el triunfo de la muerte (Brueghel, 1562)

31 Març 2020


La Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna sufrieron el azote de sucesivas plagas y epidemias, tan violentas que podían llegar a aniquilar poblaciones casi en su totalidad. A esto se añadía el dominio de las guerras continuas por motivos de religión o poder. No es de extrañar que el sentido de culpa, de estado continuo pecaminoso, y del terrible castigo que se aproxima sin remedio sobre la humanidad fueran los sentimientos dominantes. En esta época proliferaron manifestaciones culturales como la Danza de la Muerte, que generó música, escritos, representaciones teatrales… En este sentido podría entenderse este reino implacable de la muerte, la tortura, la penitencia eterna del hombre que Brueghel nos ofrece, en un estilo apocalíptico que sólo El Bosco podría igualar.

Durante la Edad Media, los europeos tenían una muy baja esperanza de vida, por eso estaban muy concienciados ante la muerte, especialmente tras la Peste Negra que asoló Europa en el siglo XIV. Hasta tal punto que se creó un género propio en el arte, la llamada “Danza de la Muerte”. El teatro, la poesía, la escultura o la pintura, representaban con frecuencia este tema como recordatorio de lo único cierto en la vida, que el ser humano acaba sucumbiendo. Lo utilizaban con un fin moralizante y a la vez satírico, criticando un mundo lleno de vanidades.

Sin importar que fuesen niños o ancianos, ricos o pobres, nobles o campesinos, sacerdotes o caballeros, hombres o mujeres, la muerte les alcanza a todos, iguala a todo el mundo. Por eso se representaba a la Muerte “bailando” con los diferentes miembros de la sociedad: reyes, papas, doncellas, siervos… nadie puede negarle un baile.

El Triunfo de la Muerte, es una de las obras más conocidas del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo. Esta obra pertenece a la escuela flamenca del siglo XVI. Pieter Brueghel es un humanista del Renacimiento.

El triunfo de la muerte, retrato pesimista, muestra el triunfo de la Muerte sobre las cosas mundanas, simbolizado a través de un gran ejército de esqueletos arrasando la Tierra. Al fondo aparece un paisaje yermo donde aún se desarrollan escenas de destrucción. En un primer plano, la Muerte al frente de sus ejércitos sobre un caballo rojizo, destruye el mundo de los vivos, quienes son conducidos a un enorme ataúd, sin esperanza de salvación. Todos los estamentos sociales están incluidos en la composición, sin que el poder o la devoción pueda salvarles. Algunos intentan luchar contra su funesto destino, otros se abandonan a su suerte. Sólo una pareja de amantes, en la parte inferior derecha, permanece ajena al futuro que ellos también han de padecer.

Este cuadro es un paisaje panorámico de la muerte donde un ejército de esqueletos arrasan con todo lo que se cruza a su paso. Ahogados, decapitados, ahorcados, degollados, quemados… las personas representadas mueren de todas las formas posibles. En el centro de la composición, la Muerte, montada en un famélico caballo y blandiendo su guadaña, carga contra un grupo de personas empujándolas a una especie de ataud gigante. En el fondo el paisaje se pierde en un caótico conjunto de casas quemadas, tierras valdías y barcos naufragados. Por todas partes Brueghel coloca objetos que recuerdan las vanidades de la vida: instrumentos musicales, juegos de naipes, monedas de oro y plata, suculentos manjares; y de la imperturbabilidad de la muerte: el reloj de arena, la vela que se apaga, la cruz, el agua que se derrama. Igualmente pinta a gente de toda condición: reyes, caballeros, doncellas, peregrinos, clérigos, bufones… Sin duda uno de los detalles que más impactan en el cuadro es el tono satírico y macabro que le da el pintor, algo que se ve muy bien en la actitud de los esqueletos, que muchas veces actúan burlándose de sus víctimas.

Análisis del cuadro

Este cuadro es un paisaje panorámico de la muerte: el cielo en la distancia está oscurecido por el humo de las ciudades ardiendo y el mar que se ve al fondo está plagado de naufragios; en la orilla hay una casa, alrededor de la cual se está agrupando un ejército de muertos. El paisaje, anodino y arrasado, resalta la pequeñez, crueldad y falta de sentido común del hombre, que pretende rectificar un destino que le ha sido impuesto. Se alzan sobre este paisaje mástiles coronados por ruedas, picotas en las que se han ajusticiado a los criminales, cuyos cadáveres se balancean.

