El cuadro fue realizado en Nuenen, donde vivió Van Gogh con sus padres desde 1883 hasta 1885. El padre era pastor protestante se le había encomendado la parroquia de la localidad y el propio artista había tenido una época de intenso fervor religioso, que, en 1876, lo había llevado a despedirse de la casa de arte Goupil. Vincent había asistido después a un escuela de evangelización y se había trasladado a la desolada región del Borinage para predicar a los mineros. Había acometido el empeño con tan fanático celo que no le confirmaron el cargo. Siguió un período de fuerte crisis, al término del cual Van Gogh se había decidido por la profesión artística. Su actitud hacia la Iglesia se había resentido de todo ello y en diversas cartas se trasluce su desdén hacia la hipocresía de muchos de sus representantes. Las relaciones con su padre se habían deteriorado aún más, pero cuando éste murió de repente, en marzo de 1885, Vincent sufrió una profunda conmoción. La Naturaleza muerta con Biblia y candelabro fue pintada un mes después de este triste episodio y deja ver el estado de ánimo del pintor. El texto sagrado, que Van Gogh había empezado a traducir a cuatro lenguas, sobresale gigantesco sobre el plano de una mesa. Junto a él se ve una vela apagada, símbolo de meditación, que en la pintura de los siglos pasados aludía al tema del memento morí. En primer plano, sin embargo, Vincent ha colocado una novela moderna: La joie de vivre, de Víctor Hugo, uno de los autores preferidos de Van Gogh. El cuadro, aparentemente sencillo, reúne una serie de temas de reflexión fundamentales para su autor: la meditación sobre la muerte, ligada a la desaparición de su padre, y la importancia de la religión en la vida de los dos, pero, al mismo tiempo, su encuentro con una esfera de intereses distinta, con la “vida moderna”, que era objeto de discusión, descripción y representación por parte de los exponentes más progresistas del arte y de la cultura contemporáneos.
La composición de esta obra es muy moderna, con el sembrador en primer plano, en la esquina inferior izquierda, y un tronco de árbol retorcido que divide el lienzo en diagonal, al modo de las estampas japonesas. El sol que se está poniendo es a la vez el halo del sembrador, el artista santificado.
La vida campesina, y en particular el trabajo de los labradores, despertó un gran interés en Van Gogh. A lo largo de su trayectoria hizo más de treinta dibujos y pinturas sobre este tema. Su intención la mayoría de las veces es de carácter social mientras que el lenguaje plástico está inspirado por la filosofía impresionista y, por tanto, centrada en la representación cambiante de la naturaleza. Van Gogh era un admirador de la obra de Millet, y como él, consideraba que las labores del campo podían ser un motivo lo suficientemente noble para el arte moderno. Él veía en la labranza, la siembra y la cosecha una metáfora del esfuerzo del hombre por dominar los ciclos de la naturaleza.
El tema del sembrador es recurrente en la obra de Van Gogh, acaso por su sensibilidad ante la vida campesina, acaso por su sensibilidad cristiana (recuerda a la parábola del sembrador). Aunque no nos queda clara su intención, lo cierto es que en este cuadro Van Gogh vuelve a inspirarse, por un lado, en el pintor francés Millet; por el otro, en el arte japonés, especialmente en lo que toca a la vegetación.
Cuando realizó esta obra en Arlés, en otoño de 1888, estaba trabajando con Paul Gauguin, quien le sugirió que utilizara un tono menos realista y más influenciado por su imaginación. Gauguin le convenció para que trabajara de memoria, partiendo de los sueños o los recuerdos, y Van Gogh empezó a introducir algunos elementos simbólicos en sus cuadros. Aquí utiliza colores menos realistas, como el verde del cielo y las sombras del vestido del campesino. Esto sirve para mostrar los efectos lumínicos del momento, en esta ocasión del atardecer, pero también para sugerir una impresión más emocional, cercana incluso a lo espiritual. De hecho, un inmenso sol se dibuja sobre la cabeza del sembrador como si fuera un halo de santidad, con el objeto de dignificarle a él como persona y apadrinar su esforzada labor. Las referencias la parábola del sembrador recogida en los Evangelios son evidentes. En cualquier caso, los tonos son más fríos que en otras obras de la misma época, quizás porque Gauguin no fue el amigo que Vincent necesitaba entonces, o bien por el deseo de captar la luz del crepúsculo otoñal.
