la France croisée (Romaine Brooks, 1914)

30 Abril 2019

En “La France Croisée” (1914) Romaine Brooks expresó su oposición a la Primera Guerra Mundial y recaudó dinero para la Cruz Roja y las organizaciones de socorro francesas.

Brooks pintó una figura femenina barrida por el viento como un cruzado y la personificación de Francia. Ida Rubinstein, de quien la pintora estaba enamorada en ese momento, fue la modelo de esta heroica figura con uniforme de enfermera.

La artista siempre utilizaba estos tonos blancos, negros y grises para pintar sus obras, una gama de colores que en este caso ayuda a reflejar la frialdad y el sinsentido de la guerra. Nos hace sentir el aire gélido que agita las ropas de la enfermera, un viento helado que se nos queda enganchado en los huesos, muy dentro, y que no podremos aliviar sentándonos ante el brasero de casa. La figura, de rostro grave y demacrado, está descentrada y ligeramente inclinada hacia delante, soportando con decisión las embestidas del destino. Al fondo, podemos ver la ciudad belga de Ypres, uno de los escenarios de la guerra, en llamas. Un leve resplandor rojizo que conecta con el mechón pelirrojo de la mujer, con sus mejillas y sobre todo con la gran cruz roja que adorna su capa. Son los únicos tonos cálidos del cuadro. El rojo es el color de la sangre, del fuego y de la destrucción, pero también es el color que identifica a todas aquellas personas que arriesgaron sus vidas para salvar las de los demás.

Por su imaginario político “La France Croisée” ha sido comparado con “La libertad guiando al pueblo” (Delacroix), donde una mujer que personifica la libertad alza una bandera por sobre un fondo de una ciudad en llamas. La Libertad de Delacroix guía un grupo de parisinos que han tomado las armas, mientras que la figura de “La France Croisée” está sola. Brooks planteó la imagen romántica de una figura envuelta en una túnica oscura y aislada ante paisaje marítimo desolado.

Las reproducciones de esta pintura, junto con unos sonetos de Gabrielle D’annunzio se vendieron más tarde para recaudar dinero para la Cruz Roja, y Brooks recibió la Cruz de la Legión de Honor por su servicio a Francia.

Romaine Brooks conoció a Ida Rubinstein -una bailarina icónica de La Belle Époque- en 1911 después de su primera actuación como el personaje principal en la obra de Gabriele D’Annunzio, “El martirio de Sebastián”

Rubinstein era la modelo favorita de Brooks, su “belleza frágil y andrógina” era ideal para las pinturas de Brook. Pintó una serie de desnudos alegóricos que fueron extremadamente controvertidos en su época, especialmente porque fueron producidos por una artista femenina. En “The Crossing” (1911), por ejemplo, (también exhibida como La mujer muerta), Ida se extiende en una cama blanca o ataúd contra un vacío negro interpretado de diversas maneras como la muerte o el descanso en satisfacción sexual agotada en el ala simbólica de Brooks …

La pareja se separa en 1914. Tres años más tarde Brooks vuelve a pintar a Ida. Para “Retrato de Ida Rubinstein” (1917) regresa a los trazos de 1914. Y en “La Venus triste” se aferra a la reproducción de los rasgos faciales en un entorno sexual más sensual y onírico, como si fuera un dulce sueño el amor ya imposible.

 


óvalo

29 Abril 2019

A Noelia Pérez

Soldados frente a la Muerte.
Jornaleros ante el hambre.
Escolares sometidos.

Abedules en hilera
sumisión a un sendero.

Podría cambiar el mundo.
El recluta ignorar la leva.
Braceros enfrentados al poder.
Estudiantes refutando al maestro.

Encorvarse un árbol
Quebrar la fila.

Gracias al insurgente
el vacío en la línea
es una curva.
La procesión un tiovivo.
Y Lizano regala globos.

Autor: Javier Solé

Del libro de poemas “El exilio interior” (ISBN 978-84-1304-853-6)


a ras del cielo

28 Abril 2019


Después de una larga plaga
que no acabó con todos.
Después de una noche oscura,
de un cielo abrupto,
de un aire feroz,
de una voraz
que no acabó con todos,
los árboles que quedaban,
de raíces melancólicas,
levantaron sus ramas
henchidas de viento.

