Una doncella rubia se enamora
De un caballero que parece la muerte.
La doncella lo llama por teléfono
Pero él no se da por aludido.
Andan por unos cerros
Llenos de lagartijas de colores.
La doncella sonríe
Pero la calavera no ve nada.
Llegan a una cabaña de madera,
La doncella se tiende en un sofá
La calavera mira de reojo.
La doncella le ofrece una manzana
Pero la calavera la rechaza,
Hace como que lee una revista.
La doncella rolliza
Toma una flor que hay en un florero
Y se la arroja a boca de jarro.
Todavía la muerte no responde.
Viendo que nada le da resultado
La doncella terrible
Quema todas sus naves de una vez:
Se desnuda delante del espejo,
Pero la muerte sigue imperturbable.
Ella sigue moviendo las caderas
Hasta que el caballero la posee.
Autor: Nicanor Parra
Ilustración: Paul Delvaux, “La conversación” (1944)
El origen de esta temática que combina sexo y muerte parece estar relacionado con el mito de Hades y Perséfone (Plutón y Proserpina en Roma); el dios Hades rapta a la bella Perséfone y se la lleva a la morada de los muertos para convertirla en su esposa.
A partir del Renacimiento, el tema empieza a aparecer en el formato que conocemos: una jovencita desnuda y de buen ver está siendo cortejada por un esqueleto que simboliza la muerte. Es probable que esta iconografía tan peculiar sea una variante de las parejas danzarinas de esqueleto y humano que formaban la danza macabra.
La lectura moral del tema es bastante evidente: no importa la belleza o juventud que poseas pues al final, como todo mortal, será tu belleza y juventud sofocada por la Muerte. Pero a diferencia de otros temas iconográficos relacionados con la fugacidad de la vida y los placeres mundanos (Vanitas), éste tiene un componente erótico adicional que subraya el oscuro nexo entre el sexo y la muerte.
Ilustraciones: Siegfried Zademack, Rachel Bess, Sally Fama Cochrane, “Death and the Maiden”.
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