don Manuel

Gabardina en invierno, en el verano
traje gris de telilla, y la corbata.
Bonachón, irascible, autoritario,
con el pelo ya blanco le recuerdo
La cara ancha, pobladas y revueltas
las muy hirsutas cejas, que a menudo
pellizcaba al entrar en Babia.
Caída la nariz, breve, carnosa.
El sabor del café le era tan grato
que no sé cuántos se tomaba al día.
Y de la mesa, cómo disfrutaba.
No he vuelto a ver deleite igual al suyo
como nunca vi a nadie con un sueño
tan fácil —dos minutos, de pie, en misa—.
Qué mal cantaba y con qué ilusión
cuando estaba contento. Pienso que
he heredado de él esta virtud.
Fue un trabajador infatigable.
Guarda el calor mi mano de la suya
paseando los dos los raros días
que sus quehaceres le dejaban libre.

Cuando crecí, pasó lo que pasó.
Su avanzada edad, mi rebeldía,
la mutua intransigencia, el desencuentro.
Aparece en mis sueños con frecuencia
y ni en ellos me habla. Yo lo intento
en estos versos que escucháis ahora.

Autor: Fernando Ortiz

Fotografía de Joan Colom

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