procesión en Ávila (Solana, 1945)

Todo un magnífico ejemplo de su visión de la España negra, profunda, típica de Castilla, metáfora de alguna manera de la sociedad y las creencias españolas de aquel momento. Realizada al final ya de su carrera, entre 1943 y 1945, titulada y localizada en Ávila, muestra dos cofradías en diferentes planos, con las  imágenes de Cristos y Vírgenes dolientes de Semana Santa, y los cofrades, hombres silenciosos que miran y portan velas, todo plagado de negros y tonos que consiguen introducir la tristeza sin palabras hasta los rincones más profundos del alma.

La religión es otro de los temas referentes de la pintura de José Gutiérrez-Solana. Escenas de procesiones de Semana Santa de diferentes puntos de la geografía española, Toledo, Zamora, etc., Cristos crucificados, retratos de obispos, todo ello bajo un prisma oscuro, tenebroso e inquietante.

Solana fue un pintor solitario y tremendista. Sus obras muestran la poca fe que tuvo siempre en el desarrollo y modernización de un país, el nuestro, anclado en un oscurantismo secular, marcado a fuego en el alma del pueblo español. Su «España negra» (que también describió con palabras —porque además de pintor, Solana fue escritor y grabador—), tiene vislumbres de muda violencia, y quizá este fue uno de los motivos por los que tanto su nombre como su obra tardaron en encontrar su sitio dentro del panorama artístico español del momento.

Gentes de pueblo, de gesto severo; hombres y mujeres impelidos por el miedo, la congoja, el recogimiento; acartonados por el luto; privados de todo hálito vital. Pero al mismo tiempo, gentes esperanzadas y agarradas a la idea de una vida mejor después de la muerte; gentes merecedoras de ese paraíso eterno que su religión les promete.

En La Beata (1918) aparece una figura sentada en una silla de espalda al espectador con un abanico.

Por la silueta se entiende que es una mujer vieja con la cabeza tapada siguiendo la tradición celestinesca, y que por tanto el dibujo representa a una alcahueta. A la derecha una iglesia y otra figura.

Santos de Pueblo (1929) constituye una inquietante naturaleza muerta en la que podemos entrever el recuerdo del desván familiar atestado de figuras despojadas de su carácter sagrado y una serie de tallas antiguas de madera (dos cristos, una santa mártir, un san Roque y una Inmaculada; figuras que el artista dispone sobre un fondo claro para potenciar su expresión y volumen.

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