reminiscencia arqueológica del Angelus de Millet (Dali, 1934)

28 febrer 2023

“El Ángelus’ de Millet se convierte “de súbito” para mí en la obra pictórica más turbadora, la más enigmática, la más densa, la más rica en pensamientos inconscientes que jamás ha existido” 

(Salvador Dalí)

“Durante una breve fantasía a la que me había abandonado en una excursión al Cabo de Creus, cuyo paisaje mineral constituye un auténtico delirio geológico, imaginé, talladas en las rocas más altas las esculturas de los personajes de El Ángelus de Millet. Su situación espacial era la misma que en el cuadro, pero estaban totalmente cubiertos de fisuras. Muchos detalles de las dos figuras habían sido borrados por la erosión, lo cual contribuía a remontar su origen a una época muy remota, contemporánea al mismo origen de las rocas. Era la figura del hombre la más deformada por la acción mecánica del tiempo; sólo quedaba de él el bloque vago e informe de la silueta que se convertía por ello en terrible y particularmente angustiosa”

Normalmente puede ocurrir que a alguien le fascine una obra de arte y sienta una fascinación que le lleve a admirar dicha obra en profundidad.

El Angelus de Millet es un cuadro que obsesionó a Dalí desde que lo pudo contemplar en Paris.

Como se sabe, los padres de Dalí tuvieron un hijo primogénito de nombre Salvador que murió a los tres años de edad debido a una meningitis, al nacer el siguiente hijo, quisieron llamarle como al muerto y de él, el genio de Cadaqués tomó su nombre.

Según aparece reflejado en varias biografías del pintor, los padres le llevaron cuando solo tenía cinco años a visitar la tumba de su hermano fallecido. Allí, en un momento de la conversación, le dijeron que él era la reencarnación del niño fallecido, un hecho, cuando menos anecdótico que marcó para siempre la vida Salvador Dalí y por el que incluso llegó a sufrir fuertes crisis de personalidad.

Pero volvamos al El Ángelus de Millet.

La escena representa a dos pastores rezando en el campo, antes de que salga el sol y de empezar a trabajar, al lado de una pequeña carretilla. La obsesión de Dalí llegó a tal punto que llegó a pedir a los técnicos del Louvre que estudiaran la pintura, ya que estaba seguro de que el cuadro escondía algo porque la hora no correspondía a la hora en que se reza el ángelus.

Al hacer una radiografía del cuadro, advirtieron una mancha que parecía un pequeño ataúd. Ante ese descubrimiento las dos figuras adquirieron su significado real: no están rezando antes de empezar a trabajar, sino que son los padres que acaban de enterrar a un hijo. El tema cristiano representado y su regla ora et labora, es visto bajo los ojos de Dalí como una metáfora de todas las tensiones que se dan entre el hombre y la mujer sometidos a la tiranía del matrimonio. Dentro del imaginario dalniano, sensible y mordaz,esta bucólica escena se transforma en la lucha entre sexos, siendo la campesina una mantis religiosa a punto de saltar sobre el campesino, que es ya un cadáver. Retrata por tanto bajo la óptica de Dalí las pulsiones humanas más profundas e incontenibles.

Millet había decidido repintar el tema eliminando el ataúd de la escena transformando el momento en algo más acorde a la demanda de sus compradores burgueses.

Cuando Dalí confirmó la historia, su perturbación llegó al máximo y el tema fue motivo de diversas reinterpretaciones por parte del artista: pinturas, dibujos, bocetos y estudios en los que Salvador Dalí puso a prueba su método paranoico-crítico.

El cuadro le fascinaba y obsesionaba irracionalmente, lo veía en todas partes porque le recordaba la historia de su hermano muerto, lo veía en paisajes, en sus sueños emergía de su subconsciente, la escena aparecía una y otra vez latente y enigmática, hecho que él mismo calificó como «fenómeno delirante inicial».

