cabaña en la nieve (Friedrich, 1827)

26 Desembre 2023

En mayo de 1826 Friedrich, quien ha sufrido una grave enfermedad, realiza su último viaje a Pomerania, para restaurar su deteriorada salud. De este año sólo se constata un pequeño óleo. Al comenzar 1827, el artista retoma su trabajo al óleo. En sus obras se nota ya, a consecuencia de la enfermedad y a medida que su carácter se torna amargado y enfermizo, una tendencia a los paisajes de contenido melancólico. Son numerosos, en este año, los paisajes de ambientación invernal.

El centro de Cabaña en la nieve (1827) obra está ocupado por una vieja cabaña cubierta por la nieve, rodeada de ramaje. Nos coloca ante algo anodino en pleno invierno: una choza en ruinas en el brezal. Friedrich representa un motivo de la cultura a la naturaleza, de la vida a la muerte. La choza está abandonada y cubierta de maleza, los restos de su puerta ya están envueltos por la vegetación. Pero colocando el vértice de la casucha precisamente en el eje central del lienzo y alternando sus lados inclinados con las ramas de los árboles en forma de abanico, el artista restaura y monumentaliza la arquitectura de la casucha, “como si la pintura misma fuera la construcción de un refugio”. Como la pintura de la espesura de alisos en la nieve, ambas están desprovistas de toda referencia humana, así, la construcción de la cabaña traza la cultura, la historia o la trama de quienes habitaron en ella, un pasado que no volverá, se ha convertido sólo paisaje, otro elemento del paisaje.

Este memento mori, este recordatorio de la vanidad de las cosas, se expresa a través de las ramas secas de los sauces, de las hierbas secas, prefiguración de la muerte. Al tiempo, los brotes en el tronco seco aluden a la resurrección, a la primavera.

La soledad emerge de sus paisajes, la podemos sentir, casi, y se expande más allá del marco del cuadro. Esta soledad es aún más palpable cuando pinta paisajes nevados e invernales. Un paisaje invernal significa mucho para él. Los cuadros con nieve son los de un mundo no contaminado por la mano y los pasos humanos. La nieve está intacta. La nieve cae silenciosa, se deposita de forma homogénea, pura. Dondequiera que caiga ya sea en la naturaleza o en lo que el hombre ha construido sobre la tierra es siempre blanco, inmaculado, no cambia de tonalidad como el mar, el cielo o la pradera, por ello sugiere pureza, inocencia.

Simbólico, anticlásico, espiritual, descubridor de la tragedia en el paisaje… son tan solo algunos de los calificativos que se ha otorgado al pintor Caspar David Friedrich. Nacido en Greifswald (noreste de Alemania) en 1774, está considerado uno de los pintores románticos más importantes en el plano internacional. En su producción son famosos los paisajes con una figura de espaldas al espectador, contemplando la grandeza de la Naturaleza: nieblas, ruinas de arquitectura gótica, árboles desnudos… y cementerios. O paisajes con tumbas. En más de dos docenas de sus obras los protagonistas son espacios sacramentales o enterramientos. Es curioso el interés que tuvo este pintor por plasmar camposantos en sus pinturas. Por una parte, respondía a la tendencia de la época, proclive a la exaltación de la pasión y a remover los sentidos; pero, por otro, reflejaba su propia vida y su tragedia personal. Familiarizado con la muerte desde la niñez, incorporó entre su repertorio la observación de lugares de enterramiento. Su madre, Sophie, murió cuando Friedrich tenía sólo siete años, y un año más tarde falleció una de sus hermanas, Elisabeth. Pero la gran tragedia que marcó su vida fue la muerte de otro de sus hermanos, Johann Christoffer, en 1787, ante la mirada impotente del pequeño Caspar David, que tan solo tenía trece años. Johann Christoffer murió congelado tras tirarse a un lago helado para, se cree, intentar salvar al futuro artista. Para rematar esta secuencia trágica de muertes, una segunda hermana, María, falleció de tifus unos años más tarde. A pesar de semejante drama familiar, Friedrich consiguió a través de sus pinturas sublimar el paisaje y divinizar los cementerios.

Caspar David Friedrich sintió una atracción muy especial por los cementerios, porque supo ver en ellos lugares mágicos, dotados de una gran espiritualidad y sentimiento, tan acordes con el pensamiento romántico del momento. Los pintó en varias ocasiones a lo largo de su carrera, siempre ensalzando su monumentalidad.

A medida que pasaron los años, la enfermedad y las depresiones tomaron más fuerza en la vida de Caspar David Friedrich, y el motivo de los cementerios estuvo más presente en su producción. En “La puerta del cementerio” (1825), una obra que se quedó inconclusa y en la que se puede ver el camposanto desde fuera, a través de la puerta monumental que separaba el mundo de los vivos del de los muertos. Se trata de la puerta de entrada al cementerio de la Trinidad de Dresde, donde acabó enterrado el artista.

Es probable que “La entrada al cementerio” (1825) sea el cuadro conmemorativo de un niño fallecido, cuyos padres aparecen a la entrada del cementerio. La puerta está inspirada en la del cementerio de la Trinidad de Dresde. En la parte superior de la puerta se encuentran las “arma Christi”, es decir, la corona de espinas y las lanzas, con la esponja, que se refieren a su martirio en la Cruz, durante el cual le fue ofrecido la esponja empapada en vinagre para calmar su sed. Los padres observan tímidamente el otro lado de la puerta, es decir, el más allá, donde reposan las almas, en cuyo fondo, sobre los abetos se destaca la luz celestial.

También pinta la puerta del cementerio desde dentro, como en la obra “Cementerio bajo la nieve” (1826). En este caso, lo más simbólico es cómo el punto de vista del espectador está situado justo encima de la tumba que se acaba de cavar. Se ha especulado con la posibilidad de que la sepultura podría ser la del propio artista, y su punto de vista desde su lugar de enterramiento.

Se han desarrollado muchas teorías sobre Friedrich en cuanto a sus paisajes desolados e invernales, ligadas a su personalidad melancólica e introvertida, pero no olvidemos que nació y vivió en el norte de Alemania donde la nieve es omnipresente durante más de la mitad del año, la luz es escasa en invierno y su naturaleza no es de exuberante vegetación colorida y los bosques son de abetos. ¿Y si en lugar de nacer en el Báltico hubiera nacido en el Mediterráneo? El determinismo geográfico también es válido para entender una obra artística, no solo la personalidad del pintor. Después de todo, Friedrich pintó lo que vio.