Mujeres en la ventana (Murillo, 1670)

28 Setembre 2011


Bartolomé Esteban Murillo fue un pintor barroco español formado en el naturalismo tardío que evolucionó hacia fórmulas propias del barroco pleno, con una sensibilidad que anticipa en ocasiones el Rococó.

Murillo utiliza aquí aquí el mismo tono amable y anecdótico y la misma atracción hacia los desheredados y la gente sencilla que en las célebres composiciones donde son protagonistas los niños; capta de la misma forma las reacciones espontáneas y nos muestra en él a dos mujeres que parecen dirigirse al espectador con rostros sonrientes. La más joven apoya sus brazos en el alféizar de la ventana, expresando en su rostro una sonrisa cargada de malicia y dotada de cierta retranca. La mayor, intenta ocultar su expresión divertida llevándose la toca a los labios, por más que el destello de sus ojos muestre de forma evidente que comparte el jolgorio de su más joven acompañante.

Hoy por hoy, el motivo de la risa se nos muestra imposible de dilucidar, por más que se hayan aventurado algunas teorías. Algunos, apoyándose en el título antiguo de la obra, “Las gallegas”, aducen que nos encontramos ante dos mujeres del noroeste de España –región muy pobre y deprimida- que alcanzaron cierta notoriedad en Sevilla como prostitutas, de modo que, de estas dos mujeres, la de mayor edad, sería la alcahueta. De ello se deduce que la más joven de ellas podría estar llamando la atención de un hipotético cliente. La generosidad de su escote y sus adornos florales, avalarían esta teoría.

Lo que parece estar claro es que en el siglo XVII no estaba bien visto que las mujeres honradas se asomasen con descaro a las ventanas, porque, para mirar lo que ocurría en la calle, sin ser vistas, estaban las cortinas y celosías. De ahí que el refranero del Siglo de Oro se encuentre plagado de expresiones que aluden a la dudosa moralidad de las mujeres que emplean su ocio asomadas a la ventana. Algunos ejemplos pueden ilustrarlo: “Moza que se asoma a la ventana cada rato, quiérese vender barato”, “Mujer ventanera, busque a otro que la quiera”.

Otros historiadores, en cambio, sostienen que estamos ante una simple escena de coqueteo y que Murillo sólo pretendió realizar un elogio de la gracia y feminidad de las mujeres de Sevilla. Teoría más edulcorada y mucho menos probable.

La composición del lienzo es muy acertada: un ángulo recto acodado en la esquina inferior izquierda del marco encuadra la escena. El ángulo está señalado por el alféizar y la contraventana de madera, y por las dos mujeres, la jovencita apoyada y la más mayor que se asoma. De este modo, gran parte del cuadro queda absolutamente vacío y la mirada del espectador se ve atrapada por las dos simpáticas figuras femeninas, que destacan contra un fondo oscuro sin iluminación ni referencias espaciales.

Después de varios siglos, las miradas de estas dos mujeres siguen teniendo la frescura y la fascinación de todos los que las contemplan… como pudo mirarlas y apreciarlas el propio Murillo.

El tema de la prostitución es una constante en la Historia del Arte. Sin pretensiones de exhaustividad, en sucesivas entregas de este mismo blog se aborda el tratamiento del tema por parte de Degas (Tres mujeres en un burdel. 1880), Picasso (Las señoritas de Avignon, 1907), Solana (Mujeres de la vida, 1916) o Toulouse-Lautrec (La inspección médica, 1894).

Ciertamente, en esta pintura de Goya titulada “Majas en el balcón” , de 1810, se aprecia una similitud con la precedente de Murillo extraordinaria. En ella se contiene una referencia oculta al mundo de la prostitución, como se argumenta en la ambigua sonrisa de las mujeres y sobre todo de la que se inclina hacía su amiga y entreabre los labios, sin desviar los ojos del espectador, para susurrarle algo al oído. Sus elegantes vestidos se arrugan contra la barandilla con un crujido encantador; las mantillas mezclan ambiguamente tonos de blanco marfil, verde amarillento, negro pez y encaje dorado. Tras ellas sombras enmascaradas y silenciosas con curvados sombreros aparecen como protectores.


Sin pan y sin trabajo (Ernesto de la Cárcova, 1892)

22 Setembre 2011


“Aquel que no haya estado al alcance de la terrible serpiente de la miseria jamás llegará a conocer sus fauces ponzoñosas”.