Reminiscencia Arqueológica del Angelus de Millet es una de estas reinterpretaciones. Según el método paranoico-crítico de Dalí, a través del delirio o la paranoia es posible llegar al conocimiento de lo irracional y que éste llegue al mundo de la realidad. La asociación de formas y objetos harían su materialización por ejemplo en la pintura en la que ésta asume el papel deimágenes dobles tal y como sucede en el mundo del inconsciente.

Con Reminiscencia Arqueológica del Angelus de Millet, Dalí indaga, como en gran parte de su obra, sobre su propia experiencia personal, aunque el cuadro de Millet fue una obsesión para Dalí la mayor parte de su vida.

Hacia finales de la década de los veinte, tomando como punto de partida las teorías del psicoanalista francés Jacques Lacan, Salvador Dalí llega al descubrimiento del método paranoico-crítico, sistema de prospección al que el propio pintor definió como un «método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones delirantes». Una de las variantes iconográficas del repertorio paranoico-crítico del pintor ampurdanés son los denominados caprichos o temas elegidos al azar. Uno de ellos es el L’Angélus (El Ángelus) de Millet, cuadro ejemplificador de la moralidad cristiana del siglo XIX, y por el que Dalí sentía una profunda admiración. En su proceso de interpretación de este motivo, Dalí lo dotará de connotaciones eróticas más o menos explícitas, como ocurre también con la mayoría del resto de su producción. Todo ello puede apreciarse en la versión de este tema titulada Ángelus arquitectónico de Millet (1933).

Un elemento a destacar es la elección de las formas geológicas que el pintor escogió para sustituir a los personajes de El Ángelus de Millet. Como buen surrealista, Dalí apostaba por objetos que no encontramos en nuestro día a día pero que, sin embargo aparecen en nuestros sueños. Son objetos que proyectan una apariencia de imaginación desbordada. Los campesinos ya no son campesinos; son unas masas amorfas de mineral de un resplandeciente color blanco que nos puede recordar al mármol. Se trata de dos grandes rocas que encontró en la playa de Cadaqués, un paisaje mineral latente en todos los horizontes desérticos de sus cuadros.

Estas dos enormes figuras que emergen en una tierra árida y crepuscular se llevan todo el protagonismo en la composición de la obra. La figura de la derecha, dominante y poderosa podría ser la madre, que mira expectante al que podría ser el hijo; una forma de apariencia blanda que ha de sostenerse sobre una muleta y de la que emerge una “larga protuberancia que indica un acto caníbal o sexual. Según Dalí, debía a su madre el terror al acto sexual, a causa de un “falso recuerdo” en el que ella le chupaba y luego le devoraba el pene”

La escena está bañada de una gran quietud, reforzada por los colores planos y sobrios que la obra posee. Parece una escena apocalíptica en la que el pintor plasma su ansiedad y su incomprensión ante la Creación, y lo hace a través de una visión surrealista, simbólica y mística que tanto le caracteriza.

“Atavismo crepuscular” (Dalí, 1934). Es opinión de algunos estudiosos del psicoanálisis que ‘El Ángelus’ de Millet para Dalí está relacionado con el mito de los padres que devoran a sus propios hijos. La investigación con rayos X que permite descubrir que la plegaria en el campo encubre, en realidad, el enterramiento de un recién nacido establece una típica conexión freudiana y es una muestra del método paranoide-crítico aplicado por el pintor ampurdanés. Dalí tuvo un hermano que murió poco antes de cumplir los dos años y antes de nacer él. Se llamó Salvador, y según el pintor, esto le creó una gran angustia. En el libro “Confesiones inconfesables” acusó a sus padres de cometer un “crimen subconsciente” al, ponerle el mismo nombre que a su hermano muerto. Así, su lucha fue, desde pequeño, reconquistar sus derechos y su identificación con el hermano muerto lo aproximó a lo putrefacto y a su obsesión por los gusanos.

