamente a la vieja alcahueta, rabadana del vicio que las contempla con mirada dura, pensando lo que podrá producirle aún este saldo de carne enferma” (Blasco Ibáñez)
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