poema de l’últim refugi

Abans em concentrava escoltant
el pensament enmig de qualsevol estrèpit.
Ara, m’és tan difícil.
No estic cansat de viure: estic cansat
de les veus que al voltant ressonen buides.
Però sé on continua l’alegria:
si no m’he perdut mai cap paradís,
no em perdré ara el més auster,
aquest on al poema ja no hi queda
gairebé rastre de literatura.
Reconec aquest lloc, l’he buscat sempre.
L’últim refugi, el de la soledat.

Autor: Joan Margarit

Del poemario “Es perd el senyal” (2012)

Retiradas

Antes, incluso en medio de un estrépito,
podía concentrarme en un poema.
Ahora me resulta más difícil.
No estoy cansado de vivir: lo estoy
de tantas voces que a mi alrededor
resuenan huecas.
Sé dónde continúa la alegría:
si nunca me he perdido un paraíso,
no iré a perderme ahora el más austero,
ese donde el poema no le queda
apenas rastro de literatura.
Reconozco el lugar, es el mismo de siempre.
El último refugio, el de la soledad.

Autor: Joan Margarit

Del libro “Todos los poemas (1975-2015)” (2018)

Ilustración: vilhelm hammershoi, “la danza del polvo en los rayos de sol” (1900)

Esta silenciosa habitación en la penumbra parece carente de significado. El espectador se ve obligado a examinar la imagen sin ayuda alguna, sin las confortables estructuras interpretativas de la simbología que nos da el arte.

Es una de las obras más conocidas del pintor danés Vilhelm Hammershøi (1864-1916). Su título es poético, quizá un intento de dotar de una dimensión humana a un cuadro que choca no por la presencia de personas, sino por su ausencia. 

La habitación representada en la imagen está vacía, siendo el único elemento “vivo” el encuentro entre las motas de polvo y los rayos de sol que entran por una ventana y se proyectan ante una puerta y sobre el suelo. El título poético, sin embargo, es un añadido posterior, el pintor cuando expuso la obra, usó otro menos sentimental, traducible por “Rayos de sol” o “Luz de sol”.

El lienzo fue pintado en la vivienda de Hammershoi, en un viejo edificio de la Strandgade 30 de Christianshavn (hoy parte de Copenhague). Presenta un motivo que repitió una y otra vez, con o sin muebles, con o sin fisuras, pero esta versión es el ejemplo más convincente. Sin embargo, el cuadro constituye una especie de enigma. No representa la vida vivida en esta casa. Aquí el protagonista es la luz, pero no de una que revele, sino usada para turbar, intranquilizar, en otra palabra, para desasosegar.

El cuadro que nos ocupa constituye una especie de enigma. No representa la vida vivida en esta casa ni siquiera el retrato fotográfico del espacio, puesto que como podemos comprobar por las instantáneas que se tomaron en el interior de la vivienda o en otros cuadros, ésta estaba llena de objetos cotidianos -alfombras, cortinas, muebles, vasijas, flores y cuadros-, que en esta representación desterró para centrarse en la luz.

El protagonista aquí es el espacio atemporal y la luz. Ésta es fundamental en la obra de Hammershøi, pero en contraste con los impresionistas y los pintores daneses de principios del siglo XIX, no se trata de una luz que revele, sino más bien, que inquieta. La luz en este cuadro adquiere una tangibilidad casi física, mientras que, en comparación, el suelo parece extrañamente etéreo e insustancial. La luz se representa como un fenómeno científico: ésta es la luz del sol, una luz que, tras atravesar el cosmos, ha llegado al fin a esta casa de Copenhague, donde su viaje concluye abruptamente en el suelo. Es una luz generada hace millones de años por la estrella “Sol”, lo que convierte al momento en algo atemporal, algo que podría suceder tanto hace un millón de años como hoy, en este momento. Es una luz que existe, independientemente de la conciencia que tenga de ella el ser humano. Es una luz “celestial” eterna, pero que en nada se parece a la luz divina de las escenas de la Anunciación de Botticelli o de Piero della Francesca. La luz del cuadro de Hammershøi, crea la sensación de duda, duda sobre el mundo creado a imagen y semejanza del ser humano, pero también sobre la providencia, sobre la existencia de Dios.

Este cuadro evoca una inquietante atmósfera de extrañeza, se vislumbran las motas de polvo como queriendo decir que ya no queda nada. El ego está solo. La obra representa no solo una estancia física, sino también un espacio mental, y más que ninguna otra cosa, muestra la soledad existencial del hombre moderno. 

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