En este cuadro, El Ángelus de Gala (1935), la figura de Gala representada en dos posiciones distintas y vestida con la chaqueta bordada que lleva en La esfinge de azúcar y otros cuadros está estrechamente asociada a la imagen del Ángelus de Millet, colgado en la pared detrás de ella, una pintura cuyos significados ocultos, que Dalí creía captar, son explicados con detalle en su texto El mito trágico del Ángelus de Millet. La mujer del cuadro de Millet, en actitud orante y sumisa, estaría incluso meditando el asesinato del hombre que está junto a ella. Mientras que la figura de espaldas está sentada sobre un sencillo cubo, la de frente tiene debajo de sí una carretilla como la que aparece en el cuadro del francés, que, aun siendo un utensilio rural corriente, ha sido elegido por Dalí como intenso símbolo sexual. Otro detalle de interés es que los campesinos del cuadro están asimismo sentados en la carretilla (estableciendo así un vínculo más entre ellos y Gala) y no, como en el original, en pie uno junto a otro con la carretilla detrás de la mujer y menos visible. Resulta inquietante que el artista haya asociado la imagen de su compañera a las de los personajes de Millet, en las cuales veía el paradigma del encuentro fatal entre la mantis religiosa y el macho, al que ella devora después del apareamiento: acaso una sombra del terror del pintor al eterno femenino y a su fascinación potencialmente castradora.


carrer Xipreret

27 febrer 2023

La passa lenta i les mans a les butxaques
agraeixen l’encaixada entre el sol i el cafè.
A mà esquerra, un passadís, un safareig
i una pastilla immensa de sabó Lagarto.
La porta oberta escampa el vinagre
de l’amanida de ceba i tomàquet,
el porró presideix la taula
i el coixí reposa al cul del balancí.
Aquelles finestres, que potser amaguen princeses?
El temps esgrogueeix els fulls del calendari
que saluden amb barret el nostre pas
i el ressò que mandreja el carrer Xipreret,
a les quatre de la tarda del vell l’Hospitalet.

Autor: Aleix De Ferrater Gabarró

Fotografía de Montserrat García Balague


el camino y el recuerdo

26 febrer 2023

Padres, hermana, amigos:

Aceptad el olvido.

Permitirme ser brisa,
lluvia, alborada, monte.
Hito de una vereda.
La sombra de un recuerdo
oculta en la niebla.

El fresno junto a la casa.
Ceniza en vuestra hoguera.

Autor: Javier Solé

Ilustración: John Constable, “La catedral de Salisbury vista a través de los campos” (1831)

La catedral de Salisbury vista a través de los campos fue pintado con posterioridad al fallecimiento de la mujer del pintor. Esta obra es una afirmación personal de sus turbulentas emociones y sus cambiantes estados de ánimo. También se le han atribuido posibles significados políticos, uno de ellos el choque entre la industrialización y la naturaleza.

Constable ha representado un día de tormenta en el que el arcoíris se ha dibujado en el cielo como la premonición de un tiempo mejor. Aparece un fresno como símbolo de la vida pero también una sepultura que representa la muerte.

John Constable (1776-1837), pintor inglés, maestro del paisaje de estilo romántico. Sus obras, extraídas directamente de la naturaleza, influyeron en los pintores franceses de la Escuela de Barbizon y en el movimiento impresionista.

Sus paisajes han recibido diferentes consideraciones, algunos críticos ven una verdadera y sensible traducción del escenario familiar, otros perciben un tono moralizante inspirado por los Discursos de Joshua Reynolds, que eleva la vida natural y el escenario rural al tono pastoral de Claude Lorrain, sin embargo algunos ponen de relieve que sus obras son el reflejo del tiempo idílico perdido, durante un periodo en que la Revolución Industrial estaba cambiando irremisiblemente el aspecto del campo.


muchacha muerta (Jakub Schikaneder, 1909)

25 febrer 2023

“La muerte no es apagar la luz; es solo apagar la lámpara porque ha llegado el alba” (Tagore)

