“Me he puesto inmediatamente a hacer un cuadro para él, un lienzo para colgar en su dormitorio: unas gruesas ramas de almendro en flor blanco sobre un fondo de cielo azul”
Con estas palabras se dirigía Vincent Van Gogh a su madre, Anna, en respuesta a la noticia del nacimiento su sobrino. La carta está fechada el 15 de febrero de 1890. En aquel momento, Vincent se encontraba en el sanatorio de Saint-Remy, donde ingresó por voluntad propia en mayo del año anterior.
El 31 de enero de 1890 Johanna Bonger, la esposa de Theo, da a luz a un niño sano que será bautizado con el nombre de su tío y padrino, Vincent Willem, y que alcanzará la edad de 88 años.
Vincent viaja a París en mayo para reencontrarse con su hermano y conocer a su sobrino. Según declara Jo, el niño mira fascinado el cuadro de su tío, y se entretiene en observar las flores blancas desde su cuna. La relativa estabilidad psíquica del pintor duró poco tiempo.
Grandes ramas en flor como esta contra un cielo azul fueron uno de los temas favoritos de Van Gogh. Los almendros florecen a principios de la primavera, lo que los convierte en un símbolo de una nueva vida.
Pintada para su sobrino y ahijado recién nacido, esta obra muestra a un Van Gogh luminoso, lleno de optimismo por el nacimiento del bebé, que sería bautizado con el nombre de Vincent.
La primavera llegó a Arles e influido por los grabados japoneses, Van Gogh pinta esta oda a una nueva vida, a la naturaleza. La luz parece irradiar del cuadro.
Pero no sólo se percibe un símbolo de la nueva vida de su sobrino. El pintor también quiere plasmar una posible nueva vida para sí mismo y su futuro artístico, aunque como sabemos, el artista fallecería sólo tres meses después de acabar esta obra maestra.
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