“Después del primer vaso,
uno ve las cosas como le gustaría que fuesen.
Después del segundo, uno ve las cosas que no existen.
Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal y como son,
y eso es lo más horrible que puede ocurrir”
(Oscar Wilde)
En “El bebedor de absenta”, que se expone en un café de Praga, no quedan ya clientes; sólo el escritor sin libro aparece postrado en una mesa junto con unas cuartillas, su sombrero y un vaso que contiene un líquido de inconfundible color verde. Es el hada verde, la musa de poetas y pintores, la bebida alucinógena de sabor amargo y color esmeralda. Por eso aparece en su ebriedad una mujer desnuda de un irreal color verde. Además, está difuminada, no es real. Un encorvado camarero contempla a su único cliente en un discreto segundo plano. Está rodeado de mesas vacías, hace ya horas que debería haber echado el cierre el local.
No se tiene constancia del año exacto en el que se comenzó a producir este brebaje, también llamado ajenjo, aunque se da por seguro que su nacimiento se produjo a finales del siglo XVIII en Suiza. Las monjas del convento de Couvet, una pequeña población helvética a 15 kilómetros de la frontera con Francia, vendían el líquido con la vitola de elixir milagroso.
Henri Dubied compró la receta a las novicias, que a su vez la habían adquirido tiempo atrás al doctor francés Pierre Ordinaire, y es entonces, con la comercialización del producto a mayor escala, cuando nace la leyenda. Dubied, su hijo y su yerno abrieron dos destilerías en pocos años —la primera en Suiza, la segunda en Francia—, y el consumo de absenta fue extendiéndose por toda la nación francesa. La absenta no tardaría en convertirse en la bebida nacional de Francia y su popularización en tabernas, bodegas y cafés es inmensa.
Históricamente, la absenta ha sido una fuente inagotable de inspiración para multitud de artistas. Las alucinaciones, visiones y revelaciones que han sufrido (o disfrutado) sus consumidores más famosos les han ayudado a rodear sus vidas y obras de un halo de decadencia romántica. Mito o realidad, se asegura que Van Gogh se cortó la oreja para regalársela a la prostituta que amaba animado por unos lingotazos de absenta. También se decía que Hemingway solo reunía el valor suficiente para ponerse delante de una vaquilla y darle unos pases bajo el embrujo del ‘hada verde’.
Pero más allá de la leyenda, lo que está fuera de toda duda es que la absenta siempre ha sido la gran musa de pintores y escritores en la Europa del siglo XIX y principios del XX.
Han encontrado los artistas en esta bebida un aliado para la creación o, simplemente, para exprimir la vida y obtener de ella la inspiración suficiente. El ritual incluía prepararse ellos mismos la bebida, rebajando su gusto con agua o endulzándola con terrones de azúcar.
La poesía decadentista, el mundo de la bohemia, estarían incompletos sin el recuerdo del ajenjo, ese licor mágico y destructivo al mismo tiempo, que integra la realidad social y el imaginario de la literatura europea de las últimas décadas del XIX y principios del XX.
La muestra pictórica seria exhaustiva. Además de la pintura que da título al post, dos muestras: “Van Gogh retratado con un vaso de absenta” por Toulouse-Lautrec, en 1887, y “El bebedor de absenta” (1903), un famoso Picasso del período azul que es en realidad un retrato del amigo de juventud del artista Ángel Fernández de Soto.
Más información en:
https://blocdejavier.wordpress.com/2012/03/04/la-resaca-toulouse-lautrec-1889/
https://blocdejavier.wordpress.com/2012/10/30/le-moulin-de-la-galette-renoir-1876/
https://blocdejavier.wordpress.com/2012/11/23/cafe-nocturno-en-arles-van-gogh-1888/
https://blocdejavier.wordpress.com/2013/01/19/la-absenta-degas-1876/
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