La cruz permanece solitaria e impotente en el centro de la pintura. La Muerte avanza con sus batallones de esqueletos, cuyos escudos son tapas de ataúd, que conducen a la gente hacia un ataud con forma de túnel decorado con cruces, mientras un esqueleto a caballo va matando gente con su guadaña.

En el centro del cuadro, la Muerte, cabalga sobre un famélico caballo pajizo, empuñando su guadaña contra una multitud de personas a las que empuja, con ayuda de su ejército de esqueletos, hacia un ataud gigante.

Por todo el cuadro se ve a los esqueletos atacando a los desamparados hombres, que huyen aterrorizados o intentan, en vano, luchar. No hay defensa posible. Los esqueletos matan a la gente de muy variadas maneras: cortando gargantas, colgándolos, ahogándolos, e incluso cazándolos con perros esqueléticos.


Un esqueleto conduce una tétrica carreta llena de calaveras que sin duda formarán parte después del ejército de los muertos, lleva un farol y una campanilla para abrirse paso, mientras su compañero toca un instrumento alegremente. Detrás de ellos, la enseña de la cruz preside el tribunal de la muerte, que contempla impasible la hecatombe. Sobre ellos, unos esqueletos tocan la campana avisando del fin del mundo.

En la esquina inferior aparece el emperador, vestido con armadura pero enlucido con su capa de armiño, su corona y su cetro. A pesar de su poder y sus riquezas no puede escapar a la muerte. A su lado un esqueleto le muestra un reloj de arena, señalando que su tiempo ya ha acabado, mientras tanto otro de sus macabros compañeros juega con las monedas de oro y plata de unos toneles.

Un poco más hacia el centro del primer plano, un perro olisquea la cara de un niño, muerto en brazos de su madre, también caída. En esta parte central se ve que algunos cadáveres ya han sido amortajados y uno de ellos yace en un ataúd con ruedas.

En el lado izquierdo de la pintura un grupo de esqueletos tañen unas campanas improvisadas sobre un árbol, imitando a las de una iglesia, para anunciar a todo el mundo que la hora ha llegado, que el baile ha comenzado. Junto a ellos otro grupo se dedica a desenterrar ataudes, mientras en el fondo otros talan los árboles convirtiendo la tierra en un erial.

La visión de Brueghel no carece de cierto humor sardónico, como puede verse en la parte inferior derecha del cuadro. En el extremo, una pareja de enamorados permanecen absortos e ignorando lo que les rodea. Una gran alegoría de la ceguera del amor. Detrás de la mujer, un esqueleto imita al tocador de laúd. Al lado de ellos, hay una mesa puesta con manjares y un juglar, con jubón ajedrezado, intenta esconderse debajo de ella. A su lado, un caballero hace ademán de desenvainar su espada, intentando defenderse de lo irremediable.

En otra de las pequeñas escenas que se aprecian en la lejanía, se representan tres de las formas más comunes de ejecución en la Edad Media: por decapitación, por ahorcamiento, y sin duda la más monstruosa, la rueda (donde a la víctima se le dislocan las extremidades y se le rompen las costillas para después dejarla a la intemperie, aun viva, atada sobre una rueda y levantada sobre un poste)

Como corresponde a un cuadro tan pesimista, los colores son sombríos.

La influencia del Bosco se deja ver en la amplitud del cuadro, las múltiples escenas, pintadas con gran detalle, en las que se va representando las distintas formas en que la Muerte derrota a la vida. Es un cuadro que recuerda el tema medieval de las danzas de la muerte. Pero un simple vistazo a esta obra y su paralela de cien años antes, El Jardín de las Delicias, evidencia una diferencia fundamental: las hordas de Brueghel están compuestas por esqueletos, no demonios. Esto puede sugerir en algunos un pesimismo ateo no suavizado por ninguna creencia en un cielo.

