La Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna sufrieron el azote de sucesivas plagas y epidemias, tan violentas que podían llegar a aniquilar poblaciones casi en su totalidad. A esto se añadía el dominio de las guerras continuas por motivos de religión o poder. No es de extrañar que el sentido de culpa, de estado continuo pecaminoso, y del terrible castigo que se aproxima sin remedio sobre la humanidad fueran los sentimientos dominantes. En esta época proliferaron manifestaciones culturales como la Danza de la Muerte, que generó música, escritos, representaciones teatrales… En este sentido podría entenderse este reino implacable de la muerte, la tortura, la penitencia eterna del hombre que Brueghel nos ofrece, en un estilo apocalíptico que sólo El Bosco podría igualar.
Durante la Edad Media, los europeos tenían una muy baja esperanza de vida, por eso estaban muy concienciados ante la muerte, especialmente tras la Peste Negra que asoló Europa en el siglo XIV. Hasta tal punto que se creó un género propio en el arte, la llamada “Danza de la Muerte”. El teatro, la poesía, la escultura o la pintura, representaban con frecuencia este tema como recordatorio de lo único cierto en la vida, que el ser humano acaba sucumbiendo. Lo utilizaban con un fin moralizante y a la vez satírico, criticando un mundo lleno de vanidades.
Sin importar que fuesen niños o ancianos, ricos o pobres, nobles o campesinos, sacerdotes o caballeros, hombres o mujeres, la muerte les alcanza a todos, iguala a todo el mundo. Por eso se representaba a la Muerte “bailando” con los diferentes miembros de la sociedad: reyes, papas, doncellas, siervos… nadie puede negarle un baile.
El Triunfo de la Muerte, es una de las obras más conocidas del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo. Esta obra pertenece a la escuela flamenca del siglo XVI. Pieter Brueghel es un humanista del Renacimiento.
El triunfo de la muerte, retrato pesimista, muestra el triunfo de la Muerte sobre las cosas mundanas, simbolizado a través de un gran ejército de esqueletos arrasando la Tierra. Al fondo aparece un paisaje yermo donde aún se desarrollan escenas de destrucción. En un primer plano, la Muerte al frente de sus ejércitos sobre un caballo rojizo, destruye el mundo de los vivos, quienes son conducidos a un enorme ataúd, sin esperanza de salvación. Todos los estamentos sociales están incluidos en la composición, sin que el poder o la devoción pueda salvarles. Algunos intentan luchar contra su funesto destino, otros se abandonan a su suerte. Sólo una pareja de amantes, en la parte inferior derecha, permanece ajena al futuro que ellos también han de padecer.
Este cuadro es un paisaje panorámico de la muerte donde un ejército de esqueletos arrasan con todo lo que se cruza a su paso. Ahogados, decapitados, ahorcados, degollados, quemados… las personas representadas mueren de todas las formas posibles. En el centro de la composición, la Muerte, montada en un famélico caballo y blandiendo su guadaña, carga contra un grupo de personas empujándolas a una especie de ataud gigante. En el fondo el paisaje se pierde en un caótico conjunto de casas quemadas, tierras valdías y barcos naufragados. Por todas partes Brueghel coloca objetos que recuerdan las vanidades de la vida: instrumentos musicales, juegos de naipes, monedas de oro y plata, suculentos manjares; y de la imperturbabilidad de la muerte: el reloj de arena, la vela que se apaga, la cruz, el agua que se derrama. Igualmente pinta a gente de toda condición: reyes, caballeros, doncellas, peregrinos, clérigos, bufones… Sin duda uno de los detalles que más impactan en el cuadro es el tono satírico y macabro que le da el pintor, algo que se ve muy bien en la actitud de los esqueletos, que muchas veces actúan burlándose de sus víctimas.
Análisis del cuadro
Este cuadro es un paisaje panorámico de la muerte: el cielo en la distancia está oscurecido por el humo de las ciudades ardiendo y el mar que se ve al fondo está plagado de naufragios; en la orilla hay una casa, alrededor de la cual se está agrupando un ejército de muertos. El paisaje, anodino y arrasado, resalta la pequeñez, crueldad y falta de sentido común del hombre, que pretende rectificar un destino que le ha sido impuesto. Se alzan sobre este paisaje mástiles coronados por ruedas, picotas en las que se han ajusticiado a los criminales, cuyos cadáveres se balancean.