Las pinturas del pintor checo Jakub Schikaneder están llenas de figuras de personas miserables de una forma u otra. Pintó a los pobres y solitarios, los olvidados y oprimidos, viejos y frágiles, jóvenes y muertos. El motivo de la muerte aparece a menudo en el arte de Schikaneder; de una escena de asesinato a una figura melancólica de una joven ahogada lavada en la orilla y en este cuadro, “Muchacha muerta”, pintado en 1909, la liviandad y la inocencia de la juventud son tocadas y desgarradas por las garras negras de la muerte. La escena está desnuda al mínimo, nada innecesario abarrota la composición, sólo una silla y una cama de madera oscura; la madera es sólida, oscura y dura, y la niña es frágil y está vestida de blanco. Un interior humilde. Una pequeña habitación llena de enfermedad y muerte, sofocante por la tos y la vela encendida. De esa manera, el pintor puso nuestro foco en la verdadera esencia del cuadro; La niña y su muerte. La muerte es un personaje invisible y omnipresente, solemne y misterioso en esta conmovedora escena. La sencillez se suma al estado de ánimo triste del cuadro y la paleta cromática de diferentes tonos de gris, el color de la niebla y las cenizas, porque el mundo de colores, sonidos y olores ya no significa nada para ella.

Te estás desvaneciendo, dulce niño, y…

En otro cuadro, Junto a la cama de la niña (1909) explora el mismo motivo; muerte de una joven. La madre de una niña moribunda, posiblemente enferma de tuberculosis, ha venido a verla a la noche mientras duerme a la luz una trémula candela. En esta pintura, el brillo de la vela es abrumador, coloreando la habitación en cálidos tonos naranjas, como si cuanto más frágil y enfermiza es la niña, más fuerza posee la vela.


todos los febreros cada veinticuatro

24 febrer 2023

A Fer Gutiérrez

Ahora que enero se extingue
vuelve el tiempo de la muerte.

Camino por la vereda
del torrente desecado.
Tengo frío y me extraviado.
En la zamarra escondo
un viejo papel, sus versos.
Con cada nuevo febrero
pienso en su futuro.

Por la senda de regreso
al cigarral de su infancia
renaces flor del almendro
y meces mi pena perpetua
como cada veinticuatro de febrero.

Autor: Javier Solé

Ilustración: Sorolla, “almendro en flor” (1888)


salida de la luna sobre el mar (Friedrich, 1822)

23 febrer 2023

Luna saliendo sobre el mar” (1822) es una de esas obras que trascendió su época y se erigió, no solo en símbolo de un estilo pictórico, sino de un temperamento particular, el del Romanticismo alemán. Friedrich nació a la orilla del Báltico, en la ciudad de Greifswald, en la Pomerania occidental, y el mar será uno de los motivos habituales en su obra. En este caso, representa una estampa idílica con dos figuras de mujer y un hombre con dos veleros en el horizonte, todo ello teñido de nostalgia por un sol crepuscular a punto de hundirse en las aguas del Báltico.

Tres jóvenes, dos mujeres una al lado de la otra y un hombre más atrás, están sentados en una gran roca junto al mar, recortados contra el cielo mientras observan la luna que se eleva hacia el este por encima de una banda de nubes. En la distancia hay dos veleros, que se mueven como un fantasma en una ligera brisa hacia los espectadores en la orilla. 

Estas figuras se encuentran sentadas en la orilla, de espaldas al mundo, sobre un gran bloque pétreo. Evitando el contacto humano, prefieren la relación directa con la naturaleza, lo cual, durante el Romanticismo, constituyó una recurrida metáfora para el descontento con la sociedad.