El disco solar y el espacio circundante están plasmados con pinceladas en círculo, y el suelo está animado por una gran cantidad de toques vibrantes de colores sin mezclar, característicos del artista. En cambio, la figura esbozada a modo de silueta y el árbol cruzado en diagonal remiten a las estampas japonesas, que tanto influyeron en los impresionistas. La composición es rompedora porque literalmente parte el cuadro por la mitad, dejando a la derecha el pueblo y el bosquecillo, que parecen representar el mundo real, mientras que a la izquierda permanece en solitario el sembrador. El tronco del árbol y una fina rama se yerguen amenazantes sobre él, pero el sol se alza para protegerle y que pueda continuar su labor. Es lógico que una composición tan interesante llamase la atención de otros artistas y sirviera de modelo a obras posteriores, como esta interpretación-homenaje que realizó Roy Liechtestein en una litografía de 1985, que hoy se conserva en la Fundación Vincent Van Gogh de Arles.
En el otoño de 1888 Van Gogh retomará cierto interés por las labores rurales, enlazando con las obras del periodo de Nuenen y con Millet. Surgen una serie de escenas protagonizadas por sembradores en campos iluminados por una potente luz solar, resaltando las sombras coloreadas herederas del Impresionismo.
La admiración de Van Gogh hacia el arte de Millet se manifestó en sus años juveniles, apreciando su obra desde su trabajo en la galería Goupil & Cie. de La Haya. Sin mucha inspiración, en el otoño de 1888 se va a dedicar a realizar una amplia serie inspirada en las estampas del genio del Realismo. A estos trabajos de temática campesina Vincent aportará su color y su interés por la luz como observamos en este sembrador cuyos contornos están acentuados con una línea oscura en relación con el simbolismo de Gauguin. Las tonalidades malvas de las sombras – herencia del Impresionismo – dominan la superficie, uniendo en estas escenas modernidad y tradición.
Este Sembrador con Sol Poniente (1888) que contemplamos es fruto del contacto entre Gauguin y Van Gogh durante el otoño de 1888, compartiendo la misma casa en Arles. Gauguin estaba desarrollando un estilo simbolista que quería inculcar a su compañero, pero Vincent siente demasiado apego a la naturaleza como para olvidarla incluso en su memoria o sus sueños. Quizá por ese ejercicio memorístico al que Paul le obliga estas escenas nos recuerden a Millet, tan estimado por el holandés en su juventud. La figura del sembrador casi se inserta entre los tonos de la tierra mientras al fondo un resplandeciente y amarillento sol preside la composición. El ocaso del astro rey provoca una gama de tonos anaranjados a su alrededor, motivando la aparición de sombras coloreadas – en tonos azules y malvas – que recuerdan al Impresionismo. La pincelada es muy suelta, trabajando con rapidez, apreciándose la textura del óleo claramente lo que provoca un mayor acercamiento hacia el espectador. En la zona del sol emplea una serie de trazos radiales al círculo plano para obtener mayor luminosidad.
La amplitud espacial obtenida es sorprendente, situando la línea del horizonte en una zona excesivamente elevada del lienzo para centrar nuestra atención en el campo de cultivo, siguiendo los paisajes del Barroco Holandés. La superficie roturada ha sido obtenida a través de pinceladas sueltas y empastadas, como facetas que a modo de mosaico organizan la composición. Una vez más, el color vuelve a protagonizar una obra de Vincent, expresando sus sentimientos a través de él en unos momentos de euforia ante la pronta llegada de Gauguin.
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