(Ernesto de la Cárcova)

Sin pan y sin trabajo es uno de los hitos principales de la historia del arte de los argentinos. Esta exquisita pintura pertenece a la escuela realista; ese movimiento tuvo su origen en la revolución industrial y las profundas mutaciones económicas y sociales que nacieron a su luz en el siglo XIX. El arte necesitó entonces dejar detrás las fantasías románticas, tanto como la exaltación del pasado clásico griego y romano. El tema de la marginación y la pobreza se hacen presente en este cuadro,

Sin pan y sin trabajo parece nacida de las manos de un pintor que pasea hoy por nuestras calles, no tal vez en su forma o en su estilo, que responde a cánones que ya se han dejado de soslayo, sino por lo que nos dice, por la situación que plantea, por la coyuntura social que demarca claramente.

La escena, cargada de dramatismo, representa el interior de una vivienda miserable en la que un hombre en paro descorre la ajada cortina con un gesto de rabia e impotencia. Mira a través del cristal a los obreros entrando en la fábrica mientras él se queda en casa sin trabajo y sin salario que aportar a su familia. Su puño apretado sobre la mesa, sus rudas manos de trabajador manual, su postura en equilibrio inestable sobre la silla inclinada… todo muestra una situación desesperada. Por si fuera poco, su mujer intenta amamantar a un bebé pero su extrema delgadez la ha dejado sin leche. Sus grandes manos también muestran la situación límite y se aferran entre protectoras y crispadas a su hijito. Podemos rastrear una sucesión de miradas muy expresivas y clarificadoras de la terrible situación: la madre mira a su marido mostrando la angustia y esperando en vano una solución a la pobreza, el hambre y el futuro incierto de su bebé. El marido mira por la ventana con furia a los trabajadores que acuden a su trabajo y lamenta, junto a sus herramientas de trabajo sobre la mesa, estar sin hacer nada cuando es un hombre fuerte en plena capacidad de trabajo.

La miseria de la estancia, muebles rotos, paredes desconchadas, ausencia de casi todo, acentúa lo dramático de sus vidas.

Mirando más allá del cuadro, subyace una denuncia de la crueldad y la injusticia inherentes al sistema capitalista, especialmente durante la Revolución industrial, cuando las condiciones de trabajo y los salarios eran vergonzosos.


Lunes

19 Setembre 2011


Pero después de todo, no sabemos
si las cosas no son mejor así,
escasas a propósito… Quizá,
quizá tienen razón los días laborables.
Tú y yo en este lugar, en esta zona
de luz apenas, entre la oficina
y la noche que viene, no sabemos.
O quizá, simplemente, estamos fatigados.
Quizá tengan razón los días laborables…

Autor: Jaime Gil de Biedma

Ilustración de Edward Hooper


La carreta (Le Nain, 1641)

13 Setembre 2011


Es una obra que corresponde al Barroco francés, fechada en 1641.

Los hermanos Le Nain trabajaron en grupo por lo que resulta difícil atribuir un cuadro a algunos de ellos, aunque éste se considera de Louis. Los hermanos trabajaron un tema que tuvo un éxito singular en su momento: campesinos en medio de su ambiente rural. Pese al aspecto general de pobreza y sencillez, las figuras de los Nain parecen serenas, casi idílicas, en una supuesta paz ideal que no compartían aquéllos que compraban los lienzos. Estos cuadros adornaban casas de ricos comerciantes que se complacían en pensar en los placeres de la vida sencilla sin jamás acercarse a ella. Queda por saber, sin embargo, si algunos de los supuestos «campesinos» serían realmente de clase rural, pues muchos parecen ser simples burgueses pasando su tiempo de ocio en el campo.

Los hermanos Le Nain plantean en sus cuadros figuras aisladas, sin relación entre ellas, silenciosas y de rostros tranquilos. No hay crítica social ni reivindicación alguna, sino más bien una exaltación a la vida placentera de aquéllos que viven en el límite de la pobreza sin otras preocupaciones, desde un punto de vista burgués de nivel medio-alto. Este tipo de escenas tuvo mucho éxito en su época, en contraste con la exuberancia y la sensualidad general del Barroco.