Autor: David Eloy Rodríguez

Fotografía de Arturo Borra


el mercado de pescado en Marsella (Raoul Dufy, 1904)

27 Abril 2019


Raoul Dufy tiene veintiocho años cuando pinta El mercado de pescado, Marsella. Acaba de salir de la École Nationale des Beaux-Arts, donde ha sido alumno de Léon Bonnat. Se ve entonces sometido a una triple influencia: la de los pintores de la modernidad, como Boudin, Corot, Sisley, que son los primeros en romper con cierto academicismo por su elección de los temas, sus encuadres, una pincelada más libre y una grafía más rotunda; la de los impresionistas, como Monet, Degas, Seurat, empeñados en «pintar la luz», en evocar su difusión, su impacto sobre las formas; y por último la influencia del momento, el de una joven escuela francesa que es un hervidero de ideas revolucionarias y que está a punto de dar a luz al Fauvismo.

En esta obra Dufy vuelve a tratar un tema clásico, el del mercado, tan apreciado por los naturalistas del siglo XIX. El mercado es un lugar repleto de vida, un universo de materias y colores. El artista ha elegido un encuadre muy vanguardista. No destaca ningún tema en particular ni se centra en ningún personaje concreto. Pinta la parte de atrás del decorado. Lo único que cuenta es el instante captado en directo, la impresión del momento.

El cuadro se divide en tres zonas horizontales bien delimitadas, tres franjas de color que, sin ser independientes de las formas, están perfectamente definidas. La primera, la de la parte inferior, es predominantemente roja: rojos son el suelo, la ropa de una de las mujeres y una caja de madera. En la segunda franja, la del medio, el artista sitúa toda la acción. Hay un encaje de personajes y de formas, sin orden aparente. En la tercera zona, la franja superior, dominan los verdes: verdes son las columnas, las paredes y el capitel. Responde a la primera franja y, al mismo tiempo, se opone a ella creando con ello un efecto de contraste y de perspectiva. El rojo resalta y el verde imprime profundidad. De este modo se potencia la acción. Estas amplias zonas se someten al ritmo de las rotundas manchas lisas de color: el rojo de las cortinas, el verde de las vigas, el azul de una blusa, el amarillo de una canasta. Cabe afirmar que el Fauvismo, que no tardará en nacer a impulsos de Matisse, está aquí obviamente en germen.

Dufy capta la acción como si fuera un fotógrafo. Para ello adopta una grafía impresionista, compuesta por pequeñas pinceladas alargadas, movidas y yuxtapuestas, en permanente oposición verde-rojo, rojo-azul, amarillo-rojo, que confieren un aspecto vibrante a los distintos elementos. Se trata, no tanto de pintar un tema, sino de pintar la luz que incide sobre el tema.

Por lo tanto, se puede decir que este cuadro está hecho a base de oposiciones: oposición de los colores, oposición de pinceladas, de ritmos, de géneros, oposición entre la luz del exterior y la penumbra del mercado. Y son precisamente estas oposiciones -aunque acaso se trate más bien de una lucha- las que, paradójicamente, consiguen conferirle a esta obra armonía y equilibrio.

El cuadro es uno de los últimos de este género. En 1905 Dufy se acercará a Matisse y adoptará el estilo fauvista.


hijas de la memoria

26 Abril 2019


Eran tres, siempre tres,
Tomando el sol juntas en la playa,
El sonido de las olas y las voces de los niños eran tan relajantes
que era difícil permanecer despierto.

Cuando desperté, el sol casi se había marchado.
Las tres amigas se arrodillaron en círculo,
Turnándose para mirarse en un pequeño espejo,
Y peinarse con el mismo peine.
Meses después, volví a ver a dos de ellas

Corriendo bajo la lluvia al salir del colegio,
Entraban en un portal con un paquete de cigarrillos
Y me vieron con mi nuevo uniforme.

Al final sólo quedó una muchacha,
Alta y hermosa,
Haciendo el turno de noche en un hospital,
Recorriendo una fila de camas, una de las cuales era la mía.

