“danza estelar que expresa la resplandeciente armonía del Cosmos”
(Guillaume Apollinaire)
La acróbata de la bola (1905) es una obra clave en uno de los periodos más importantes de Picasso, el periodo rosa.
En 1904 Picasso se instala definitivamente en Montmartre, y empieza otro cambio. En otoño de ese mismo año conoció a Fernande Olivier, una joven que trabajaba como modelo para muchos artistas y con la que compartirá su vida hasta 1911. Ella fue uno de los motivos por los que fue desapareciendo la melancolía del pintor y poco a poco se estabilizó su vida. Será en este momento cuando la gama de azules deja paso a la gama de rosas, ocres y suaves grises, de ahí que a este periodo se le denominé la etapa rosa. Pero éste no será el único cambio ya que la temática también varía, acercándose esta vez al mundo del circo, ahora los arlequines, acróbatas y bailarinas, serán los protagonistas de sus cuadros, pero hay algo que no varía y esto será la inquietante tranquilidad y melancolía que desprenden todas sus obras.
Sus visitas al circo de Médrano serán el germen de su inspiración. Los colores cálidos y pastel, de líneas suaves y delicadas, junto con las proporciones alargadas de sus figuras protagonizaran su llamada época rosa.
El mundo del circo, los acróbatas y los saltimbanquis conforman un mundo paralelo para los artistas. Estos personajes son, en muchas ocasiones, el alter ego de los artistas o poetas en ese mundo de libertad, ajeno a las convenciones burguesas. Picasso se siente libre en ese universo paralelo y lo utiliza para reflejar los propios problemas del arte y su propia personalidad como artista.
En La acróbata de la bola un dibujo esencial contornea las figuras, para luego aplicar una estructura diagonal -en expresión de movimiento- que nos dirige desde el primer plano contundente del muchacho hacia la niña y más allá al pictórico paisaje. Utiliza una gama de color muy restringida, dominada por rosas y ocres, que no sólo se lleva al tratamiento de las figuras sino al fondo del lienzo, resuelto con un paisaje sencillo y puro, logra remarcar esa sensación de quietud o calma sosegada que atrapa y estremece al mismo tiempo.
El primer plano es un cubo pétreo y anguloso con el reflexivo gimnasta de rostro cuadrangular y expresión perdida, sentado sobre esta piedra, tan dura como su profesión.
La niña es la alegría de vivir. De contornos sinuosos hace equilibrios sobre la pelota, y es la gracilidad misma. Con veladuras de color sobre su cuerpecito, levanta los brazos en su ejercicio circense, pero también en acción de gracias.
Y por fin el paisaje árido, en tintas cálidas, rosadas, violáceas, con una minimalista y encantadora escena familiar, perro incluido, que dándonos la espalda contemplan el blanco caballo que come. Desde este año de 1905 Picasso estaba concibiendo grandes composiciones con caballos y muchachos sobre paisajes de este tipo.
La composición, que fue estudiada en varios dibujos preparatorios, muestra un cuidado equilibrio entre la ligereza de la acróbata y el peso del atleta. La esfera y el cubo en los que, respectivamente, se apoyan, realzan las cualidades pero también el contraste entre ambas figuras; la muchacha ligera y etérea parece flotar en el aire, mientras que el tratamiento del corpulento hombre, situado en primer plano y de espaldas al espectador, destaca por su fuerte peso volumétrico conseguido a través de gradaciones de luz y sombra. Las dos figuras principales de esta composición, la mujer sobre una esfera y el hombre sobre un cubo, figuras geométricas que desde la antigüedad están asociadas a la estabilidad y perfección, pueden llegar a desvelar los dos extremos dentro del arte de Picasso, de un lado la creatividad y la fantasía y por otro la seriedad y el rigor.
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