Louis le Nain (1593-1648) es conocido por sus cuadros de temas campesinos. Subsisten sólo unas quince pinturas de los tres hermanos Le Nain, de quienes Louis es ciertamente el más interesante. En su obra no ridiculiza ni satiriza la vida campesina, como hacían algunos contemporáneos suyos, sino que les infunda el sentido de la dignidad humana. Pintor de Louis XIII, se distinguió por su exaltación del sentimiento sencillo, traducido en un color sobrio y poético, en unas escenas bucólicas de helado estatismo.

La naturaleza «ingenua» de estas obras, con sus poses estáticas, «extrañas» composiciones y protagonistas campesinos, fueron admiradas y muy bien pudieron haber ejercido cierta influencia en muchos artistas del siglo XIX, especialmente en pintores como Millet o Courbet.

En la “Comida de los campesinos” (1642), la paleta de tonos fríos da a esta composición de corte clásico una gravedad trascendente. Los personajes, pobremente vestidos, comparten una comida frugal con el decoro del que asiste a una importante ceremonia.


La corbata

11 Setembre 2011

És una peça de roba gentil,
és una peça de roba refinada
és una peça de roba la mar d’educada.

El nus és el que més em costa:
Era cap aquí?
o era cap allà?
no me’n recordo,
ho hauré de preguntar.

Aquesta poesia està escrita per la Laia, una nena de 11 anys.


Habitación de hotel (Edward Hopper, 1934)

5 Setembre 2011

Tras sus primeros éxitos, Hopper se atreve en Habitación de hotel a utilizar un lienzo de gran formato. Representa una muchacha semidesnuda en el interior de una sencilla habitación de un modesto hotel, en medio de una noche calurosa.

En una anónima habitación de hotel, una muchacha reposa al borde de una cama. Es de noche y está cansada. Se ha quitado el sombrero, el vestido y los zapatos, y sin apenas fuerzas para deshacer las maletas, consulta el horario del tren que habrá de tomar al día siguiente. La soledad de las ciudades modernas constituye uno de los temas centrales de la obra de Hopper. En Habitación de hotel, la pared del primer término y la cómoda de la derecha constriñen el espacio, mientras que la gran diagonal de la cama dirige nuestra mirada hacia el fondo, donde una ventana abierta nos convierte en voyeurs de lo que sucede dentro. La figura femenina ensimismada contrasta con la frialdad de la estancia, en la que predominan las líneas netas y los colores brillantes y planos, avivados por la fuerte luz cenital.

Tal vez la joven acaba de llegar, y sin deshacer su equipaje, se ha quitado su sombrero, su vestido y sus zapatos y se ha sentado lánguidamente en el borde de la cama, sumida en sus propios pensamientos, con la introspección propia de las figuras femeninas de los cuadros de El aspecto tranquilo y melancólico de la muchacha, de escala monumental, contrasta con la frialdad de la estancia, desnuda, sencilla y despersonalizada. Ésta se ha construido a base de unas pocas líneas verticales y horizontales, que delimitan grandes planos de color unitario, cortados por la fuerte diagonal de la cama. Está iluminada por una luz artificial que no vemos pero que produce un fuerte contraste de luces y sombras, que Hopper acentúa para dotar de un mayor dramatismo a la escena.

Como generalmente nos ocurre al contemplar las obras del pintor americano, nuestra imaginación se lanza a articular una historia, a tratar de adivinar un antes y un después de este instante inmortalizado en su cuadro. Asimismo, la soledad de interiores vacíos con ventanas abiertas para aludir a sentimientos de frustración era frecuente en la literatura romántica, a la que Hopper era tan aficionado. También existen precedentes en las representaciones de interiores de la pintura holandesa del siglo xvii, en especial las de Vermeer de Delft, otro artista que inevitablemente recordamos al contemplar las pinturas de Hopper. La ventana abierta produce además un efecto de inversión y de esta forma Hopper introduce al espectador en su obra, convertido en voyeur.

Imágenes urbanas o rurales, inmersas en el silencio, en un espacio real y metafísico a la vez, que comunica al espectador un sentimiento de alejamiento del tema y del ambiente en el que está inmerso bastante fuerte; en sus cuadros casi nunca encontramos más de una figura humana, y cuando hay más de uno lo que destaca es la alienación de los temas y la imposibilidad de comunicación resultante, que agudiza la soledad.

