el bebedor (Maximino Peña Muñoz, 1895)

Maximino Peña Muñoz fue un pintor español especialmente dotado para la pintura al pastel con una amplia obra de apuntes, paisajes y temas de costumbres. Su obra, como la de tantos otros grandes autores, no fue ajena al vino. Esto lo podemos apreciar en El bebedor, una de sus mejores obras de la segunda mitad del siglo XIX.

Su producción fue amplísima. Además de su obra académica y de uso arquitectónico se ha valorado su dominio de la pintura al pastel y su habilidad en los paisajes del natural, apuntes y fragmentos de la vida cotidiana de estilo costumbrista. Perteneciente a la “generación realista” y fiel a sus principios, entre su obra encontramos pinturas de tipos populares, paisajes, fragmentos de la vida cotidiana, reproduciendo siempre cosas y hechos reales, pero aportando su particular interpretación. Sus retratos, como observamos en El bebedor están apoyados tanto en su poder de observación como en su gran intuición psicológica. Otra muestra de su capacidad minuciosa de observación es “Siesta al sol” (1893).

Los dibujos de Peña Muñoz, pasteles y óleos revelaban a un pintor de primera magnitud. Dominaba el dibujo y el color, el retrato y el paisaje, lo anecdótico y lo esencial, transmitiendo el sentimiento de la vida rural, la psicología profunda en el retrato, y los paisajes evocadores de la memoria y la naturaleza.

Esta obra, La carta del hijo ausente” (1887), está ambientada en un modestísimo interior rural italiano, y en él figura la familia al completo frente a una chimenea y con los padres acomodados cada uno en una silla y sosteniendo a uno de sus hijos; el varón está con el padre y la niña, de muy pocos años de edad, con su madre, en un orden de género perfectamente acomodado a la educación que cada uno habría de recibir. Tras ellos en un tercer plano, se encuentran otras dos muchachas, seguramente hijas o tal vez criadas, que parecen prescindibles en la composición. Mientras el niño lee la carta, su padre le sostiene cariñosamente, pasándole tibiamente el brazo por la espalda, y con la mano derecha aprieta el sobre de la misiva del ausente, que a todas vistas debe ser su hijo mayor. Toda la familia presta gran atención a las palabras del muchacho, menos la más pequeña que trata de llamar la atención sobre un gato, que se encuentra al fondo de la habitación. Es muy común en la obra de Peña la atención por elementos episódicos de la narración que, como ese, pervierten el carácter pretendidamente naturalista de la escena. La composición, en la que cada miembro ocupa un puesto simbólico en el espacio, recuerda los retratos fotográficos de grupo tomados en estudio, que son fiel reflejo del deseo de representación del grupo familiar, aun en ámbitos tan extraños a lo del burgués como es la campiña italiana en la que se ambienta esta obra 

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