Como el árbol tan solo de una estepa que va dejándose morir de amor, como mujer yacente tras los golpes y astronauta perdido en polvo cósmico. Como la noria quieta de Chernóbil.
Como un niño pregunta por el tapón del mar y un techo de uralita sueña tejas de barro y un arquitecto escala el viento con su lápiz para que vivan altos los deseos. Como muñeca herida de Chernóbil.
Como el joven suicida mientras cae al vacío y el migrante tan lejos recuerda todavía el calor del brasero que alumbraba su casa. Y bosque rojo uranio grafito boro ardiendo. Como icono quemado de Chernóbil.
Y charco radiactivo de Chernóbil y cine abandonado de Chernóbil y una grieta en la tumba de Chernóbil, así la soledad que pierde el norte y nos mata, nos muere lentamente. Así la soledad.
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Autor: César Vallejo
Fotografía de Robert Capa, “la Muerte de un miliciano” (1936)
Muerte de un milicianoes una de las fotografías más conocidas de la guerra civil española, atribuida a Robert Capa y tomada el 5 de septiembre de 1936 en el término municipal de Espejo. Esta fotografía está considerada como una imagen icónica del siglo XX.
Un día del mes de septiembre de 1936 Robert Capa y Gerda Taro entraron en la provincia de Córdoba. En Espejo, hicieron una foto icónica: la del miliciano cayendo herido de muerte fusil en mano. Capa y Taro eran dos desconocidos que cruzaron los Pirineos en busca de acción y para hacer periodismo. El estallido de la Guerra Civil había conmocionado a la opinión pública europea. Los dos fotógrafos, muy jóvenes, acudieron de inmediato al lugar donde había acción: en la provincia de Córdoba la República trataba de reconquistar la capital en la que está considerada como la primera gran contraofensiva de la Guerra Civil. El frente partía la provincia de este a oeste. El Gobierno controlaba gran parte de Sierra Morena y del Valle del Guadalquivir, por lo que se consideraba que la contraofensiva tendría éxito, algo que no pasó.
Capa y Gerda Taro estuvieron primero en Espejo, al sureste de Córdoba. Días después subieron a Cerro Muriano, al norte de la ciudad. Allí fotografiaron las enormes columnas de refugiados cordobeses que huían de las bombas del ejército sublevado. Por eso siempre se pensó que la foto del miliciano se hizo allí y que ni Capa ni Taro estuvieron en Espejo, algo que se desmintió en 2009.
Todo lo que rodea a esta imagen sigue siendo un misterio que enfrenta a expertos de todo el mundo. Unos, intentando demostrar que Capa hizo trampas, y otros, tratando de defender su veracidad.
El periodista húngaro siempre sostuvo que estaba documentando una acción de guerra, que los milicianos se lanzaron al ataque y que desde las filas enemigas dispararon con una ametralladora de manera tan certera que alcanzaron al protagonista de la foto. Y que él simplemente tenía la cámara levantada y disparó también.
esta carne prieta y dura como alpaca, levantada por leves lomas, colinas modestas, algún apacible remanso.
Esto es Castilla los ojos oscuros color de barro la piel y las trenzas recias, pardas.
Vengo de la tierra del pan y del vino donde otros antes que yo escondieron la cebada que no saciaría el hambre ni la sed.
Soy nieta de emigrantes, carbón humano, las entrañas unidas con alambre, mujeres y hombres ceñidos de esparto y entregados al delito del trabajo manual. Ellos me levantaron el pecho con golpes de azada que aún retumban en el amor áspero y tierno que me puebla los surcos de las severas costillas. En frágiles pasos de albarcas me han traído para que un día yo soltara las hoces de siega, la esteva del arado y cantara estos poemas; me han colmado la boca de trigales, me han confiado toda la luz, la digna primavera de la maleza.
Soy de un hogar que se seca y se adhiere como costra en los codos de la tez morena. Soy de un hogar compacto hasta la grieta, donde el roble solo sangra si lo partes.
Ay del agua oculta —dentro siempre dentro— en nuestro pecho, quién oirá este canto de labranza que cargo en las espaldas, quién este ruido de savia entre los huesos.
Esto es Castilla, y todos los árboles que me brotan en hilera señalan que debajo fluye un río.