Autor: Charles Simic

Ilustración: Sophia Uranova, “Hospital militar” (1962)


los caballos en el campo

25 Abril 2019


Los caballos en el campo,
el pasto alto.
Los caballos en el campo
bajo la luz de la mañana.
Las gotas de rocío correrán hasta que amanezca,
rápido, hay que saciar toda la hierba.
Los caballos en el campo,
el chasquido de sus cascos.
El relincho silencioso,
el rumor de la montura.
El sol como un globo,
alejándose de la Tierra,
tiende hacia las crines
sus dedos calientes.
Los caballos dejarán el campo,
pero hasta la noche
en el pasto aplastado
quedarán las huellas
de sus cascos.

Autor: Nika Turbina

Ilustración: Franz Marc, “grandes caballos azules” (1911)


viaje absurdo

24 Abril 2019


Salí a caminar
temprano,
primero el Instituto
-a esa hora mi hija tiene clase de sociales-.
después el colegio,
en el que mis dos hijas fueron felices,
el Casino en cuyo patio desconchado
jugaban los sábados al baloncesto,
más tarde
el viejo bar donde alguna mañana
-hoy no-
me siento a ver pasar la vida,
después
las galerías comerciales,
con todas las tiendas en traspaso,
la biblioteca
-vacía, apenas tres suicidas estrafalarios-
y he acabado
en el cementerio
junto a una tumba
que lleva mi apellido
pero donde no estoy yo.

Y he pensado que es
absurdo viajar hasta
este territorio de muerte
si habló cada día
con mi hija muerta
que todavía hoy sigue habitando
en la casa vacía
a la que regreso
para preparar el almuerzo
antes de que vuelva de la escuela.

Autor: Javier Solé

Fotografía de Rubén Redondo

Del libro “Bombyx mori” (ISBN 978-84-9095-196-5)


beato sillón

23 Abril 2019


¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.

Autor: Jorge Guillén

Ilustración: Rudolf Schlichter, “Portrait of Dr. Felix J. Weil” (1926)


agrafía

22 Abril 2019


“Escribo para que el agua envenenada pueda beberse”

(Chantal Maillard)

“Sóc l’epilèpsia del llampec”

(Cesc Fortuny, fragmento del poema “El carrer és buit altra vegada”)

Relojes que cuentan
el tiempo que no transcurre.

Paraguas desplegados
cuando ha dejado de llover.

Cuerpos que siguen juntos
después de extinguirse el fuego.

Sombras inertes
que recorren la oscuridad.

Vidas incompletas
para las que inventamos un final.

Poemas que se reescriben
con la tinta del calamar.

Autor: Javier Solé

Del libro de poemas “El exilio interior” (ISBN 978-84-1304-853-6)


mujer mirando una fotografía (Cristobal Toral, 1982)

21 Abril 2019


En uno de los lienzos más turbadores de Cristóbal Toral, Mujer mirando una fotografía (1982), aparece una de esas muchachas que pueblan a menudo sus cuadros -una joven que se adivina provinciana, modesta, sin dinero, extraviada en la urbe hostil-, rodeada de mesas y sillas vacías devoradas por una sombra. El desamparo y la soledad del personaje es absoluto.

Una maleta, unos paquetes y una cartera indican que la mujer se halla aquí de paso, que éste es sólo un momentáneo reposo en medio de su tránsito. Pero la infinita opresión y la tristeza sobrecogedora que inundan al espectador de esta escena están determinadas por la atmósfera de unas tinieblas en las que parecen anidar insondables peligros, acaso monstruos, acaso la muerte. Y, también, por la pesadilla repetida de esas sillas y mesas de glacial consistencia que, se diría, encarcelan amenazadoramente a la muchacha y no la dejarán ya escapar. La simetría, la elegancia, la perfección, la recóndita indiferencia de aquellas presencias inmóviles no son de este mundo, o, tal vez, sí.

Como en éste, en todos los cuadros de Toral, el realismo no es otra cosa que un vehículo para que un creador de nuestro tiempo que domina como pocos sus medios expresivos, vuelque en imágenes de un rico simbolismo y de exquisita factura, una intimidad sobresaltada por perturbadoras figuras en las que descubrimos las caras de nuestras propios demonios.