Han aparecido nubes y la forma redonda de la luna llena está medio escondida detrás de los bancos de nubes en el horizonte. Esto significa que la luz de la luna no cae uniformemente, sino que parece salir de una puerta de entrada en las nubes, creando un mágico juego de luces. Los colores complementarios, que van desde el dorado hasta el amarillo blanquecino, el violeta y el azul, definen los contrastes de luces y sombras. Hay un sentido de la magnitud y unidad del universo. Conmovidos por esta maravilla de la naturaleza, tres personas se sientan en rocas redondeadas cerca de la orilla, y sus siluetas oscuras realzan el efecto de la luz resplandeciente del cielo y el mar. Dos veleros siguen un curso fantasmal a través del agua. El drama sublime con la luna como símbolo de esperanza está imbuido de una cualidad de belleza sobrenatural.

El cuadro ayuda a la gente a tranquilizarse en momentos en que la muerte se acerca inexorablemente. El artista mantiene los tonos morados en todo el dibujo. Friedrich consideraba que estos tonos transmitían un sentimiento de luto.

Existe una pintura de 1821 con un nombre similar pero mucho más grande se encuentra en el Museo del Hermitage. 


las diez plagas de Egipto

22 febrer 2023

No asolaron las langostas los cultivos
ni la peste acabó con el ganado.
Piojos no atacaron a animales y niños.
Una nube de moscas no invadió aquel país.
El agua jamás se tornó en sangre
ni emergieron de ella a millares las ranas.
No se cubrieron de úlceras los cuerpos.
Del cielo no llovió fuego y granizo.
No hubo oscuridad que durase tres días
ni todos los primogénitos murieron a la vez.
Supimos entonces que el castigo
era en realidad sobrevivir.

Autor: Olalla Castro

Ilustración: Laurens Alma Tadema, “la muerte del primogénito del Faraón” (1872)


paisaje de invierno con iglesia (Friedrich, 1811)

21 febrer 2023

En el fondo, los contornos de una catedral gótica aparecen a través de la neblina de nieve, y esta vez no vemos ruinas ante nosotros, como en muchas de las otras sus pinturas, sino un edificio magnífico; Friedrich levanta una iglesia gótica, sin base y en pura silueta, sobre el horizonte perdido. Las torres de la iglesia están suavemente iluminadas por la luz del rocío del amanecer, que simboliza el amor infinito de Cristo por todos los que vienen a él, y el amor divino que puede disipar toda oscuridad y calentarse en el frío más violento. Son equivalentes los abetos de la pintura a las agujas de una catedral gótica.

Apoyado en la piedra del centro, hay un hombre rezando. Las muletas que ha dejado tiradas en la nieve, un poco más allá, nos indican que tiene algún problema en las piernas. Le ha debido costar un esfuerzo enorme llegar hasta allí, caminando sobre la nieve, pero en cuanto ha visto que se acercaba a la cruz que hay bajo el abeto, se ha venido arriba, ha soltado las muletas.

El pequeño santuario tiene su reflejo en la enorme iglesia que vemos al fondo, rodeada por la niebla, con un aspecto casi sobrenatural. De hecho, el perfil de los abetos coincide con el de las torres del edificio. Esta iglesia simbolizaría la salvación eterna, a la que podemos acceder a través de una puerta que se ve un poco más adelante, que probablemente represente la muerte. Si queremos entrar, tendremos que hacer lo mismo que está haciendo este señor: pasar frío, sufrir las penalidades con entereza y rezar

Para Friedrich la nieve era como algo cercano a la muerte. El invierno, por preceder a la primavera, al renacimiento de la naturaleza, simbolizaría la idea cristiana de la resurrección. Los abetos, árboles perennes que lo aguantan todo, eran para Friedrich lo eterno, un símbolo de la esperanza cristiana.

Paisaje de invierno (1911) representa una llanura nevada que se extiende hasta un horizonte blanco bajo un cielo oscuro que comienza en el medio de la pintura. El primer plano lo ocupa un árbol muerto, inclinado en diagonal hacia la derecha. Otro árbol permanece en pie en el fondo completado además por tocones dispersos. Una pequeña figura humana es visible entre los dos grandes troncos; ella está apoyada, apoyada en un bastón

Como buen artista romántico Caspar David Friedrich (1774-1840) era consciente de la importancia que tenía la naturaleza en la vida del hombre de hecho, para los pintores románticos el simbolismo encontrado en el mundo natural va mucho más allá de la simple representación de un paisaje y en su grandeza encuentran verdades como el de la soledad, el amor o la muerte.