Autor: Maribel Andrés Llamero
Fotografías: Cristina García Rodero, serie España oculta (En las eras, Escober) (1988)
El trabajo de Cristina García Rodero (Puertollano, España,1949) se inscribe en la tradición de la antropología visual, pues usa la fotografía y el reportaje gráfico para documentar rituales religiosos o fiestas populares donde se expresan las ansiedades y pasiones tanto individuales como colectivas. Entre 1975 y 1988 fundamentalmente, García Rodero realizó un enorme cuerpo de trabajo que agrupó bajo la denominación España oculta. Recorrió aldeas, pueblos y ciudades para captar aspectos recónditos de la geografía humana, tradiciones y ritos ancestrales que pervivían en pleno siglo xx. Algunas de sus imágenes muestran una España negra, miserable y esperpéntica, mientras otras recogen momentos inusitados de belleza y magia, incluso en los contextos más empobrecidos. La veracidad que otorga el valor presencial del autor en la escena fotografiada se conjuga con la búsqueda de la precisión compositivada para dar lugar a imágenes sobrias cuya equilibrada geometría contrasta con la intensidad de los temas, que muestran tanto lo sublime como lo grotesco de la vida humana.
Todavía las tardes de verano alegres en la resolana hablan las amigas de huertas que atienden con manos arrugadas, de este suelo que aún destroza sus espaldas las encorva cada día más, sobre si mismas. Pero ya no sienten miedo de los lobos.
Sus palabras se confunden entre el zumbar de las moscas, convocan por costumbres a los muertos de aquella región que siempre emigró, a Alemania primero, al extrarradio después. Se han ido quedando solas en aquel rincón que solo desentrañan ellas. Mi abuela puede descifrar el grito de óxido de la campana que llama a la comunidad, acudid vecinos que estas eras nuestras se nos mueren por el fuego. Sabe también si cuando tañen es un gemido de muerte y a la noche han de velar a un hombre o a una mujer, y cuál era su cofradía. todo eso le susurra el aire a mi abuela. Gustan de agrietar pajares candados, despiertan genealogías, reviven enemistades y también odios, rencillas, noviazgos contrariados; asistieron a disputas por tres piedras, una era, dos vacas -qué horror, dicen, en la ciudad, todo indiferenciado-. Pueden nombrar quién estrechó a quién en cada baile, a los galanes todos de la comarca, porque ellos una fueron el futuro, y si crecían era para abrigarse en sus brazos. Los desaparecidos marcaban el final, nada existía fuera de los márgenes de la espadaña del cementerio -tienen los sepulcros tanto de raíz-; salvo una guerra que una vez se les deslizó dentro y dividió a un pueblo pequeño en dos e infecto los hitos de miseria.
Como río que se funde en mar mayor, caen los ladrillos de adobe sin estruendo.
Nadie recordará cómo era todo allí cuando el tiempo iba despacio y era pequeño: el mundo va fundando otras lindes.
Habrá un día, y será invierno, en que atreviese esta región querida como se cruza el más seco de los desiertos; bajo el fulgor de la tarde, ya no habrá ninguna voz. Estas mujeres son la memoria de una vida que no existe en los mapas del gobierno. Nadie sino ellas, sonreirá a los que no están ni los llamará a su costado
salvo quizá este poema
Los brotes se han quemado. Las estaciones –dicen– no se han portado bien, quizá este año habremos perdido la cosecha. Mañana un vendaval se llevará todo este polvo.
Autor: Maribel Andrés Llamero
Fotografía: Rafael Sancho Lobato, Miranda del Castañar. Salamanca (1971)
Entre aquests dos estats és tot lo poble e jo confés ésser d’aquest nombre.
Ausiàs March.
Els anys de la postguerra foren uns anys amargs, com no ho foren abans els tres anys de la guerra, per a tu, per a mi, per a tants com nosaltres, per als mateixos hòmens que varen fer la guerra. La postguerra era sorda, era amarga i feroç. No demanava còleres, demanava cauteles, i demanava pa, medicines, amor. Anys de cauteles, de preocupacions i tactes, de pactes clandestins, conformitats cruels. Ens digueren, un dia: La guerra s’ha acabat. I botàrem els marges i arrencàrem les canyes i ballàrem els marges i arrencàrem les canyes i ballàrem alegres damunt tota la vida. Acabada la guerra, fou allò la postguerra. S’apagaren els riures estellats en els llavis. I sobre els ulls caigueren teranyines de dol. S’anunciaven els pits, punyents, sota les teles. Un bult de amor creixia, tenaç, a l’entrecuix. Eren temps de postguerra. S’imposava l’amor; brutalment s’imposava sobre fam i cauteles. I fou un amor trist, l’amor brut, esgarrat. Un sentiment, no obstant, redimí la vilesa que vàrem perpetrar, innocents i cruels, plens ja de cap a peus d’obscenitat i fang. Res, ja, tenia objecte. La guerra, la postguerra… ¿I qui sap, al remat? Sols ens calia viure. I després de palpar-nos feroçment, brutalment, arribàvem a cas i dúiem les mans buides, i encara ens mirem ara les mans buides a voltes, i ara sentim l’espant que llavors no sentíem i plorem per aquella puresa que no fou, per aquella puresa que mai no hem pogut viure, que no hem pogut tastar en cap de banda, mai.