En la obra de Hopper se deja entrever una profunda soledad, la decrepitud del capitalismo tardío; Hopper es un lúcido testigo de la gran Depresión, el primer pintor americano en retratarla

Hopper en sus escenas urbanas, ha recogido con mucha mayor frecuencia a personajes femeninos, con más posibilidades para representar los estados de ánimo. Su obra carece de sentido del humor. Aleja así su pintura de la producción del arte pop posterior. A través de su obra quería pintarse a sí mismo, pero nos enseñó, sin pretenderlo, las consecuencias del capitalismo, la realidad del sueño americano encerrado en un frío restaurante o en una sórdida habitación de hotel. Sus espacios son retratos psicológicos de cierta manera americana de concebir la existencia. Sus personajes ensimismados y melancólicos, sus calles desoladas y silenciosas y sus cafeterías y cines siempre habitados por seres solitarios parecen reflejar las vicisitudes del hombre moderno.


En sus conceptos y temáticas, las telas de Hopper, aunque le precedan, recuerdan los relatos cortos de Raymond Carver, al viajante de Arthur Miller, a los personajes condenados de John Steinbeck, o las historias de Truman Capote. Sus cuadros parecen ahogar un grito, ocultar un desasosiego vital que, sin embargo, se revela al espectador atento de su obra. La idea de soledad, la desesperada sensación de que todo se ha perdido, está en esos personajes: es el reverso del sueño americano.


Expiación (Joe Wright, 2008)

1 Setembre 2011

Sinopsis: Inglaterra, 1935. A pesar de la creciente amenaza de la II Guerra Mundial, Briony Tallis y su familia viven como auténticos privilegiados en su enorme mansión victoriana neogótica. Toda la familia se reúne para el fin de semana, pero el opresivo calor y las emergentes emociones reprimidas crean una soterrada sensación de peligro. Briony, una escritora en ciernes, es una chica con mucha imaginación. Una serie de catastróficos malentendidos provoca que acuse a Robbie Turner —el hijo del ama de llaves y amante de su hermana Cecilia— de un delito que no ha cometido. La acusación destruye el amor naciente entre Robbie y Cecilia, además de cambiar dramáticamente el curso de sus vidas.

Según los preceptos cristianos, el pecado debe ser castigado. Sin embargo, ¿cuánto tiempo debe durar la pena? ¿Si el pecado tiene graves consecuencias, la persona debe ser castigada de por vida?

La película indaga con precisión en el tortuoso camino de la culpa y de la búsqueda de la expiación a través del sacrificio y la inmolación personal, así como de la dificultad de perdonar a aquellos que nos han dañado profundamente.

Estructurada en tres partes bien diferenciadas, la fotografía aporta un tratamiento lumínico distinto para cada una de ellas, que arranca con la brillante y colorida vida en la campiña inglesa para irse oscureciendo a medida que la segunda guerra mundial ensombrece las esperanzas y el futuro de los protagonistas en tierras francesas y en un sombrío Londres.

“Expiación: Más allá de la pasión” es una película que cuenta con una puesta en escena arrebatadora, encontrando en ella unos planos de un increíble preciosismo o de un virtuosismo técnico que sólo los más grandes realizadores saben ejecutar con naturalidad. (Joaquín R. Fernández)


“Emotiva, romántica y preciosa película, a la que no le falta hondura moral ni calado social, con una impecable realización artística y un extraordinario guión.

Ante todo, sorprende la estructura narrativa de la película, muy articulada y a la vez diáfana, con cuatro momentos sabiamente entrelazados por un preciso guión que no da puntada sin hilo y por un montaje ágil y claro que nos traen y llevan desde 1935, cuando celos e imaginación provocan una delación de consecuencias irreparables, hasta 1940 en pleno frente de batalla en la costa francesa, o a unos meses antes en los hospitales de Londres donde las hermanas Tallis ejercen de enfermeras que buscan sanar sus propias heridas. A modo de puzle, Hampton construye una trama compleja apoyándose en tres o cuatro hechos trascendentales en la vida del trío protagonista para a continuación ir “rellenando” lo que sucedió entre esos jalones, y descubrir al espectador la verdadera historia de un amor inconfeso, de una mentira infantil, de una felicidad esquiva, de una culpa redimida por la pluma. La historia es en parte previsible, pero está muy bien contada y se va cargando de dramatismo a medida que avanza la trama hasta alcanzar un tenebrismo fatalista en la playa o el hospital, para finalmente permitirse una bocanada de aire fresco” (Julio Rodríguez Chico)