aviones negros (Horacio Ferrer, 1937)

 

“En estos momentos están poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, prefiero a mi madre”

(Albert Camus)

Horacio Ferrer de Morgado (1894-1978), partiendo de una formación academicista, protagonizó uno de los pocos episodios que puede calificarse de realismo social durante la primera mitad del siglo XX. Tras el estallido de la guerra civil su pintura abandona el simbolismo, el naturalismo y el art decó para dotarse de connotaciones políticas y sociales.

Tras el triunfo de las derechas en las elecciones celebradas en España en 1933, algunos de los creadores partidarios de las reformas llevadas a cabo hasta ese momento por los dirigentes republicanos adoptan un lenguaje plástico cercano al realismo crítico. Avanzando un paso más y como consecuencia del estallido de la Guerra Civil, ese lenguaje se radicaliza con la finalidad de ejercer la defensa de la legitimidad del gobierno de la República.

El carácter testimonial del realismo social fue absorbido por su sucesor bélico, que se afanó en captar instantes de alto contenido dramático. Las víctimas fueron casi siempre encarnadas por mujeres y niños, los eternos afectados de los conflictos armados en general y también de nuestra Guerra Civil. En su mayoría eran representados en escenas de refugiados, evacuaciones y bombardeos, siendo estas últimas las más prolíficas.

El realismo bélico se concentró en retratar a los testigos de lo que estaba sucediendo en España durante la Guerra Civil, con el principal objetivo de denunciar la injusticia a la que estaban siendo sometidos.

Aviones negros alerta sobre los efectos de la guerra entre la población civil. Representa el terror y la rabia contenida de las mujeres que huyen de los bombardeos con sus hijos en brazos. El carácter antibélico de la obra engarza con el Guernica de Picasso no sólo por su alegato contra la violencia sino también por la utilización de las mujeres como representaciones simbólicas de los efectos de la guerra; mujeres que huyen despavoridas con sus hijos en brazos, clamando contra los bombardeos que han arruinado sus vidas. Sin menoscabo de la evidente intención propagandística de enfatizar el dolor causado por los sublevados, puede distinguirse también las diferentes actitudes ante el ataque que manifiestan los protagonistas.

Por un lado, la figura central, esa mujer con el pecho al descubierto en una clara alusión a su naturaleza femenina y a la Libertad –aunque también se pueda interpretar que las bombas le han sorprendido alimentando al bebé que lleva en brazos, lo que no impide seguir haciendo ese guiño–, adopta una actitud rebelde y beligerante evidente por su puño alzado –otro signo– y su gesto de cólera. También con el puño alzado aparece un pequeño niño ante el espanto de su madre, que trata de refugiarse del peligro como también hace la tercera mujer joven. Tras la figura central, una anciana se encoge en sí misma con la mirada triste y preocupada, pero con la serenidad de quien sabe que el fin está próximo.

Espanto (Bombardeo en Almería) (1937), de Ramón Gaya, es una pintura protagonizada por mujeres agonizantes y desesperadas, y se centra, igual que la obra de Ferrer, en el momento crucial del lanzamiento de las bombas, así como también lo hace Bombardeo de Colmenar Viejo (1937), de Rodríguez Luna, donde el expresionismo es apabullante y constituye una muestra idónea del estilo apocalíptico del cordobés.

Sin embargo, Bomba en Tetuán (1937) de Santiago Pelegrín opta por representar el momento después del ataque, en el que los cuerpos de las mujeres, los niños y también el de un anciano, yacen en el suelo y bajo los escombros, algunos gravemente heridos, otros ya sin vida. De nuevo aquí vemos el pecho de una mujer al descubierto.

Este realismo bélico complementa los bombardeos con las escenas de refugiados y evacuaciones, de donde emana una profunda pesadumbre potenciada por los encuadres excesivamente cerrados. Son momentos de resignación en los que los protagonistas, siempre mujeres y niños, desfilan desprotegidos ante los ataques inminentes.

En este grupo encaja “Éxodo” (1937), también de Ferrer, donde el expresionismo convive con el cubismo. Se trata de una escena donde combina cierto bucolismo campestre con la huida de mujeres y niños en carromatos mientras la las casas del pueblo arden a lo lejos.

Destaca especialmente en esta temática la pintura de José Bardasano, “Evacuación”. La grandiosidad con la que representa esta retirada es épica y muy poco realista, como si rehuyera el dramatismo de la derrota y se dejará influenciar por el realismo socialista soviético. Vemos un enorme tanque con soldados y en el éxodo de los civiles sólo aparece una decidida mujer con su hijo a cuestas.

Por el contrario, aunque tiene el mismo tono propagandístico, Santiago Pelegrín en “Evacuación y defensa del Norte” (1937) combina expresionismo con cubismo.

 

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