Más información en:

http://www.harteconhache.com/2012/12/feliz-fin-del-mundo_17.html

https://es.wikipedia.org/wiki/El_triunfo_de_la_Muerte


el secreto

30 Març 2020


Ha pasado un siglo.
Un día alguien levantará
una piedra abandonada
para estudiar
el pasado del mundo.
Y ahí debajo, ensombrecido
estará mi poema.
Nadie sabrá repetirlo.
Sobre la tierra, nuevos hombres
nuevos sonidos, nuevos poetas
van trabajando y cantan.
Así mis lágrimas quedarán
en secreto para siempre.
Y yo estaré feliz, con mi pena sólo mía
en un poema que no puede ya contaminar.
Impronunciada, inexistente
Sólo heredando el peso de las piedras…

Autor: Raquel Jodorowsky

Ilustración de Edgar Ende


el frío

29 Març 2020


Sin tu abrazo estoy desnudo
todavía.
El tiempo es largo,
es una cumbre
inaccesible
que me encierra.
Y sin embargo, sigo caminado
en esta rama rota
contra el viento,
apenas oleaje o duda
de una piedra.
Camino en el abismo,
me muero o grito
contra el tedio.

Autor: Domingo Acosta

Fotografía de Ole Marius Joergensen


magia negra (Rene Magritte, 1945)

28 Març 2020


“Es un acto de magia el transformar la carne de una mujer en un cielo” (Rene Magritte)

A punto de llegar a la cincuentena, Magritte hasta entonces había acumulado mucha experiencia y formación académica pictórica. Este desnudo femenino fue realizado siguiendo la proporción áurea de la belleza clásica, lo que le confiere un aspecto de escultura perfecta y una belleza incuestionable.

La modelo de Magia negra era su esposa Georgette Berger, con quien se casó en 1922. La hermosa mujer es parte celestial y parte humana, las dos unidas. A la vez separadas por matices etéreos, azul cielo y un terso ocre de tierra. Se observa un torso con senos turgentes, luce un rostro de bellas facciones pensativo De la cintura para abajo destaca el vientre de la vida y el nido del deseo sexual.

Magritte tenía 15 años cuando conoció a Georgette Berge, entonces de 13, en el tiovivo de Charleroi, su ciudad natal, en Bélgica, y ya nunca la olvidó. Cuando siete años después, se encontraron casualmente en Bruselas, se enamoraron en seguida y al poco tiempo se casaron. Desde entonces Magritte la pintó una y otra vez durante 50 años. Este cuadro revela la admiración que Magritte sentía por su mujer, a la que representa como estatua griega. Apartado el rostro con los ojos cerrados, ella se funde suavemente con el mar y con el cielo, como si fuera el universo entero del pintor.

El tono ocre de la arquitectura impregna la parte inferior de su anatomía mientras que el cielo y el mar con su intenso azul lo hacen con la superior. La estudiada postura refleja concentración y ensimismamiento, meditación sobre la esencia y la existencia del ser humano en un entorno inmenso donde la vista se pierde en el horizonte. Magritte muestra de esta manera la soledad del ser humano y su insignificancia en un mundo que le sobrepasa y muchas veces doblega.

La coloración azul celeste viene a confirmar el carácter creativo y surrealista de la tela: una mujer que se funde con el cielo, pero con una mano en una piedra, lo cual simboliza su pertenencia a la tierra.

La mujer desnuda que Magritte retrata en sus lienzos es marmórea, poco lasciva e incluso casta.


homenaje fúnebre a Tiziano (Alexandre Jean-Baptiste Hesse, 1832)

27 Març 2020


La pintura de Alessandre Hesse (1806-1879) muestra el impacto de la epidemia de 1576 en Venecia Se centra en el hecho histórico de la muerte del famoso pintor veneciano, víctima de la epidemia, cuando contaba con una edad superior a los ochenta años. En un comienzo, la enfermedad hizo su aparición en Venecia, una da las ciudades de mayor tránsito comercial del momento, y punto de encuentro de innumerables embarcaciones procedentes de los puntos más distantes del planeta. La infección, provocada por la bacteria Yersinia pestis, estaba íntimamente ligada a la rata negra, cuya pulga la diseminaba a través de su picadura.

Los barcos eran el medio por el que las ratas se desplazaban desde unos lugares a otros y con estos animales, la enfermedad. No es de extrañar, por tanto, que Venecia estuviese involucrada en el origen de distintos focos epidémicos, algunos de los cuales se extendieron posteriormente por otras regiones colindantes. Éste es el caso de Lombardía, cuya capital, Milán, fue sacudida por la epidemia este mismo año, distinguiéndose su obispo, Carlos Borromeo, como una de las personalidades que más destacó en auxiliar a los afectados y enfermos de la enfermedad, hasta el punto de ser considerado un ejemplo de abnegación y objeto de culto, posteriormente.