La cruz permanece solitaria e impotente en el centro de la pintura. La Muerte avanza con sus batallones de esqueletos, cuyos escudos son tapas de ataúd, que conducen a la gente hacia un ataud con forma de túnel decorado con cruces, mientras un esqueleto a caballo va matando gente con su guadaña.
En el centro del cuadro, la Muerte, cabalga sobre un famélico caballo pajizo, empuñando su guadaña contra una multitud de personas a las que empuja, con ayuda de su ejército de esqueletos, hacia un ataud gigante.
Por todo el cuadro se ve a los esqueletos atacando a los desamparados hombres, que huyen aterrorizados o intentan, en vano, luchar. No hay defensa posible. Los esqueletos matan a la gente de muy variadas maneras: cortando gargantas, colgándolos, ahogándolos, e incluso cazándolos con perros esqueléticos.
Un esqueleto conduce una tétrica carreta llena de calaveras que sin duda formarán parte después del ejército de los muertos, lleva un farol y una campanilla para abrirse paso, mientras su compañero toca un instrumento alegremente. Detrás de ellos, la enseña de la cruz preside el tribunal de la muerte, que contempla impasible la hecatombe. Sobre ellos, unos esqueletos tocan la campana avisando del fin del mundo.
En la esquina inferior aparece el emperador, vestido con armadura pero enlucido con su capa de armiño, su corona y su cetro. A pesar de su poder y sus riquezas no puede escapar a la muerte. A su lado un esqueleto le muestra un reloj de arena, señalando que su tiempo ya ha acabado, mientras tanto otro de sus macabros compañeros juega con las monedas de oro y plata de unos toneles.
Un poco más hacia el centro del primer plano, un perro olisquea la cara de un niño, muerto en brazos de su madre, también caída. En esta parte central se ve que algunos cadáveres ya han sido amortajados y uno de ellos yace en un ataúd con ruedas.
En el lado izquierdo de la pintura un grupo de esqueletos tañen unas campanas improvisadas sobre un árbol, imitando a las de una iglesia, para anunciar a todo el mundo que la hora ha llegado, que el baile ha comenzado. Junto a ellos otro grupo se dedica a desenterrar ataudes, mientras en el fondo otros talan los árboles convirtiendo la tierra en un erial.
La visión de Brueghel no carece de cierto humor sardónico, como puede verse en la parte inferior derecha del cuadro. En el extremo, una pareja de enamorados permanecen absortos e ignorando lo que les rodea. Una gran alegoría de la ceguera del amor. Detrás de la mujer, un esqueleto imita al tocador de laúd. Al lado de ellos, hay una mesa puesta con manjares y un juglar, con jubón ajedrezado, intenta esconderse debajo de ella. A su lado, un caballero hace ademán de desenvainar su espada, intentando defenderse de lo irremediable.
En otra de las pequeñas escenas que se aprecian en la lejanía, se representan tres de las formas más comunes de ejecución en la Edad Media: por decapitación, por ahorcamiento, y sin duda la más monstruosa, la rueda (donde a la víctima se le dislocan las extremidades y se le rompen las costillas para después dejarla a la intemperie, aun viva, atada sobre una rueda y levantada sobre un poste)
Como corresponde a un cuadro tan pesimista, los colores son sombríos.
La influencia del Bosco se deja ver en la amplitud del cuadro, las múltiples escenas, pintadas con gran detalle, en las que se va representando las distintas formas en que la Muerte derrota a la vida. Es un cuadro que recuerda el tema medieval de las danzas de la muerte. Pero un simple vistazo a esta obra y su paralela de cien años antes, El Jardín de las Delicias, evidencia una diferencia fundamental: las hordas de Brueghel están compuestas por esqueletos, no demonios. Esto puede sugerir en algunos un pesimismo ateo no suavizado por ninguna creencia en un cielo.
Más información en:
http://www.harteconhache.com/2012/12/feliz-fin-del-mundo_17.html
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