
“No fue su fétido aliento ni su boca desdentada lo que me retuvo, sino aquellos ojos claros y terribles que me taladraron el cerebro como los colmillos de una víbora”
(Alfred Kubin)
Alfred Kubin (1877-1959) fue un dibujante extraordinario en cuya obra se descubre especialmente poderosa su capacidad de evocación de mundos de pesadilla y una pasmosa habilidad para sugerir, con pocos y hábiles trazos, en riguroso blanco y negro, los más profundos y crudos horrores. Diagnosticado como enfermo mental durante su juventud, locura de la que más tarde se recuperaría –aparentemente– el artista permanecería siendo toda su vida un individuo solitario obsesionado con un destino impersonal e ininteligible, ligado al sexo y a la muerte. Admirador de Goya, Redon, Ensor y Munch, precursor de los delirios del surrealismo, afín a la estética del simbolismo y heredero tardio –en cierto modo– de su legado, Kubin construyó algunas de las más siniestras y sorprendentes representaciones de la femme fatale, de las pesadillas feroces del frenético y absurdo mundo moderno, las miserias de la existencia y de los más oscuros y recónditos misterios abisales del corazón humano.
Muchos de sus encuentros con esa dama vieja e implacable que es la muerte, no serán sino una reiteración de un conocimiento atroz y prematuro, presenciado en la agonía de su madre. Esas huellas nunca abandonaron la memoria de Kubin, siendo sus versiones de las danzas de la muerte una exigencia que le venía, en cierto modo, del mismo seno familiar, de lo más íntimo de su biografía. Paralelo al mundo de la muerte, surge otra de sus obsesiones, el mundo femenino. Las mujeres son seres temibles y tentadores, seres demoníacos y amenazantes, son lascivas y crueles, castradoras y extenuantes, llegando a representarlas como brujas, vampiros o alacranes.
En el irónico título “El mejor doctor” (1903) la figura femenina, Muerte vestida de negro con una medalla en el cuello, es inquietante, al igual que la larga de la persona moribunda, vestida de blanco. Esta es una rara personificación de la Muerte como mujer.
Alfred Kubin va a representar constantemente en sus dibujos la imagen de la mujer, plasmando de un modo muy explícito todo el odio y la amargura que su generación siente hacia la misma.
Y ello, de tres modos distintos aunque muy semejantes.

El primero, realizando unos retratos de la mujer como devoradora de su compañero sexual, asociándola directamente con la muerte y la castración, al tiempo que revitaliza el mito de la vagina dentada. En Madre Naturaleza, 1900, una enorme mujer tumbada en un bosque y abierta de piernas, ofrece su sexo como un lugar oscuro y abismal donde perderse. En La araña (1902, diferentes parejas hacen el amor sobre una tela de araña mientras una figura diabólica (una hembra araña) extiende sus largos dedos para apoderarse del macho y devorarlo. En Escorpión (1935) una tranquila escena de una mujer mirándose en el espejo queda completamente trastocada cuando nos damos cuenta de que su sexo ha sido reconvertido en ese mortífero animal, el cual dará cuenta de todo aquel que se le acerque. En La vampira II (1940), la mujer convertida en animal sanguinario ha chupado la sangre de su amante hasta la extenuación para seguir viviendo; las mujeres se nutren del flujo vital del hombre.
La segunda vía que utiliza Kubin para vincular mujer y muerte es a través de su simbolización mediante el cuerpo embarazado de la mujer diabólica.

En El huevo (1901) la mujer es un horrible esqueleto que posee un enorme vientre como si estuviera embarazada; aparece como un montón de huesos que acaban de levantarse de la fosa para dar a luz en un paisaje desértico y tenebroso, en el que tan solo llegamos a distinguir, al fondo, un enorme ídolo sexual masculino, imagen de la presencia vigilante del macho.
En Die Fruchtbarkeit, 1901-1902, una mujer desnuda y embarazada yace en el fondo de un lago, y un numeroso conjunto de embriones flotan entre las aguas sin que lleguemos a adivinar si salen o entran de su cuerpo. La mujer y su capacidad de procreación se transforman en representación de la decadencia y la podredumbre de la carne.

La tercera posibilidad de representación que nos ofrece Kubin queda plasmada en esos dibujos donde la mujer aparece como un verdugo sin piedad. En The Lady on the Horse (1901), una elegante amazona se balancea encima de un enorme caballo de madera que lleva entre las patas unas afiladas cuchillas que le sirven para trocear y masacrar a un gran número de hombres. En El día de la matanza (1902) se convierte en un ser violento y cruel que es capaz de descuartizar a un hombre sin ningún atisbo de piedad o remordimiento; ante el cuerpo mutilado del macho ella se erige tranquila y elegante. En El destino del hombre (1903), una mujer gigante, desnuda y con la cabeza tapada por un pañuelo negro, arroja con un rastrillo a una abigarrada multitud de hombres por un precipicio. La identificación absoluta de la mujer con la muerte queda representada en Mumie (1905) cuando una mujer desnuda se va a introducir en el traje de una momia; o en Abfall (1920), al representar el cuerpo de la mujer con el rostro de una calavera. La mujer queda representada como un ser con un deseo sexual desbordado, una enorme capacidad de traición para satisfacer sus ansias (siempre imperiosas e insatisfechas), un alto contenido de animalidad latente en su interior y una gran habilidad para destruir violentamente al hombre en cualquier momento.

Ilustraciones: “El mejor doctor” (1903), “Escorpión” (1935), “Vampira II” (1940), “El huevo” (1901), “Die Fruchtbarkeit” (1902), “The Lady on the Horse” (1901) y “Abfall” (1920)
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