Al igual que sucediese con otras composiciones de la época, el asunto sería tratado de una forma efectista e inexacta, nada que ver con la realidad del acontecimiento. Sorprende ver los numerosos enfermos, moribundos y víctimas de la epidemia, tiradas en mitad de la calle, ante la indiferencia y pasividad de los miembros de cortejo fúnebre. Colorista y distante, la imagen transmite una sensación fría y poco emotiva sobre un acontecimiento que acabó con la vida de millares de personas, y que quedó marcada en la memoria colectiva en la población que sufrió los estragos.


el poeta y la luciérnaga

26 Març 2020


“Escribiré en el vaho de los cristales
para que nadie me lea”

(José Luis de la Fuente)

Ninguno de estos versos
podrá salvarte
ni a ti ni a mí
ni a nosotros.
ni a nadie.

Si existiera
la más remota posibilidad
habría puesto mi empeño
en construir una metáfora
-la metáfora-
que postraría
la Muerte a tus pies.

Ningún poema
puede devolverte la vida
y deambulo errante
entre los nichos del cementerio
recitando versos imposibles
a la más lúgubre de las luciérnagas.

Autor: Javier Solé

Ilustración de Catrin Welz-Stein

Del libro de poemas “El exilio interior” (ISBN 978-84-1304-853-6)


la inspiración (Edgard Tytgat, 1926)

25 Març 2020


La inspiración, que data de 1926, presenta a una joven desnuda sentada en una nube, que entra por la ventana en el estudio de un artista que se ve frente a su caballete y un lienzo blanco. Para Tytgat, esta figura de una mujer desnuda representa inocencia y frescura.

Edgard Tytgat (1879-1957) fue un pintor expresionista belga bajo cuyas formas simples late un erotismo delicado, un fondo de gran tristeza y una ingenuidad asumida y reivindicada. Fue influenciado por el fauvismo y también el postimpresionismo. Después se une a los fauvistas de Brabante y, posteriormente, su estilo es más personal y se inspira en el expresionismo. Al final el surrealismo aparece en sus escenas cotidianas.

En La última muñeca (1923), un retrato delicado y vibrante de una niña al borde de la adolescencia, que aún posa con su muñeca pero cuyos ojos te perforan como una quemadura.

 


a un general

24 Març 2020


Región de manos sucias de pinceles sin pelo
de niños boca abajo de cepillos de dientes
Zona donde la rata se ennoblece
y hay banderas inhumanas y cantan himnos
y alguien te prende, hijo de puta,
una medalla sobre el pecho

Y te pudres lo mismo.

Autor: Julio Cortázar

Ilustración: Botero, “Official Portrait of the Military Junta” (1971)


si por decir una verdad…

23 Març 2020


Si por decir una verdad
han de matarme
las hijas,
han de violarme
la mujer,
han de derribar
la casa
donde vivo;
Si por decir una verdad
han de cortarme
la mano
con que
escribo,
la lengua
con que
canto;
si por decir una verdad
han de borrar
mi nombre
de las páginas
áureas
de la literatura vasca;
en ningún momento,
de ninguna forma,
en ningún lugar
podré
callarme.

Autor: Gabriel Aresti

EGIA BAT ESATEAGATIK…


Egia bat esateagatik,
alabak
hil behar bazaizkit,
andrea
bortxatu behar badidate,
etxea
lurrarekin
berdindu behar bazait;
Egia bat esateagatik,
ebaki behar badidate
nik eskribitzen
dudan
eskua,
nik kantatzen
dudan
mihina;
Egia bat esateagatik,
nire izena
kenduko badute
euskal literaturaren
urrezko
orrietatik,
inoiz,
inola,
inun
eznaiz
isilduko.

Ilustraciones de Ramiro Arrue


yo me canto a mí mismo

22 Març 2020


A Walt Whitman

Corre el aire en la hierba,
por mi pecho,
sencillo y misterioso.
Tengo mi corazón
despierto como un faro.
Dentro de mí,
la noche.
Y todo se celebra.

Autor: Sandro Luna

Ilustración: Ivan Aivazovsky, “Night at Gurzof” (1891)