Viví sobre esta tierra en un tiempo en que el hombre cayó tan bajo que mataba por placer, sin que nadie lo ordenara. Locas obsesiones tejían su vida, adoraba falsos dioses sin ninguna ilusión, manadero de espuma era su boca. Viví en esta tierra en una edad en la que traicionar era un gesto honorable, y eran héroes el traidor y los ladrones, y quien guardaba silencio y no podía regocijarse fue odiado como un hijo de la peste. Yo viví en esta tierra en una época en la que el hombre debía ocultar su voz y morderse los puños con vergüenza; borracha de sangre y escoria, enloqueció la nación y sonreía ante su horrible destino. Yo viví sobre esta tierra en una edad en la que un hijo era la maldición de su madre y una madre era feliz cuando abortaba, y un vaso de denso veneno espumeaba en las mesas, y los vivos envidiaban el silencio podrido de los muertos. Viví sobre esta tierra, sí, en una época en la que los poetas se acostumbraron a callar y esperaban que Isaías, el sabio de terribles palabras, cantara de nuevo, pues nadie sino él sabía entonar la justa maldición, la maldición ardiente de los justos.
Autor: Miklós Radnóti
Fotografía: Un miembro de la resistencia francesa ante un pelotón de fusilamiento.
El hombre de la fotografía se hizo famoso porque aparece sonriendo ante su pelotón de fusilamiento. Al menos, esa es la sensación que nos transmite la cara de Georges Blind, que así se llamaba, y por ello es famoso. Quizás podría hacerle gracia sospechar que los alemanes que tenía enfrente, su pelotón de fusilamiento, estaban simulando, no se equivocaba, pero Blind murió poco después, en 1944, asesinado por los nazis.
George Blind fue un francés que formó parte de la resistencia de su país contra el invasor nazi. Nacido en 1904 en Belfort, en 1941 entró a formar parte del grupo de hombres y mujeres que decidieron hacer la guerra de otro modo contra los alemanes. Trabajaba como bombero y, de forma clandestina, transportaba personas y material para la propia resistencia. En octubre de 1944 fue detenido por una patrulla nazi.
Para hacerle hablar sobre la resistencia y delatar a otros miembros, los alemanes utilizaron varias fórmulas y tretas, entre ellas, simular su fusilamiento. Este hecho se repitió varias veces y lo que se vemos en la foto es uno de esos simulacros. Lo llevaban hasta una pared, curiosamente lo colocaron en la esquina, en aquella ocasión al menos, y no contra la pared lisa como se solía hacer, y simulaban su fusilamiento. Esperaban que la experiencia y el estrés ante la muerte segura le hiciera buscar una salida y hablar. No lo consiguieron.
En estos actos de tortura se cumplía con todo el protocolo, se ofrecía un último cigarro, se le obligaba al condenado a cavar una fosa, se le tapaban los ojos con una venda y se llegaba incluso a disparar. En algunos casos se ponía una pistola descargada en la sien del torturado y se apretaba el gatillo e incluso, con un pelotón de fusilamiento, se hacía una descarga con balas reales, aunque apuntado cerca pero no sobre la víctima.
Con Blind no funcionaron estos trucos, pero lo cierto es que los llevaron a cabo en varias veces. Y si bien supongo que uno tiene en la cabeza los antecedentes, supongo asimismo que en algún momento comenzará a pensar que ya todo se acaba, que no ha hablado y que por lo tanto el momento final ha llegado. Terrible.
Un mes después de su detención y ante los fracasos por hacerlo confesar sus actos y hablar de sus compañeros en la resistencia, Blind fue enviado a un campo de concentración donde murió al poco de llegar, en noviembre de 1944.
Pobre fue mi padre, muy pobre, y el padre de mi padre y pobre soy yo.
Nunca supimos qué era tener ni por qué eramos pobres si otros no lo eran.
No tuvimos nada, absolutamente nada ninguno de los tres.
Nos pasamos la vida viendo cómo se enriquecían los otros.
No tener nada mata la sangre aquí, en España, y no te quitas el olor a pobre nunca, y acaban convirtiendo tu pobreza en culpabilidad, todo un arte moral.
Pobres y culpables, el padre de mi padre, mi padre y yo.
Autor: Manuel Vilas
Fotografía: Manuel Ferrol, “Padre e hijo” (La Coruña, 1957)
Padre e hijo lloran al despedir a la madre que partía hacia Argentina para buscar allí un futuro mejor para la familia. El 27 de noviembre de 1957, el fotógrafo Manuel Ferrol capturó esta instantánea en el puerto de A Coruña, retrato vivo del drama de la emigración.
