cabeza de mujer llorando con pañuelo III (Picasso, 1937)

Es lacerante la visión de una mujer que llora al mismo tiempo que muerde con furia un pañuelo que aproxima a la boca por su crispación de mano izquierda, mientras con la derecha expresa la gesticulación en un paroxismo de impotencia.

Viste un oscuro y sencillo ropaje popular y cubre su cabeza con un  pañuelo, evocando las figuras de las campesinas. La imagen, en la cumbre de una lacerante dramatismo, se recorta sobre un fondo claro acentuando así su volumen tanto como la desolación del entorno que carece de referencias espaciales.

Los rasgos desfigurados del rostro, las lágrimas dejando surcos, el mínimo cabello gris bajo la oreja, los tonos ocres de la piel, el retorcimiento de la pieza de la tela, la dureza de los dedos, la elevación de la cabeza al cielo en una actitud que impetra vanamente justicia, son otros detalles a valorar por lo que contribuyen a la expresividad del personaje, inerme ante la inexorable perversidad que denuncia Mater Dolorosa, al modo hispano más tradicional en lo concerniente a su concepción, refleja aunque remotamente la figuración de una Dora Maar, la conflictiva compañera yugoeslava y ocasionalmente musa del pintor, tan vinculada al artista y al Guernica, creación del que surgen infinitas interpretaciones, en todos los órdenes, en un coro de gritos desgarradores, del que el presente lienzo existente en varias versiones, es uno de los más distintivos heraldos que pregonan el horror y profetizan la muerte por doquier, que abrirá su profunda sima dos años después,cuando los cañones de septiembre de 1939 anuncien el triunfo del demoledor cataclismo.

El cubismo de Picasso no fue el mismo después de Guernica. Se tornó más pesado, más afilado, de una agudeza de espíritu que lacera en tonalidades oscuras. Los motivos del mural se expandieron como réplicas a la contusión que la obra representó en la época, no sólo en términos de impacto político, sino en la misma plástica del artista español. Esto es particularmente evidente en las efigies femeninas que realizó después de 1937: las formas rígidas del cubismo se adaptan muy bien a las expresiones desgarradas de mujeres que están en el auge de la pérdida, de la desesperación, de una confusión que no parece terminar nunca.

Picasso se obsesionó con el poder de que el trazo geométrico podía conferir a las expresiones del dolor. De aquí que los retratos que pintó durante este periodo maduro de su producción artística giren en torno a las posibilidades de la tragedia a partir de la deconstrucción del volumen, que parece robustecer el carácter sórdido de las composiciones de estos años. Esta condición es evidente en Cabeza de mujer llorando con pañuelo III (1937), que podría ser fácilmente un ensayo del mural: los dedos desfigurados, los ojos salidos por el llanto, las lágrimas pesadas, que se escurren casi con la dificultad con la que la pena se conlleva.

Sin embargo, parecería que el epicentro del llanto está en la expresión de la boca: la mujer se aferra con los dientes a un pañuelo que no puede apretar más fuerte con la mano. Es casi como si la fuerza de la extremidad no le alcanzara, y tuviese que transferirla también al rostro, a la mandíbula, a los labios, a los dientes que se le salen. Se puede sentir la tensión de la garganta, que sobresale del manto enlutado con el que la mujer se cubre el busto.

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