En este sentido Friedrich creó un gran número de obras que tenían por protagonistas a los árboles.

A Friedrich a pesar de la inmensidad de algunos de sus paisajes, le gustaba pintar lo insignificante elevado al nivel de una revelación, fragmentos de una naturaleza que él monumentaliza.

Por ejemplo, en Árboles y arbustos en la nieve (1925), de alguna manera la pintura te sitúa en un matorral y arbustos desnudos de hojas que ocupan toda la superficie. Y logra la monumentalidad de la escena con un simple fragmento de naturaleza, con unos arbustos insignificantes, como si fueran las ruinas de una catedral.

El abeto más alto de Abetos en la nieve (1828), apostado en el centro del cuadro, establece el eje central de una rigurosa simetría que domina el conjunto. Los episodios de asimetría y aleatoriedad de la arboleda, sus excursiones a lo accidental y particular, funcionan simplemente para colocar el orden del cuadro dentro del mundo natural. Te aseguran que la geometría que ves no pertenece solo al lienzo, sino que es coextensiva con la arboleda misma, que de alguna manera parece haber crecido precisamente para acomodar y enmarcar tu mirada. Las extrañas coincidencias entre el objeto natural y el orden pictórico surgen en parte de la forma de los objetos representados. 

Los abetos generalmente toman la forma de triángulos isósceles verticales, y sus ramas, ramitas y agujas establecen diagonales que se elevan hacia arriba desde su tallo, en contrapunto a los hombros de los árboles. Los abetos, siempre verdes, forman una barrera impenetrable a tu vista, invitándote a quedarte donde estás, en el centro de esta arquitectura natural. 


orgullo

20 febrer 2023

Cabe en la palma de a mano: orgullo.
Debajo de la carne que nos cubre,
debajo de los huesos, de las vísceras,
debajo de la mierda que expulsamos,
debajo , siempre, quedará el orgullo.
Por mucho que se esfuercen en callarnos.
Por más que entren, de noche, en nuestras casas.
Por más que nos torturen, que nos maten,
que secuestren a todos nuestros hijos
y los encierren en oscuras celdas.
En celdas sin ventanas, ni comida.
En celdas sin abrigo, sin piedad.
En cedas que serán la infecta tumba
de nuestros hijos. Por más que lo intenten,
resistiremos. Siempre quedará
una mano orgullosa, incorruptible,
que con letras de sangre escriba al mundo
que clase de hombres fuimos, y que sueños
nos llevaron al fondo de esta ciénaga.

Autor: Alberto Tesán

lustración Joan Genovés, “Trasluz” (2018)


tú y las lentejas

19 febrer 2023

Las guisabas con mimo, las amabas,
porque tenían que ponernos fuerza
en la sangre. Su hierro lo querías
para así apuntalarnos y que entonces
pudiéramos erguir algo de vida.

Hasta laurel llevabas, todo aroma,
a la gran reunión, a la asamblea.

El fuego, buen amigo de tus manos,
obediente y pequeño, le embestía
a tu otra amiga, su enemiga, el agua.

Era tu guerra chica interminable
en el frente que urdías con el rito
diario, de enfrentar dos elementos
a combatir furiosos por nosotros.
Era aquella tu España diminuta.

Las lentejas cocían tu esperanza,
nuestro futuro tierno, nuestra historia.
Erguían estatura al aire, daban
voracidad de dientes, daban rabia
de paladar. Y alegría de estar vivos.

Lentejas con laurel y lo que hubiera.
Crecíamos. El humo y el aroma
venían de tus manos, hueso ahora,
madres del hueso articulado mío.

Autor: María Beneyto

Ilustración: miquel villa i bassols, “la cuina” (1939)