Afortunadamente algunos pintores huyen de ensoñaciones históricas gloriosas y épicas y prefieren ser la conciencia social de la realidad que les ha tocado vivir.
Ramón Casas era un atento cronista de la vida barcelonesa de su tiempo.
“La carga” es un atrevido acercamiento a uno de los temas más candentes de la Barcelona de finales del XIX y principios del XX. La ciudad vive convulsa los cambios que la incipiente industrialización conlleva, incluida la consiguiente conflictividad social derivada de las pésimas condiciones de trabajo de los obreros en las fábricas. En estos centros de producción se extenderían las ideas revolucionarias que pretendían la revolución social. La lucha obrera encontraba su vía de escape en la sindicación y en las huelgas y manifestaciones que las autoridades no dudaban en reprimir brutalmente mediante el uso de una violencia muchas veces desmedida.
El tema es elocuente y políticamente incorrecto para la época: la brutal carga de la Guardia Civil a caballo sobre una multitud que huye despavorida de los sable y el objetivo captar la esencia de la violencia ciega con la que el poder reprimía al proletariado. El tema es universal y atemporal; la propia datación del lienzo es confusa y se trata de una pintura que, paradójicamente, retrata un hecho histórico que todavía no ha acontecido.
Todo el mundo parece coincidir en que el cuadro fue realizado en 1899 y fue rechazado en la Exposición Universal de París de 1900. Esto motivaría que su autor, Ramón Casas, cambiase el título y finalmente lo relacionase con los violentos hechos que sucedieron en Barcelona en el año 1902, la huelga general del 17 de febrero de ese año. En la Exposición Nacional de Madrid del año 1904 obtuvo un primer premio.
Para entender que no estamos ante una represión real hay que saber que ni siquiera la ubicación es realista, porque aunque aparece la silueta de la iglesia de Santa María del Mar, ésta se mezclada con siluetas de fábricas y viviendas que simbolizan un barrio suburbano que nada tenía que ver con la ubicación real de la iglesia en el centro de Barcelona. La plaza en que se desarrolla la acción es también inexistente.
Casas se acerca a este hecho histórico y tan terriblemente actual mediante una arriesgada composición. Nos ofrece una visión de la zona portuaria de Barcelona, con la silueta de Santa Maria del Mar, en el centro de la composición, dominando a un gran grupo de huelguistas que son dispersados por la Guardia Civil. El pintor juega con los espacios creando un ambiente revuelto, con gente atropellada, humo y polvo, cielos ensombrecidos, y fondo urbano difuminado, para crear una atmósfera dramática.
La escena principal, que nos llama enseguida la atención, es la del Guardia a caballo que arrolla a uno de los obreros; la individualización de la represión procura sensibilizarnos sobre la tragedia que contemplamos. Pero un enorme vacío en el centro –argumentalmente deudor del movimiento de la multitud en pánico colectivo que huye de los sables- dramatiza todavía más el momento de la carga. El caballo parece frenarse ante la caída del manifestante pero la mirada fría y altanera de su jinete parece querer desentenderse de su innoble misión.
La luz que utiliza Casas es difuminada; un paisaje típicamente industrial y un ambiente melancólico y triste: entre la neblina que aleja la ciudad y los abundantes grises y negros se trasmite la sensación de frío invernal en que tiene lugar la escena.
La composición y los golpes de pincelada con los que se traza la masa deforme recuerda la masa anónima de los patriotas madrileños de Goya que se enfrentan a los mamelucos el Dos de Mayo o que son fusilados al día siguiente.
“Lo preocupante de la escena en cuestión es que teniendo un siglo de historia a sus espaldas sea tan actual. Lo verdaderamente angustioso es que es una secuencia intemporal que, perfectamente, podría darse en nuestras calles y en nuestras plazas en este exacto momento. De hecho, lo que más me asusta es que esta misma escena se está reproduciendo ahora mismo. La historia se repite, a veces con demasiada frecuencia. Y es muy dada a reiterar hasta la saciedad su cara más oscura y desagradable. No es un guardia civil que carga contra un obrero de la Barcelona de principios de siglo. Al fin y al cabo, no es más que un agente que cumple las órdenes de los señoritos que cómodamente se apoltronan en sus sillones de ganancias y no duda en espolear su caballo contra los hombres y mujeres, inocentes, que defienden sus derechos más elementos y dan rienda suelta a sus ansias de una vida digna” (Luis Pérez Armiño)
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