El jardín de las delicias es la obra más emblemática y enigmática de El Bosco, pintor flamenco. Se trata de un tríptico pintado al óleo sobre madera de roble, elaborado hacia 1490 o 1500. Cuando permanece cerrado, contemplamos dos paneles en que se representa el tercer día de la creación. Al abrirlo, los tres paneles interiores representan el paraíso, la vida terrenal y el infierno.
No hay pintura más enigmática en la Historia del Arte. La fantasía desbocada de este delirio erótico, sus mensajes cifrados, su fabulación poética… han fascinado durante siglos a todos los que han tenido la fortuna de contemplar este tríptico de cerca.
Cuando el tríptico está cerrado, podemos ver la representación del tercer día de la creación en grisalla, técnica pictórica en la que se usa un solo color para evocar los volúmenes propios del relieve. Según el relato del Génesis, referencia fundamental en tiempos de El Bosco, Dios creó la vegetación sobre la Tierra al tercer día. El pintor representa, pues, la tierra colmada de vegetación. Junto a esto, El Bosco parece imaginar el mundo tal como en su época se concebía: una Tierra plana, rodeada de una masa de agua. Pero extrañamente, El Bosco envuelve a la Tierra en una suerte de esfera de cristal, prefigurando la imagen de un mundo redondo.
Al abrir el tríptico por competo, nos enfrentamos a una explosión de color y figuras que contrasta con el carácter monocromo e inanimado de la creación.
El panel izquierdo corresponde al paraíso. El Bosco no escoge el pasaje en el que Dios crea a Eva de la costilla de Adán, ni siquiera cuando ella muerde la manzana del pecado. Inmortaliza el momento en el que Dios presenta a la pareja y bendice la unión: coge la mano de Eva, mientras los pies estirados de Adán rozan el manto del creador. Adán, que acaba de despertarse, mira embelesado a la seductora Eva, arrodillada y que baja la mirada. A la izquierda de la escena, un drago canario. Representa el árbol de la vida. Pero, justo encima de la escena, asomado en un hueco de la fuente de los cuatro ríos, vemos una lechuza, que se repite en varias zonas del tríptico. Encarna la maldad y el pecado. Junto a Adán, El Bosco pinta animales (un elefante, aves) que representan la fuerza, la inteligencia… Junto a Eva, una jirafa, un cisne, un conejo…, símbolos de pureza, soberbia y fecundidad.
En la franja central y a la derecha, se encuentra el árbol del conocimiento del bien y del mal, rodeado por una serpiente. Este yace sobre una roca con perfil humanoide, probablemente símbolo del mal escondido; el mal que acecha desde el principio al ser humano.
El panel central es el que da título a la obra. Corresponde a la representación del mundo terrenal, al que simbólicamente se le refiere en la actualidad como “el jardín de las delicias”. Un falso paraíso en el que la humanidad ya ha sucumbido en pleno al pecado, especialmente a la lujuria, y se dirige a su perdición. Decenas de símbolos diferentes, cuyas claves solo pueden sospecharse, pueblan este espacio opresivo y angustioso en el que la locura se ha apoderado del mundo. Aparecen tanto hombres como mujeres: blancos y negros, desnudos. Se muestran todo tipo de relaciones sexuales y escenas eróticas, principalmente heterosexuales, pero también homosexuales y onanistas.
La tabla central de «El Jardín de las Delicias» es un derroche de fantasía e imaginación. El Bosco hace una inversión del universo: pinta animales reales y fantásticos, plantas y frutos a un tamaño igual o mayor que los seres humanos.
El Bosco hizo una composición muy equilibrada, que distribuye en tres planos en cada una de las tablas, siempre con un elemento de agua en medio. La tabla central está presidida por una escena en la que jinetes cabalgan a lomos de jabalíes, unicornios, caballos, osos, toros, leones, panteras, que simbolizan pecados como la gula, la avaricia, la ira, la soberbia o la lujuria. Ésta última domina la escena. El Bosco lo pinta como un cortejo de vicio y seducción en torno a las mujeres que se bañan desnudas en un estanque.
El panel derecho corresponde al infierno. También se conoce como «El Infierno musical», debido a los numerosos instrumentos musicales que aparecen en él: un arpa, un laúd, un tambor, una gaita… Pero en este caso se tornan objetos de tortura, donde se crucifican a los pecadores. El Bosco condena aquí el juego, la música profana, la lujuria, la codicia y avaricia, la hipocresía, el alcoholismo. Describe un mundo onírico, demoníaco, opresivo y de innumerables tormentos. Es una tabla muy sombría en comparación con el colorido de las otras dos tablas: tonos lívidos del infierno de hielo, vivas llamas del infierno de fuego.
La escena está presidida por una gigantesca figura antropomórfica: el hombre-árbol, «el gran engañador, el diablo», que mira al espectador y algunos asocian a un autorretrato del Bosco. Su cuerpo destrozado deja al descubierto una taberna. Eran numerosas las ventas y burdeles que había en torno a la plaza donde vivía el artista en Hertogenbosch.
Aunque para algunos críticos la pintura supondría una exaltación de los placeres parece más lógico otorgarle el sentido moralizante al presentar los vicios de la sociedad y su castigo. La utilización de elementos oníricos enlaza la pintura con la obra de los surrealistas (especialmente Dalí).
Más información en:
https://es.wikipedia.org/wiki/El_jard%C3%ADn_de_las_delicias
https://www.culturagenial.com/es/el-jardin-de-las-delicias-de-el-bosco/
https://luisnunez.es/sites/default/files/2018-02/Botones_JardinDeLasDelicias.pdf
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