Bartolomé Esteban Murillo fue un pintor barroco español formado en el naturalismo tardío que evolucionó hacia fórmulas propias del barroco pleno, con una sensibilidad que anticipa en ocasiones el Rococó.
Murillo utiliza aquí aquí el mismo tono amable y anecdótico y la misma atracción hacia los desheredados y la gente sencilla que en las célebres composiciones donde son protagonistas los niños; capta de la misma forma las reacciones espontáneas y nos muestra en él a dos mujeres que parecen dirigirse al espectador con rostros sonrientes. La más joven apoya sus brazos en el alféizar de la ventana, expresando en su rostro una sonrisa cargada de malicia y dotada de cierta retranca. La mayor, intenta ocultar su expresión divertida llevándose la toca a los labios, por más que el destello de sus ojos muestre de forma evidente que comparte el jolgorio de su más joven acompañante.
Hoy por hoy, el motivo de la risa se nos muestra imposible de dilucidar, por más que se hayan aventurado algunas teorías. Algunos, apoyándose en el título antiguo de la obra, “Las gallegas”, aducen que nos encontramos ante dos mujeres del noroeste de España –región muy pobre y deprimida- que alcanzaron cierta notoriedad en Sevilla como prostitutas, de modo que, de estas dos mujeres, la de mayor edad, sería la alcahueta. De ello se deduce que la más joven de ellas podría estar llamando la atención de un hipotético cliente. La generosidad de su escote y sus adornos florales, avalarían esta teoría.
Lo que parece estar claro es que en el siglo XVII no estaba bien visto que las mujeres honradas se asomasen con descaro a las ventanas, porque, para mirar lo que ocurría en la calle, sin ser vistas, estaban las cortinas y celosías. De ahí que el refranero del Siglo de Oro se encuentre plagado de expresiones que aluden a la dudosa moralidad de las mujeres que emplean su ocio asomadas a la ventana. Algunos ejemplos pueden ilustrarlo: “Moza que se asoma a la ventana cada rato, quiérese vender barato”, “Mujer ventanera, busque a otro que la quiera”.
Otros historiadores, en cambio, sostienen que estamos ante una simple escena de coqueteo y que Murillo sólo pretendió realizar un elogio de la gracia y feminidad de las mujeres de Sevilla. Teoría más edulcorada y mucho menos probable.
La composición del lienzo es muy acertada: un ángulo recto acodado en la esquina inferior izquierda del marco encuadra la escena. El ángulo está señalado por el alféizar y la contraventana de madera, y por las dos mujeres, la jovencita apoyada y la más mayor que se asoma. De este modo, gran parte del cuadro queda absolutamente vacío y la mirada del espectador se ve atrapada por las dos simpáticas figuras femeninas, que destacan contra un fondo oscuro sin iluminación ni referencias espaciales.
Después de varios siglos, las miradas de estas dos mujeres siguen teniendo la frescura y la fascinación de todos los que las contemplan… como pudo mirarlas y apreciarlas el propio Murillo.
El tema de la prostitución es una constante en la Historia del Arte. Sin pretensiones de exhaustividad, en sucesivas entregas de este mismo blog se aborda el tratamiento del tema por parte de Degas (Tres mujeres en un burdel. 1880), Picasso (Las señoritas de Avignon, 1907), Solana (Mujeres de la vida, 1916) o Toulouse-Lautrec (La inspección médica, 1894).
Ciertamente, en esta pintura de Goya titulada “Majas en el balcón” , de 1810, se aprecia una similitud con la precedente de Murillo extraordinaria. En ella se contiene una referencia oculta al mundo de la prostitución, como se argumenta en la ambigua sonrisa de las mujeres y sobre todo de la que se inclina hacía su amiga y entreabre los labios, sin desviar los ojos del espectador, para susurrarle algo al oído. Sus elegantes vestidos se arrugan contra la barandilla con un crujido encantador; las mantillas mezclan ambiguamente tonos de blanco marfil, verde amarillento, negro pez y encaje dorado. Tras ellas sombras enmascaradas y silenciosas con curvados sombreros aparecen como protectores.
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