Las cenizas de Manuel Ferrol se esparcieron en la Costa da Morte, donde había nacido en 1923. Dejó los estudios náuticos por el cine y la fotografía. El 27 de noviembre de 1957, Rolleiflex en mano, puso su mirada en el dolor de las despedidas de la emigración. Era un encargo del Instituto Español de Emigración para vender la moto de las reagrupaciones familiares. Al ver el reportaje, se asustaron y lo enterraron en cajones. Las fotos se acabaron publicando en Ruedo Ibérico sin saber quien era el autor, cuya firma no sería reestablecida hasta los años 80. No se engañen, las fotos son de hoy mismo. ‘”a muchos de estos pobres emigrantes, que salían por primera vez de su remota aldea, los timaban sin piedad: los tenían toda la noche dando vueltas por la ría de Vigo y los bajaban por la mañana en Cangas, diciéndoles que estaban en América’”contaba Ferrol.
quiero decirte adiós, adiós por siempre, padre, ya nos llegó la muerte, padre, y yo quiero vivir, y tengo tanto miedo de esta muerte de esta muerte dicen que a los niños los tiran vivos a la fosa. Adiós por siempre padre padre ich habe solche Angst vor diesem Tod.
Autor: Anna Rossell
A Judith, una nena de dotze anys,
Esitmat pare,
vull dir-te adéu, adéu per sempre, pare, ja ens ha arribat la mort, i jo voldria viure, pare, i tinc tanta por d’aquesta mort d’aquesta mort diuen que els nens petits els llencen vius al fossar. Adéu per sempre pare pare ich habe solche Angst vor diesem Tod.
Para los nazis tan solo era el prisionero número 26947, pero su nombre era Czesława Kwoka (Wólka Złojecka, Polonia, 15 de agosto de 1928 – Auschwitz, 12 de marzo de 1943) fue una niña católica polaca que murió asesinada en el campo de concentración de Auschwitz a la edad de 14 años.
Czesława Kwoka fue una de los 230.000 niños y jóvenes menores de 18 años, entre 1.300.000 personas, que fueron deportados a Auschwitz-Birkenau entre los años 1940 y 1945.
Fotografía: Víctor Basterra, imágenes captadas durante su cautiverio en la ESMA de varios de los desaparecidos. En esta fotografía Graciela Estela Alberti.
Graciela Estela Alberti nació 17 de mayo de 1953 en la ciudad de Buenos Aires. Era “Mimi” para sus sobrinos. Gustaba de tomar café, fumar y escuchar al grupo de rock “Almendra”. Cuando tenía 21 años, el 14 de julio de 1974, se casó con Santiago Ulises Murphy. (ver su registro). Arquitecta, tenía un carácter muy dulce y exquisita sensibilidad artística. Militante en Juventud Peronista y luego montonera con el grado de teniente (“Negra” / “Raquel”) en Zona Oeste. Secuestrada-desaparecida por la última dictadura militar el 17 de marzo de 1980 en la costa atlántica, junto a su nueva pareja Ricardo “Lalo” Soria. Tenía 26 años. Vista en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) hasta su “traslado” definitivo.
Víctor Melchor Basterra estuvo secuestrado más de cuatro años, desde mediados de 1979 hasta el final del régimen militar, aunque siguió siendo vigilado y controlado hasta agosto de 1984, ya en pleno período democrático. Había sido obrero gráfico y militante del Peronismo de Base. Tras su secuestro -junto a su esposa y su primer hija recién nacida- fue torturado durante alrededor de 20 horas, teniendo dos paros cardíacos. Con el tiempo fue obligado a falsificar documentación (pasaportes, cédulas, permisos de armas) para oficiales y gente allegada a la Armada.
Un día comenzó a hacer una copia extra de las fotos y de los documentos que le pedían, y las fue escondiendo dentro de una caja de papel fotosensible. Había descubierto que, cada vez que requisaban el lugar, no abrían esas cajas por temor a velar e inutilizar el papel fotográfico, y estaba decidido a cumplir el mandato de sus compañeros de cautiverio por el cual si alguien sobrevivía tenía que hacer algo para que todo eso no quede impune y el mundo sepa qué es lo que ahí había ocurrido.
Cuando comenzó a tener permisos de salida, a pesar de que era revisado por los guardias, un día decidió sacar una foto escondida entre los testículos y el pene. Luego se animó a ir sacando varias pegadas en las costillas o en las piernas con cinta adhesiva. Cuando llegaba a la casa las escondía en un hueco en una pared, y se lo comentó a una compañera que ya había sido liberada por si en algún momento era “trasladado”.
En el Juicio a las Juntas Militares brindó el testimonio más contundente y largo del juicio. Duró 5 horas 40 minutos y brindó todo el material fotográfico y documentación que pudo ir sacando de la ESMA. En agosto de 1984 presentó una querella criminal contra los oficiales que lo mantuvieron privado de su libertad.
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